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Note

domingo, 25 de agosto de 2019

CUANDO EL POLLUELO CAE DE LA RAMA

– ¿Y la otra carpeta, la dorada? –Dijo escaneando con la mirada la mesa beis– Vengo de parte de Gámiz y los hermanos López Rojas, ¿entiende? No estoy aquí por casualidad. Quiero ver la carpeta dorada –exigió Herder.
–Ya no hay carpeta dorada, hubo un tiempo que gozábamos de excedentes pero en estos momentos sólo disponemos de dos mujeres y dos hombres –replicó Mr Bayou.
Mr Bayou se levantó y pidió que le siguiera, cruzaron varias salas hasta llegar a las cuatro cubas; en ellos quedaban los cuerpos desnudos, suspendidos en un material algo viscoso y azul. Herder se acercó a las dos mujeres en un gesto impertérrito, pues no encontraba nada especial, se rascó la cabeza con el dedo índice y se giró bruscamente a Mr Bayou al que exhortó:
– ¿No me explica nada de ellas?
–Son los últimos modelos que quedan mitad humano, mitad máquina. Aquella es Rebecca, de la República Dominicana, nació hace 677 años –dijo acercándose a la chica mulata suspendida–, y tiene el récord de suicidios: un 83% de las personas que la han querido han acabado de aquella manera.
–Y el otro 17%... –añadió Herder.
–Sabrá por el señor Gámiz y etcétera que eso es secreto y ni siquiera yo conozco la respuesta –dijo Mr Bayou–, sin embargo, le podría continuar hablando de Rebecca.
–No, Rebecca no, no me gustan las negras –dijo Herder despectivo–, quiero ver la otra.
Mr Bayou presentó a Joyce, la híbrido de piel blanca, labios finos y pelo castaño. Herder esbozó una mueca de desaprobación. No le resultaba lo suficientemente atractiva, le faltan senos, le sobran ojeras. Herder sabía a lo que había venido y cuál era el precio a pagar: desorbitado.
–Joyce ha acabado con la mayoría de sus compradores, de formas muy distintas –informó Mr Bayou.
Le explicó el conocido caso 400, el de "el Loco Boyongo". El Loco Boyongo era un conocido boxeador, subía siempre al ring con la canción Bad Moon Rising de la Creedence. El Loco llegó a amasar una de las más grandes fortunas del siglo XXIV. Pensaba que Joyce le era infiel con todo el mundo: chicas, chicos, adolescentes, viejos... y probablemente fuera verdad. Tan seguro estaba de la victoria que organizó la pelea: Boyongo Vs Joyce. Muy pocos conocían la naturaleza híbrida de Joyce y el espectáculo dantesco de ver a Boyongo reventando a su mujer se vendió de forma demencial. Boyongo golpeó a Joyce duramente pero esta se levantaba siempre, aprendió los movimientos y en el segundo round, Boyongo no logró casi rozar a Joyce. Joyce no contenta con el ridículo que infligía a Boyongo, comenzó a golpearle duramente. Espoleada por un público encarnizado, pidió al árbitro que pusieran la canción: Bad Moon Rising. El tercer round y bajo el sonido Revival, Joyce noqueó a Boyongo, en el suelo siguió el castigo hasta matarlo, en el clamor más bestial nunca visto. Joyce hubo de ser retirada del mercado y efectuar la cirugía estética pertinente para conservar su anonimato.
Herder se peinaba con la mano, colocaba su pelo hacia un lado, atendía con la mirada puesta en Joyce y la desaprobaba con distintos gestos. Herder que era un hombre de acción, comenzaba a aburrirle la diatriba de Mr Bayou, no estaba allí para escuchar cuentos y al punto atajó la conversación. Aceptó a regañadientes y firmó el contrato. Si ya lo tenía todo, familia, amantes, una fortuna insondable, amigos, enemigos, ¿de qué servía continuar como estaba, sin nuevas experiencias, quizá cercanas a la muerte?
Sacaron a Joyce de la cuba y tras el tratamiento pertinente ya estaba lista.
Herder no podía creerlo, qué gran mordisco a su fortuna para tan poca cosa, se decía. Joyce se presentó en la sala con unos jeans azules y una camiseta blanca en la que aparecían dibujados en el pequeño bolsillo, un sol y una palmera. Joyce saludó cordialmente, Herder sentía horror, Joyce olía a algún producto químico desagradable. Salieron del edificio sin apenas cruzar palabras. En el viaje de vuelta, Joyce reconoció el tono que más le agradaba a Herder en la conversación, los temas más importantes y su sentido del humor. Pasaban los minutos, ¡qué digo, segundos! Y Joyce arrancaba de Herder pedazos de confianza cada vez más gruesos. Herder se abrió, le habló de su vida y de ciertos misterios para los que Joyce tenía respuestas simples y directas. Herder se encontraba sorprendido, en cuestión de horas, sentía orgullo de Joyce, la mejor compra que había hecho jamás. Joyce que se había percatado, pensó que era un buen momento para dar otro paso.
Joyce recordó su 10 cumpleaños. De todo su archivo mental, el de su 10 cumpleaños era el preferido. Recordó el momento de la siesta en que se despertó y fue hasta el salón donde “espió” a sus padres desde el marco de la puerta: sentados sobre el sofá muy cerca uno del otro, su madre miraba al padre a los ojos, con un brillo y felicidad imbatible, inclinaba su cuerpo a los ojos de él, –se arrojaba a ellos–, con una sonrisa inalterable –como si el tiempo hubiese muerto entre ellos– ya que él hablaba y hablaba… la madre hundía la mano en su pelo, entonces se acercaba y le besaba brevemente los labios, casi los rozaba y volvía a la posición anterior. La Joyce–Robot fue incorporando cada detalle con exactitud, hasta que consiguió recrear una escena que era casi una copia. Se acercó a Herder y rozó sus labios. Éste la sujetó de la muñeca y quiso seguir besándola pero Joyce se apartó con decisión, se puso en pie y dijo:
–Lo siento Herder, yo no soy consumible – dijo esbozando una media sonrisa–. Se me ha ocurrido que podríamos ir a otro sitio, a una isla donde tengo una casa grande. Allí pasaríamos unos días increíbles.
Joyce fue al baño. Herder pensaba: no serás consumible pero te he comprado. ¿Cómo? ¿Cómo que no consumible? ¿A qué se refería? Se lo comentó al piloto, ambos rieron, pero la risa de Herder era nerviosa. El piloto le explicó amargamente que no tenían suficiente combustible para llegar al nuevo destino y que habría que repostar, idea que detestaba Herder. El piloto le explicó que a las malas apagando uno de los motores y un par de maniobras más si llegarían de sobra. Herder aceptó. Volvió a su sillón de cuero gris, se sirvió Vodka y esperó a Joyce. 10 minutos en el baño, Joyce no volvía. Herder comenzó a sentir calor, ardor en los labios; pensó que era por el Vodka. Comenzó a sudar, se retiró la americana. 11 minutos. La mano de Herder temblaba y hacía sonar el hielo del vodka. 11 minutos y 10 segundos. No soy consumible//No soy consumible//No soy consumible. Retumbaba en su cabeza. Sintió de repente cómo un gigante descomunal había crecido en su pecho, y con un ariete intentaba salir a golpes través de su esternón. Cada golpe era más fuerte al anterior. No soy consumible//No soy consumible//No soy consumible. Joyce salió del baño a los 11 minutos y 47 segundos. Vio a Herder sudoroso, se acercó a él y sin mediar palabra lo descamisó y le retiró la camiseta interior. Hacía calor. Joyce alcanzó el vaso de vodka y bebió la mitad. Joyce le secó el sudor de la cara con la camiseta y Herder le preguntó:
–¿Qué quieres decir conque no eres consumible?
–Ah, eso –dijo seguido de una larga pausa–. Lo que sale de mi boca es lo que yo llamo la letra pequeña.
Joyce se sentó a su lado y le retiró los zapatos y los pantalones. Las piernas de Herder eran delgadas, afeitadas y con un cierto color ocre. La Joyce–Humana no pudo evitar que se dibujara en su cara una mueca sutil de asco.
Herder miraba sus labios, ahora le parecían los más hermosos que había visto jamás. Sus piernas, el mapa de la isla del tesoro. Pensó que Joyce olía a rosas y a lavanda, a romero, a… ¡¿Cómo?! ¡¿Él qué sabía si no había olido antes todo aquello?!
– ¿Qué más hay escrito en la letra pequeña? –Acertó a decir Herder desde el sopor.
–Eres un infeliz Herder, me das pena –dijo sonriendo.
Joyce volvió a rozar sus labios con los de él. Joyce contemplaba al hombre roto, tembloroso, sudoroso, bendito pelele.
–¡Algo sucede, algo va mal! –Gritó el piloto desde la cabina.
–Todo irá bien Herder –susurró Joyce al oído de este.
– ¡Pilota, maldita sea! –Respondió Herder al piloto.
– Pero señor… Nos estrellamos.
THA



lunes, 5 de agosto de 2019

VIDAS DE UN ELECTRÓN

Un electrón orbita alrededor de algo que no le pertenece, pero que juntos forman un todo.

*También salta y desaparece

https://youtu.be/4Ro8-NOiMBY

domingo, 4 de agosto de 2019

La órbita

Sentado frente al río, decido de vez en cuando darle una patada.
A mi lado hay otros que arremeten al agua como locos. De lejos parecemos autómatas o electrones.

[[En el fondo odio las metáforas y la poesía]]

THA