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Note

lunes, 26 de diciembre de 2016

BIG BANG

Llegué a la playa. Jordi estaba con su novia Blanca y una amiga de ella, Mercedes: una chica con la piel de chocolate. Me senté al lado de Mercedes y hablamos unos 15 minutos, cuando, se levantó y caminó hacia la orilla; la escena me produjo vértigo: de su fina y fuerte espalda baja, crecían formidables dos nalgas morenas que al pisar la arena, vibraban en el fino tanga amarillo (marco incomparable ese tanga); sin titubear se lanzó de cabeza al mar y nadó con estilo unos metros. Al volver, Mercedes se disculpó por derramar algunas gotas sobre mi hombro izquierdo, sin saber, que era lo mejor que me pasaba en meses.
-¿Tú no te bañas? Dijo escurriéndose la mata de pelo negro.
-Ahora voy. Me miró entonces, con sus ojos negros, (arpones letales) tan negros y brillantes como los que ya no encuentras. Lentamente y atisbando en mi cara, la plena hilaridad, paseó su pelo por mi hombro y añadió:
-¿Ves? El agua está buenísima.
-Ya… Y el agua también. Ella me correspondió con una sonrisa porque en absoluto sonó obsceno. Me levanté, la arena quemaba y caminé sobre las diminutas huellas de sus pies. A la orilla llegué sin caerme del susto: podría haber pasado perfectamente.

En ese momento se me ocurrió una frase: Si alguna vez tuviste un fuerte apetito sexual, no te preocupes, volverá, porque todo vuelve. Y este pensamiento me llevó a otro.
La historia se repite, la historia del hombre. Hoy se lucha por la equidad, la destrucción del machismo, la derrota del patriarcado; nuestros días pretenden asestar el golpe definitivo, que quiebre la estructura marmolea, ya fisurada.

Yo también me lancé de cabeza al agua, atento a ese momento, en el que el motor de la tierra se apaga, en el que todo parece detenerse y tu cuerpo sufre el impacto del ensordecedor lenguaje del mar.

Pienso que el mundo en manos de la mujer, sería un mundo más funcional, menos cruento, mejor; pero la historia universal contradice mi punto de vista: el ser humano se corrompe con el poder; por ende, la mujer dirigirá al mundo, y se torcerá la mujer y el mundo.
Todo vuelve, volverá el hombre y estos caerán nuevamente. Esto no es nihilista en absoluto; hago hincapié en que todo volverá a suceder, pero no de forma cíclica: nada se repite con las mismas coordenadas, ni con la misma energía. La historia no orbita sino que va y viene; es una goma elástica anclada a un centro mágico –el equilibrio, la belleza, como quieras llamarlo- que recorre con fuerza la distancia de un extremo a otro. Lo positivo: cada vez la goma se estira menos.
La goma avanza de un extremo a otro porque el ser humano no conoce otra manera de desarrollarse; y así, es lógico que a un individuo de carácter sosegado y pensamiento paciente, se le tache de utópico. Y yo creo que sucede porque nuestras vidas son efímeras respecto del mundo: la injusticia y la fealdad de la insostenible insensatez, agobia al ser humano; este quiere solucionarlo todo en una vida y advierte que no es suficiente con una sola. Esto provoca el arrebato, la precipitación, el avance hasta el extremo del hombre, que ve inadmisible no poder cambiarlo todo en un gesto genial. Desde el extremo, comienza el lento retroceder, donde abunda la desidia y el pesado trabajo de deshacer inmensas estructuras mal construidas.  
Un régimen se erige, finalmente fracasa, los acomodados quieren permanecer y los malditos, que son los malditos de siempre, se rebelan de forma intempestiva, orgullosa y sedienta de sangre.
 Los maestros, al igual que los médicos, gozaron de respeto durante mucho tiempo. Pero la sociedad evoluciona y como siempre pasa, y creo también necesario, se duda de lo establecido. Puedo decir, en comparación con la losa que suponen miles de años, que de la noche a la mañana el arte y la importancia del maestro se pone en entre dicho, de una forma brutal; igual pasa con el médico; peor suerte sufre el sacerdote, que expira con agonía su última diatriba; se destruye al anciano que parece un estorbo, cuando son pozos de sabiduría y creadores de nuestro presente.  
Todo parece un movimiento brutalmente cateto, vuelve a imperar el hediondo hedonismo, en el que se confunde el carpe diem con el pan y circo, en el que una persona solo puede sentir vergüenza ajena. Pero así funcionamos: de la comprensión, a la radical y patética oposición.
Hoy la goma elástica, tras el jalón enfermizo que le hemos imprimido, nos ha llevado hasta el otro extremo; no obstante, el centro mágico se encargará del retroceso.

Un día, y llegará ese día, la goma elástica permanecerá en el centro, sin energía, y la historia universal penetrará sobre sí misma para hacerse pedazos.

Y tú dices: una mierda, con Mercedes al lado no pudiste pensar en todo esto.
No te voy a quitar la razón.

THA

miércoles, 14 de diciembre de 2016

DIAS AZULES

¿Un camello azul, que has visto a un camello azul?
Qué tal si te dijera, que yo lo vi mucho antes que tú y que nadie. Lo vi beber del mar muerto, litros ingentes de sal; cruzar toda Mongolia a galope; erguirse ante un Mehmed impávido, antes de que este llegase a Constantinopla con sus descomunales cañones de bronce; y lo vi pasear en círculos alrededor del ciego Borges, mientras este no hallaba su rostro reflejado en el Aleph. ¿Si te dijera que yo he sido ese animal enigmático durante largo tiempo? También sé, por ejemplo, que don Emilio Alcácer Cortés, tu bisabuelo, el médico bienamado de un pueblo extremeño, maltrató a su mujer día sí, día también y que a pesar de ello, era bienamado...
La hemorragia de cien océanos cubre el cielo de un azul intenso, metálico; allá, el jaloque tiñe terroso, con arena del Sahara, el margen de la mole. No, no se trata de oscuras artes, más bien, lo contrario; hoy, la luz que lo atraviesa todo, revela el secreto más inextricable. Yo también he visto al camello azul y a ti, a través de sus ojos.

THA

lunes, 14 de noviembre de 2016

Día 30011

Diario de un extraterrestre. Día 30011

La mayoría de humanos desarrollan sus vidas, bajo reglas de otros humanos que ni siquiera conocen. Puedo concluir, que el problema del humano es muy básico: carecen de una identidad clara.
Son las 10:00 de la mañana y la cafetería está a rebosar. Son casi todo mujeres de edad media. Gritan. Salgo fuera y me siento en el suelo; el sol nos da de lleno a mí, al café y al edificio amarillo en el que estoy apoyado. A 13,7 metros hay 6 negros, bajo la sombra de un eucalipto; 5 permanecen callados, el sexto, vocifera al móvil, una y otra vez, los emparejamientos de la quiniela de esta semana.
Los pinos siguen en su lugar, a veces se mueven las ramas, a causa del viento. El limón, ese fruto que nos tiene maravillados, madura y cae al suelo, como siempre. Hoy ha habido muy poco viento, y a pesar de esto, he visto la rama de aquél pino agitarse y un limón caer a la tierra, lentamente, como una lágrima; pero, ni una sola voz ha emergido entre tanta saliva. Toneladas de saliva. Aquí todo, madura y cae al suelo. Los edificios mueren con ellos mientras duermen, y la propia muerte los aborta al asfalto, en cada amanecer. Y no he escuchado, un solo grito entre tanta muerte.

THA

sábado, 12 de noviembre de 2016

EL MEJOR DÍA DE MI VIDA


-No, no hago mucho deporte. Dije con una sonrisa, vanagloriándome de que mi cuerpo serrano fuese así, sin esfuerzo alguno.
-Pues tienes que hacer más. Me reprochó la doctora.
-Ajah, ya. Dije rascándome el cogote.
-El electrocardiograma es normal. Dijo agitando el papelito.
-Espera, falta medirte el perímetro abdominal. Quítate la camisa otra vez. Dijo la doctora dándose prisa.
Me midió la barriga, pasando por encima del michelín. Al michelín le mandé una nota mental: hola cabrón. Tú y yo, hasta la muerte, ¿eh? Miré la cinta cómo recorría mis carnes e intervine:
-¡Eh! Ha pasado la franja roja, eso no es bueno (al sobrepasar los 90 centímetros, la cinta métrica se vuelve de color rojo). ¿Estoy en sobrepeso, no?
-Bueno… Dijo. Continuó aporreando el teclado con sus dedos zompos, sepultando de esta manera el resto de la frase; no obstante, tampoco me importó.
-Ajah. Respondí, mirando al infinito, a través de la ventana. Fuera, hacía un día maravilloso. Había cumulonimbos. Sí, son de esas palabras que se graban a fuego: cumulonimbo.
-Súbase aquí, por favor. Dijo la enfermera.
-184cm, 82Kg.
-Vaya, 82Kg… Dije, pero rápidamente mi mente se quedó en blanco. 
-Bla bla, bla bla, bla-bla-bla. Continuó la doctora.
-Okey. Dije con cara de pánfilo, supongo.
-Tensión arterial 100/60. Un poco baja. A unos 60 latidos por minuto. Remató.
Después de comentar esto, se sucedió un silencio demasiado largo. La luz rebotaba en aquellas paredes blancas, frías, siniestras. Me pareció un lugar donde podías morir.
-Ahora túmbese. Vamos a proceder a la extracción de sangre. Dijo la enfermera.
Ya está, ha llegado mi hora. Pensé.
-¡Oh! Qué buenas venas. Dijo relamiéndose.
-Ajah. Qué poco me gusta que me agujereen ahí, ¡Dios mío!, pensé. Cerré los ojos.
-Perdón. ¿Le hago daño? Me preguntó al verme el rictus ridiculus de dolor.
-Sí, pero qué se le va a hacer. Es más grima que daño, pero también daño…
-Relájese. Vaya, lo pasa mal. Lo siento de veras. ¡Está totalmente contraído! Vamos, respire lentamente. Ya estoy terminando.
Sucia mentira, estuvo una hora escarbando ahí.
-Ahora, apriétese fuerte durante unos minutos.

Me incorporé en la camilla y apreté. Me puse en pie, el algodón se me escapó y cayó al suelo. La enfermera justo acababa de salir por la puerta. Salí detrás de ella y la vi meterse en una habitación. Volví a la sala de extracciones y busqué un algodón limpio. Encontré algodón, pero ya había crecido una bola negra en la zona del pinchazo.

-¡Uy!, le dije que se apretara. Sentenció la enfermera, eximiéndose de aquél desastre.
-Ya, ya. Respondí.
-Es que, es que… Vosotros los médicos sois los peores. Pero yo, ya no la escuchaba. En cambio, percibí a la perfección, atravesando el horrible pladur blanco, los mortecinos violines de la cuarta sinfonía de Sibelius. ¡Qué muerte más patética! Miraba el antebrazo, aquella pelota negra me estaba machacando el cerebro. La enfermera vio que la apretaba y exclamó:
-¡Sí, claro!, ahora ya no le hará efecto. Le va a salir un buen hematoma.
-Oiga, ¿me puedo marchar ya? Dije intentando no decir ninguna bordería.
-No, antes fírmeme el consentimiento para la serología. Me dio el bolígrafo, que se  escurrió entre mis dedos nerviosos. En un acto reflejo lo intenté coger con la otra mano, pero lo golpeé más bien, proyectándolo a una esquina de la habitación. Fui, lo recuperé e hice el garabato.
-¡Oh! ¡Vaya firma! Ustedes los médicos…

Cómo explicarlo… Yo no pensaba en otra cosa que en la pelota negra. Me sentía un desgraciado por tener una pelota negra en el antebrazo. La enfermera vino hacia mí y acercó su cara a la mía. Continuó hablándome; mis ojos se torcieron, comenzó a nublárseme la vista.
-Me está mareando. Le dije, en estado de estrabismo total, semiconfuso.
-¿Se está mareando? Échese en la camilla.
-Oh, no. Gracias, o sea… ¿Me puedo marchar ya, verdad? Dije amablemente.

Salí de la clínica y desayuné en la primera cafetería que encontré. Apreté fuerte el antebrazo y la pelota se hizo mucho más pequeña. Con algo en el estómago, todo mejoró. Me encontraba más animado. Llegué a un paso de cebra. A mi lado, un hombre de pelo rucio discutía con un anciano.
-Vengaaaa, crussaaaaa. Dijo el viejo desde la silla de ruedas.
-Vengaaa, vamooooch. Repitió con voz de gruta.
-Papá, vienen coches, ¡joder!, ¿es que no lo ves? ¡Aro, como a ti te da igual todo, ya! Dijo el supuesto hijo. Esforzándose al máximo, el viejo logró la réplica:
-¡Y qué! ¡Aaaaarg! Parecía que iba a esputar, o algo así. Entonces, como una rueda dentada, comenzó a girar el cuello hacia arriba; sonó un oxidado clack-clack-clack. Levantó el brazo izquierdo y con la mano en garra, intentó estrangular al hijo. La lentitud, la limitación y el empeño desesperado que puso en conseguirlo, desató la risa de su víctima y la mía. El viejo me miró, elevó la otra mano hacia mí, y a lo lejos, la apretó como si tuviera en ella mi gaznate; nos estaba estrangulando con la mente, a lo Darth Vader. Le miré sorprendido, llevé mi mano al cuello, lentamente, hice fuerza como cuando empujo en el váter, y arrugué la cara, que se puso rápidamente como un pimiento. Los dos comenzaron a reír, y yo también. Y un cumulonimbo pasó por encima de nosotros. A tomar por culo, mi acción buena del día, consumada; había provocado la risa del viejo Vader.
Nuestros caminos se separaron al cruzar el paso de cebra.
-Adiós. Dije con una sonrisa.
-Adiós pisha. Dijo el piloto.
-Hay que ver, ¡eh!, tienes que levantar más la chilla pa chubir el escalón, ¡coññño! Dijo con tres eñes, el viejo…
Me puse los auriculares, busqué la canción de “Maggie M´ Gill” en el móvil y comenzó a sonar: Estoy en la colina más alta, escopeta en mano, mascando tabaco. Los alienígenas pueden aparecer en cualquier momento. Al pie de la colina, Maggie M´ Gill lava la ropa en el río. Su trenza rubia es descomunal. De cuando en cuando, Maggie mira hacia arriba y sonríe. Maggie M´Gill, eres preciosa. Hoy bajaremos a Tangie Town, y haremos de todo.
Una piedrecita descansaba en la junta de dos losas, le metí un punterazo; salió rectilínea hacia el cielo, a una velocidad endiablada... ¡Sí señor! Presiento que hoy va a ser un gran día...

THA  




viernes, 4 de noviembre de 2016

DIARIO DE UN EXTRATERRESTRE

La colina se inundó de aroma a lentejas con chorizo. He descubierto un pozo de agua. La soledad no existe; como muchos otros términos el humano lo ha inventado debido a su blanda naturaleza. En el puesto más elevado, por la tarde, cuando todavía hay sol, continúa siendo verano, y piezas como esta de Ryo Fukui se cuelan entre los terrones de arena como un viento fresco e inmortal.
1 de Noviembre del 2016 Aquí seguimos.
THA

jueves, 27 de octubre de 2016

Las ratas feas del río.

Eeeee Sí, el tema de la mandanga...
Amante pésimo del espíritu Dioniso, farsante. Te va el postureo y lo sabes. Eres un blando y lo sabes. Te van los chismorreos y malmeter a la espalda. Te va seguir la moda; comprar la ropa que está de moda, escuchar la música que está de moda, consumir la droga de moda. Has visto más series que leido libros. Te gusta lamer culos para caer bien, y lo sabes. Haces miles de cosas que no te apetece hacer, copias actitudes y parafraseas a fracasados continuamente. Te duele ligar menos que tu amigo, que sea más rápido y gracioso, q tenga el nabo más grande o las tetas más gordas, lo sabes. Quieres quedarte con el dinero de una herencia que no te pertenece y lo sabes. Eres un/a put@ del dinero en definitiva. En general, eres fe@ de cojones. Oh, tu solución resulta demasiado dramática para todos.
Así que....leave they hitting You, with their rhythm stick.

THA

miércoles, 12 de octubre de 2016

L'HoMMe-PaTHéTiQue

Él era un tipo grande, loco, y pretendía un amor igual. Pero la tormenta de arena le hacía daño en los tobillos y se desesperó. Decidió salir a buscarlo. El primer día no encontró nada. El segundo día regresó a casa con una chica grande, pero sensata y acabó aburriéndose. El tercer día se casó con una loca víbora y su veneno casi acaba con él. El cuarto día no encontró nada. De camino a casa le arrancó la cabeza a un tipo que le miraba mal, le robó el paquete de cigarros, se encendió uno, se bajó los pantalones y le meó la espalda. Hizo lo que haría un tipo grande y loco.
Llegó a casa, cogió la guitarra y compuso una canción. Satisfecho por el resultado encendió el ordenador y consumió porno. Terminó de masturbarse y acto seguido escuchó Careless Whispered de George Michael. Algo le golpeó dentro y comenzó a llorar.
No era un tipo grande, ni loco, ni conseguiría un amor así jamás. 

THA

lunes, 3 de octubre de 2016

Yo sé quién fuiste para mí

Se agotaban penosamente los años treinta en España, cuando nació. Un defecto congénito en su corazón apuntaba su suerte hacia abajo. Así, el alborozo de la primogénita se sublimó en angustia y desesperación. La niña visitó numerosos hospitales. En uno de ellos propusieron operar, pero no aseguraban en absoluto que sobreviviese a la cirugía. Aquello provocó en los padres la horrorosa sospecha de que los médicos simplemente querían hacer prácticas con la criatura. Volvieron al pueblo intentando pensar que todo se trataba de un mal sueño.

El paisaje desolador de un pueblo quemado convertía una nueva desgracia en el colmo de las contradicciones; todo era esperable e inaudito. Su piel de jazmín ganó el pulso a las nieves del primer invierno. Su pelo fino y de oro caía sobre la frágil estructura, dibujando una muñeca que no debía romperse. ¿Cómo iba a ser ese su final? Y no lo fue.

Desde el abismo de su cuerpo quebradizo y a una velocidad desesperada, se desarrolló una psique brutal; mordaz, fría y egoísta. La temía, la maldecía, aquel que nunca jamás recibió lo que de ella quiso; dinero, comprensión y cariño. Y en este real orden, porque no debemos olvidar, que el mundo de los humanos es miserable, y la envidia y la codicia, el origen de nuestro hedor.

Muy lejano al interés de conocer quién fue realmente y por qué// yo la vi morir, a sus ochenta años// sin cilicio ni látigo, sin marcas en su piel de jazmín, y el recuerdo de los mejores abrazos que rugen como un oso en mis días vacíos.

THA

martes, 13 de septiembre de 2016

El viento que no sabía que era viento.

Era un viento ineficaz, giraba sin sentido sobre la copa de la palmera y malgastaba sus preciosas hojas de rojo ocaso. Era un espíritu insulso, nada movía de su sitio, no era como otros vientos que desintegran galeones llenos de culpa con tan solo abrir la boca.

THA

lunes, 12 de septiembre de 2016

Cruz de Navajas en el Raval. Vendedor de cupones mata por error a un cura.

-Ha venido Pedro de la ONCE y te ha dejado una nota.
-¿De verdad, a ver? Dijo frotándose las manos, completamente excitada.
En el centro del papel se hallaba todavía una gota húmeda de café, de prolongaciones perfectas. Luisa aspiró el perfume de la nota con su buida nariz y acto seguido comenzó a leer:

Oh sí, te lo digo ya nena; voy a perder la cabeza: porque prefieres los negros que miden más de 1,85, los guiris rubios de ojos claros que se peinan como nazis y huelen a Johnson&Johnson, a los sudamericanos despeinados y tatuados que rulan en monopatín y tienen más de 40 años, a los blancos rapados de cara lampiña y a los asiáticos morenos occidentalizados... ¡Oh Señor! Me cago en todos ellos y me cago en  Calvin Klein. No voy a dejar de disparar a cañonazos mi pasión sólo porque te abrume el espectáculo de rosas ardiendo; yo ya dejé atrás el lastre de mis cuartos vírgenes y ahora sólo manda el centro neurálgico de mis comodidades. Tampoco voy a quitarme los aros de oro ni a cortarme las tracas, ni a peinarme como las sub especies que tanto te agradan; ¡Me gusta mi estampa de gilipollas, es menos grave que todo lo que veo! En este mundo de ciencia ficción donde nada es real pero todo va muy en serio; me parto de risa, todo es de risa, me río de muchas cosas, pero prefiero que me den por culo antes de verte pasear por delante de mi quiosco con todos ellos. No lo hagas más o tendré que arrancarles los dientes a chufas, a ellos o a quien ande desafortunadamente cerca, ya sabes… me pongo muy nervioso.
Atte

La nariz de Luisa se abrió como una flor, cerró los ojos e incrustó entre sus pechos turgentes la nota manchada. De un espasmo volvió en sí, agarró su Smartphone y acuciante llamó a Adolfo.
-Hola Adolfo cariño. ¿Te apetece dar un paseo después?

THA

viernes, 9 de septiembre de 2016

HIGO DE FRUTA

Mamá subió a ver al vecino y el niño escuchó una frase que como un eco interminable se repetiría en su cabeza durante todo el día; "El higo te chorrea"-el higo te chorrea-el...
Pasaron unos segundos y en la planta de arriba se escucharon golpes, y mamá gimió. Más adelante, el niño tacharía la grotesca algarabía de exagerada. Cuando volvió a casa, mamá lo encontró viendo la tele.

-¿Quién te ha dicho que puedes comerte un yogur a estas horas? -Dijo la madre.
-Tenía hambre.
-Apaga la tele y ven aquí -dijo la madre.
-No! El higo te chorrea -respondió el niño, satisfecho, en una mueca faunesca.

La madre lanzó con demasiada precisión la alpargata que impactó en medio de su pequeña cara.
-NO DIGAS ESAS COSAS!! Inquirió la madre.

El niño comenzó a llorar, pero en su rictus torcido se adivinaba que era más de rabia que de dolor. ¿Por qué no puedo tirarle la silla de madera esa a la cabeza? Caviló.

El niño salió a toda prisa del salón. La madre abusó de su zancada y lo atrapó antes de que se escurriera a su cuarto.
La madre le examinaba intentando adivinar la gravedad del golpe pero el niño cabeceó como un verraco y de la nariz cayeron contra el suelo gotones de sangre.
Espera aquí que traigo vinagre y algodón.
-¡No, el vinagre no! -Gritó el niño.
-Sí, el vinagre sí, y levanta el brazo izquierdo, como siempre, COÑO!
La madre dio dos pasos y el chaval disparó a modo de burla:
-Higo de fruta... Acto seguido corrió y se encerró en su cuarto. La madre volvió y golpeó la puerta ya empestillada.
-Abre que lo vas a poner to perdío y tu padre se va a encabronar.
-EL HIGO TE CHORREA!-----EL HIGO TE CHORREA!!--------- Repitió el niño atrincherado.
Elevó el brazo izquierdo, apretó el puño y comenzó a aporrear la puerta con cierta gracia y compás.
-EL HIGO TE CHORREAAAAAARG -hubo un breve silencio en el que tragó la sangre que pasaba de la nariz a la boca, luego continuó con el nuevo himno, el "higo te chorrea". Algo le decía que tenía el poder.

THA

Sólo sé que no sé nada.

La perfección no existe, es un ideal al que te puedes aproximar intuitivamente, de una manera abstracta; por la derecha, por la izquierda, por delante, por detrás, por arriba, por abajo; es decir desde muchos caminos. Para mí esto son //puntos de vista//. Y aquí pueden aparecer ciertos prejuicios; por ejemplo: alguien intenso puede equidistar, del punto medio, de otra persona que posee un carácter tranquilo, situado a modo de espejo en el otro lado. Sin embargo nos parecen completamente diferentes, y según la cultura o nuestra manera de ser, sentimos más afinidad o menos por esa persona, hasta ahí bien; pero lo q no podemos hacer, es negar su punto de vista porque enterramos información, (todas las variantes diferentes a las nuestras que le han ayudado a llegar a tal punto) la riqueza del otro y nos volvemos ignorantes. Así, el soberbio, el que cree saberlo todo de forma absoluta, y ve inválida cualquier postura, se convierte en el ser más estúpido, contradictorio, rígido e inservible. Paciencia, tolerancia; no estamos tan lejos los unos de los otros.
THA

domingo, 4 de septiembre de 2016

Shine on you crazy diamond

Mis manos están aquí para hacer vibrar cada partícula de tu universo de leyenda. Eterna en ellas, siempre fue un reto hermosamente interminable.
THA

Explicación

-Yo pensaba que... Y al final pues mira!!
THA

Odiosas comparciones

Un hombre jamás podría ser una roca en medio del mar, pero una roca podría ser un hombre en toda circunstancia.
THA

viernes, 19 de agosto de 2016

Mi pecho como antaño.

Quisiera derramar sobre tí mi inocencia, con toda la brutalidad de mi historia, con toda la magia de mi alma loca. Y un día ser aquel hombre que rajaba sandías sobre su barriga, y repartía rebanadas de pan moreno a sus nietos, suspendido en cada hora, habiéndolo hecho ya todo. 


THA

domingo, 7 de agosto de 2016

Estrellas

Sale el sol. Ahora miran ellas.

THA

viernes, 5 de agosto de 2016

Hueso y miseria

Recuerdo aquella tarde cuando me cubriste el cuerpo de bofetones, en el zaguán de la casa de la barriada, completamente fuera de ti. Estaba harto de esperarte y no quedaba nadie más en la puerta del colegio; Al resto de padres le importó una puta mierda que me quedase ahí solo.
Decidí volver a casa por mi cuenta y lo viví como una gran aventura. Pregunté por la calle Guadalete en varias ocasiones, para asegurarme de que todo lo hacía correctamente, a pesar de que sabía de sobra dónde vivíamos. Antes de cruzar la calle mayor, miré a la izquierda y a la derecha, volví a mirar, hice el amago de cruzar para que el coche frenase y cuando paró, crucé. Incluso miré al cielo por si acaso. Llegué al portal de casa, hice fuerza con la punta del pie y con las manos, tal y como lo hacías tú, pero sin éxito. Intenté alcanzar los botones del “fonoporta” pero todavía era muy bajito. Me senté en el suelo, espalda con pared, embobado, desenfocando la línea curva que dibujaban los barrotes rojos y blancos, admirando los  descomunales naranjos que quedaban detrás. Sentí que me había hecho mayor; ya podía volver a casa cuando hubiera de hacerlo. Después de un largo rato apareciste, doblaste la esquina de la panadería con bolsas del Pryca, o Continente. Se me llenó el pecho de alegría y me levanté del suelo. El resto ya lo conocemos. Aprendí la lección; No se me ocurriría moverme nunca más de la puerta del colegio hasta que vinieses por mí.
Hoy me llamas por teléfono. Al caer al suelo te has roto la otra muñeca. Te tienen que operar y me pides llorando que vaya a estar contigo y yo que no paso por un buen momento, que quiero desaparecer, entro en cólera y me gustaría abofetearte como lo hiciste ese día en el zaguán. Y entonces pasa; Siento que estoy muerto, que algo me acaba de romper en millones de pedazos, porque soy infinitamente peor que tú aquél día. Un miserable que se consume en el fuego eterno de sus miserias.

THA

miércoles, 3 de agosto de 2016

CONVERSACIONES DE BARRA.

-He cambiado los tenis de muelle por sandalias de cuero, me he comprado una colonia y un desodorante de esos. Dijo dándose importancia.
>>He abandonado mis camisetas imperio en el armario, que me hacían un rollo Bruce Willis espectacular que te cagas y he acabado poniéndome la mierda esta con la cara de un gilipollas. Dijo señalando la cara de Bukowski en su camiseta.
>>VAMOS! Que me he machacao los abdominales cada puto día de este verano pa el rollo de... FOH! Pero qué tonto que soy, ostia!
>>Perdón. Había derramado medio cubata en las piernas de ella tras un aspaviento.
>>Umm. ¡¡Pues eso!! Continuó tras apurar el vaso.
>>¿Sabes? ¿Y ahora pasas de mí? Aquí solo pasa una cosa chica, solo una. Y es que no me has visto caminando el boogie. Decía clavando medio índice en la madera de la barra que parecía que se partía una cosa u otra.
>>Ni lo vas a ver. Se esfumó por la puerta. Ella se asomó por el cristal. Le vio caminar el boogie por la calle. Desesperada abandonó el local, pero ya era demasiado tarde.

https://www.youtube.com/watch?v=cbezj9W2dXQ

lunes, 25 de julio de 2016

TINGVALL TRIO//JAZZ//LAMARDEMÚSICAS//CARTAGENA//25 AÑOS

El esclavo se puso detrás, se giró a su perfil, ella miraba al frente. 
-Donde le rasco ama?
-Un poco más arriba, no tanto, bien. Ahora a la derecha. Bueno. No está mal Luis alberto, nada mal. Dijo ella mayestática.
A dos metros el colibrí bateaba frenético sin torcer el gesto. Los miró como diciendo "chicos, cada uno es como es".
En la quietud de la noche, la araña practicaba el asesinato sobre una mota de polvo. Papá la descubrió al encender la luz rosa. La araña movió el culo, dio varios saltitos y comenzó a tejer un círculo de seda hipnotizante.
THA

CAMALEON

El color que más me gusta no es el estridente, ni el que sabe a labios ensangrentados, ni el brillante reflejo de un mar que es únicamente mío, y tuyo. Tampoco el del exangüe pozo negro, ni el de acantilados de cristales rotos, no, no es el azul lleno de lágrimas, ni el gris miserable del chicle aplastado en la acera gris. Y me da igual que se me relacione con alguno en especial, no me avergüenza, porque a veces se mezclan en ecos de oro y la vida es fugaz como para cortar los destellos de una libertad mínima.

THA

martes, 12 de julio de 2016

La Culpa


La Culpa

Por las rejas blancas se colaba Double Crossing Time y hacía 30 grados. Me dejé escurrir por la silla de metal hasta apoyar la nuca en el afilado respaldo y el culo muy lejos del asiento. Por la era no pasaba un alma, solo una brisa agradable que se colaba de tanto en tanto entre la paja de mi sombrero pavero. Me relamí de sed los labios secos. Los brazos permanecían caídos y los dedos acariciaban la tierra. En un toque sutil de muñeca atrapé el vaso de plástico rojo y admiré fascinado su anatomía. Bebí la mitad, el resto lo vertí sobre la cabeza. <<Sí, todo esto sabes hacerlo muy bien>>  pensé. El  olivo desvencijado me miraba fijamente a los ojos. <<Ya, pero no dejas de ser un miserable>> pensó.

THA

martes, 31 de mayo de 2016

DIAS A PLENO SOL

Hoy me he desvelado. He intentado volver a dormir pero mi mente estaba despierta de verdad, y por su cuenta ha viajado, como en muchas otras veces, a aquella época.
Recuerdo un tiempo sin envidias, fraternal, de compañerismo total, de continua diversión y felicidad.

Entonces me ha apetecido nombrarles en voz alta; Mariano (mi primer amigo), Martos, Juanmi Delgado, Pedro Parra Navarro, Mulero, Antonio, Salvador, Damián, el rabioso Calero, Ángel (que en paz descanse). Mi gran amigo Jose Lara, Sergio Martínez, Pedro Martínez, el otro Pedro el que se parecía a Slater de salvados por la campana, Jesús Yuste Vergara, Francisco, Fran, Ana, Mayte, Inma, Marta, Juana, Mercedes, etcétera. Es curioso que no recuerde los apellidos de ellas. Siempre estaba con mis colegas, con los que compartía mis aficiones como el fútbol y el ajedrez. Quizá sea por eso. Divagando entre pensamientos considero que también hay un componente machista; yo he sido siempre muy competitivo y podría ser que las desechara como rivales por el simple hecho de que fueran “chicas”.
No obstante me encapriché de unas cuantas; Lidia fue la primera, una niña pequeñita de tez muy morena, agitanada. Me parecía preciosa pero yo era muy tímido para expresar algún sentimiento. Eso sería en primero o segundo de primaria. Luego “sentí algo más fuerte” por otra chica; Sandra Cegarra, de esta sí que me acuerdo de su apellido, lógicamente. Lo más que hice con ella fue echar un sueño en sus piernas, al volver de una excursión del colegio. Sencilla y maravillosa siesta. En mi último año me empezó a gustar Ruth. Un día pensé en preguntarle si querría salir conmigo, y me entró vértigo, porque entre otras cosas no sabía qué significaba eso, qué tendría que hacer si me decía que sí, porque yo tenía claro que diría que sí... Ese año dejé el colegio y me hicieron la mejor fiesta de despedida que he recibido en mi vida.
Puedo decir que quise a mis compañeros tan profundamente como puede querer un niño. Eran mis hermanos.
Aunque nuestros apellidos no fuesen distinguidos y realmente procediésemos de familias humildes, algo básico nos convertía en los seres más importantes; éramos niños.

Mi infancia ha sido muy feliz y está muy relacionada con el Colegio José María de Lapuerta.
Por lo que siento y me han dicho, recibí comprensión, paciencia y mucha atención por la profesora de infantil. Tengo una memoria malísima, y no recuerdo si se llamaba Mª del Carmen, Rosa María, si me tuvo que soportar en la clase de la estrella o de la tortuga… Seguro que le di mucha guerra.
Mi primer profesor fue Don Dionisio. Le recuerdo algo mayor y cálido. Me trató con cariño y siempre tenía palabras de ánimo. “sonríe, tu cara es de melocotón” me dijo una vez. Es increíble la importancia que pueden adquirir las palabras de alguien a quién admiras. Y yo le admiraba, como a todos los tutores que tuve en primaria.
En tercero y cuarto de primaria mi tutor fue Don Antonio López. Quién desató consciente o inconscientemente mi competitividad. Sus divertidos juegos de lucha y los bonos que sumaban para la calificación final hacían que me esforzara al máximo. En la “lucha” la clase se dividía en dos filas, de pie una frente a la otra. Un componente de un bando formulaba una pregunta y la dirigía a otro del equipo contrario. Quiero recordar que si errabas en la respuesta, Don Antonio repicaba sobre su mesa dos veces seguidas, con la contera roja de su lápiz, lo que suponía tu eliminación (te ibas a tu mesa) y si golpeaba una sola vez, significaba que habías acertado y continuabas vivo. El equipo que quedase en pie ganaba un positivo. Una clase aburrida o un día tonto de distracción general era el escenario perfecto para gritar ¡LUCHA!, levantarnos todos de nuestros pupitres, apartarlos y empezar la pelea.
Si estábamos en clase de geografía, podías preguntar capitales, sierras, ríos y afluentes. Durante una clase de matemáticas la “lucha” era de cálculo mental.
Para mí era particularmente estimulante porque nunca me ha gustado perder…

Y en ajedrez perdería bastante, lo que hizo que me enganchara. Casi todos mis amigos nos aficionamos rápidamente. La apuesta por el ajedrez por parte del Colegio  fue un acierto total y su continuidad creo que es un motivo por el que sentir orgullo.

Marifé fue mi tutora de 5º y 6º de primaria. Mi profesora preferida de lejos. Para mí es “La profesora”. No fue la más divertida, ni la más cariñosa. Pero me enseñó de verdad. Cuando me torcía, me corregía con la maestría que solo un profesor experimentado posee, y con la voluntad e intención innatas que atesoran las buenas personas.  
Más allá de mi más que evidente agradecimiento al Colegio José María de Lapuerta, desearos que continuéis la enseñanza infantil y primaria con cariño y dedicación, y que los niños que tenéis hoy os recuerden como yo lo hago a menudo.

Con gran afecto

David Sánchez Gutiérrez 

domingo, 15 de mayo de 2016

EN SUSPENSIÓN Y ANOTA

En memoria del abuelo de Ignacio, de Gerard, de Susana y mío. En memoria de todos los abuel@s.

El abuelo Juan ha muerto. Ya no dirá más verdades como puños. Luchó en la guerra civil, una mina le destrozó los riñones, lleva metralla en el tobillo derecho que recibió en la avanzadilla Robledo de Chavela en el 36, sufrió tuberculosis, etcétera. Anoche un catarro acabó con él.
Mi abuelo criaba cerdos cuando conoció a la hija de un rico latifundista malagueño. El abuelo Juan medía cerca de dos metros, de piel tostada y pelo rubio, con los ojos de un azul traicionero, eso dice mi abuela a modo cariñoso. Azul como el mar Alborán. Si esas viejas fotos en blanco y negro no engañan, mi abuelo ha sido el hombre más atractivo que he visto jamás. 
Pronto se casó con ella. A pesar de que Juan era analfabeto, mi abuela Amanda se derretía al imaginar sus retoños entre aquellas grandes manos. Siete hijos y diecisiete nietos. Yo soy el mayor de todos los nietos.

Ojalá no hubiera llegado a tiempo al hospital, porque cuando llegué agonizaba y miraba al techo con sus ojos azules inyectados en sangre, sin ver nada. Le hablé y agitó los ojos de derecha a izquierda, comenzaron a escurrirse lágrimas por ellos. Me había reconocido. Le di mi mano pero no consiguió apretarla contra la suya. No sé si esas lágrimas eran de despedida o pura desesperación y por eso digo, que ojalá no hubiera llegado a tiempo y ojalá aparezca aunque fuera su espectro y me dejara claro que significaba su adiós. Le administraron morfina y volví a casa junto a mi abuela. Dormí un rato, poco, pues mi padrino me despertó para darme la noticia.
Mi abuelo me idolatraba, soy su nieto preferido “es médico y juega en la selección española de Baloncesto”, así me presentaba en cualquier lugar. Si había un deportista, yo era mejor deportista y encima médico, y si había un médico, yo era mejor médico y además deportista de élite, cosa que el medicucho no era. En la cena de navidad o fin de año siempre me dedicaba un brindis delante de toda la familia, “por mi nieto, al que más quiero, que está aquí conmigo y ha venido a verme, no como otros”. ¡PAM! Golpeaba la mesa al terminar. Y todos tenían que brindar y beber.

Hace muchos años dábamos la impresión de ser una familia unida, parecía que nos queríamos pero poco a poco se fue rompiendo todo. La envidia destruye familias. Hoy los hermanos no se hablan y nosotros los primos estamos cada día más separados aunque todavía queda algo del calor de aquellos años buenos.

En el pueblo velamos al muerto durante dos días. De esa manera damos tiempo a que los familiares y amigos visiten el cuerpo, se despidan de él y muestren sus condolencias.
Mi abuela Amanda se había vestido de negro. Permanecía sentada al lado de su marido, rezando el rosario, pasando cuenta a cuenta una y otra vez junto a otras vecinas que hacían lo mismo.

Miré alrededor y percibí el decaimiento general como es lógico y después, la excepción; el tito Francisco. Estaba en la puerta recibiendo a la gente como si fuera el relaciones públicas de una discoteca, con su traje negro reluciente y corbata roja, atendiendo al teléfono que no cesa de sonar, con una sonrisa de oreja a oreja. Miré al féretro, no había visto el cuerpo todavía, vacilé en acercarme pero me desvié y fui a por mi tío.
-Escúchame. Dije agarrándole por la manga.
-Espera, espera. Me respondió mientras ojeaba el móvil.
-Subnormal. Dije claro y alto mientras buscaba en mis bolsillos, cigarro y lumbre.

Entonces apareció mi padrino y menos mal, porque el tito Francisco tiene malas pulgas y hubiera tenido que arrancarle gustosamente la cabeza para tranquilizarlo.
La salud del abuelo era frágil, había ingresado en el hospital en varias ocasiones, cada vez perdía más autonomía, pero su marcha no era ni mucho menos para mostrarse dichoso.

-Pedazo de cabrón. Dije en alto nuevamente y me dirigí hacia la cama donde se dispuso el féretro abierto. Un fino cristal aislaba al abuelo de todos nosotros. Estaba vestido con un traje gris claro y una camisa blanca. Su corbata era de un precioso color ocre acompañado de pequeñas hojitas de olivo. Vi algodones en su nariz y me toqué la mía, me pareció incómodo aquello ahí incrustado. La piel de su mejilla era ya una delgada cubierta de su osamenta. Sentí mucha pena. 

Me agarraron por detrás, era mi primo Samuel. Nos dimos un abrazo y disparé primero; ¿cómo estás? Me contestó; <<calla calla>> Supe que me iba a contar una historia porque así comienzan todas sus historias.
Trabajo vendiendo seguros de vida. Me  pateo toda Cartagena, trajeado, con mis zapatos impolutos e incólumes y mi maleta de cuero falso, es decir; niquelado.  Pa arriba y pa abajo sudando como un gorrino. Pero estoy agobiado porque no me pagan si no vendo un mínimo de seguros al mes. Total, que el otro día se me acabaron los barrios donde la vida no corre peligro y me adentré en los pisos rojos de las seiscientas y luego en Lo Campano. Acabé en chabolas de gitanos fumando y bebiendo lo que me servían. A los días siguientes volví y los gitanillos pequeños gritaban al avistarme desde cualquier promontorio: ¡¡El de los muertos está aquí otra vez, el de los muertos mama!! Y corrían a sus casas. A otros les parecía divertido lanzarme piedras.
-Que pase, que pase y se siente, dale algo pa la picota. Les soltaba la retahíla y ellos encantados. Yo creo que estaban aburridos. Salía por la puerta y el patriarca le gritaba a otro aconsejándome. –¡¡Chacho, que tiene la muerte mu barata premoh, ábrele la puerta!! Mira Samueh. Me susurró a la oreja como si fuera un secreto increíble. -Te va a í a la casa esa, son Los guazníos, son familia mía Samueh. Gritando esto último. ¡Aquí tos somos familia Samueeeh! Tú si quiere ya ereh de la familia, ¿comprende? ¿Quiere un poco de mandanga Samueh? Mira, he pensao que no vamo a senta ahora mihmo y no vamo a fumá un tronco que te va hja caer des-parda. No va a sé to trabaja, no. Le dije que estaba bueno pero para qué más, tuve que comprarle hierba. En fin, salí tieso del chamizo. Lo bueno es que el guaznío no me pudo sacar nada y fumé de balde, pero no veas la que me dio con los jilgueros de competición, primo.
En una semana he vendido más seguros que nadie así que no estoy mal, pero triste como tú por el fallecimiento del abuelo Juan, ¿verdad?
Dijo tranquilamente agarrándome por los hombros.
No paraba de entrar y salir gente. De repente dejaron paso a alguien que llevaba una figura a cuestas. Era mi madre que traía a la patrona del pueblo. Las amigas de mi abuela se levantaron y encendieron cirios a los pies de nuestra Señora de las Misericordias. Mi abuelo era ateo, mi madre era atea, pero se justificó rápida, “esto es lo que se hace aquí y ya está” Su aliento olía a vino.
-Hola muchacho. Me tocó la espalda alguien muy bajito.
-Hola qué tal. Ignacio, nieto de Juan. Nos dimos la mano.
-Eres la viva imagen de Juanico. Yo me llamo Roosevelt. Soy de Ecuador y llevo aquí 40 años por culpa de tu abuelo. Dijo sonriendo.
>>Salte fuera conmigo un segundo ¿quieres?

Conocí a tu abuelo en Ecuador hace unos 50 años. Fue allí acompañando al padre de Amanda por cuestiones de trabajo. Les serví de chófer entonces. Nos caímos en gracia y le insistí en que me acompañara a hacer una excursión a la laguna de Cube, un lugar maravilloso de la provincia Esmeralda. Cuando llegamos, tu abuelo quedó prendado; había monos, multitud de aves y árboles grandísimos... Era un lugar salvaje y apartado de la civilización. Anduvimos un buen rato y al punto le señalé; ¡Ahí vive mi padre! Se creía que le tomaba el pelo, pero mi padre se asomó y nos saludó como si nada. Cuatro patas de madera alzaban a una gran altura la casa de mi padre; unos 4 metros cuadrados por dos de alto, no más. Una choza en lo alto Ignacio, ¡sin suelo ni paredes! Era simplemente una estructura formada por cañas y  cuerdas y ahí vivía él, solo, los doce meses del año. Tenías que fijarte por dónde pisabas porque podías meter el pie en un hueco y hacerte mal. En una de las esquinas había un tablón de madera, su cama. El techo lo cubría un toldo blanco que por la noche se abría y cerraba la choza, protegiéndola de los mosquitos. El toldo estaba ennegrecido ya que el horno se situaba debajo de la choza. Tu abuelo se ofreció a limpiarlo en el río. Empezó a aporrear el toldo y debió molestar a una serpiente verde que se puso de pie delante de él. ¡Del susto soltó el toldo y la corriente se lo llevó río abajo! Corrió como una hora a la vereda hasta que el toldo quedó en una orilla. Le dije que bueno, que cómo era capaz un hombre de su talla asustarse así y se enojó tanto… Cuando volvimos a casa mi padre nos gritó ¡UN JAGUAR!
¡El jaguar estaba a varios metros subido a la rama de un árbol! Me cagué de miedo pero tu abuelo seguía enojado y sin pensarlo se acercó al árbol medio seco de al lado y jaló y jaló hasta derribarlo en la dirección del jaguar que se marchó asustado. Mi padre le llamó loco como unas veinte veces seguidas pero fue imposible borrarle la sonrisa de la cara, había vencido a un jaguar.

Era increíble que no supiera nada de esa historia.
Salieron por la puerta una marabunta de personas. Introdujeron a mi abuelo en un coche fúnebre. Era la hora de la misa.

Entramos en la ermita y me senté en primera fila junto a mi primo Samuel y mi hermana Cristina. El cura era muy joven y sombrío. De pelo negro y tez blanca, con unas ojeras que daban pánico. Se situó detrás del altar y puso una música extraña con la que entró en una especie de trance. A menudo hablaba en latín, miraba al infinito, parpadeaba con los ojos en blanco, se dirigía constantemente a la cruz de madera que estaba a su espalda y en un momento de la misa, de forma absolutamente inesperada, se echó al coleto como medio litro de vino. 

-Está colocado, ¿verdad? Me susurró Samuel.
-Yo que sé, a lo mejor está nervioso.
A mí también me lo parecía. Le imaginé saltando sobre el altar enseñando sus partes más débiles mientras vomitaba la sangre de cristo. Menudo espectáculo. Mientras mi abuela Amanda estuviera contenta nunca diría nada. La miré, todo parecía ir bien.

El cura se acercó al ataúd, lo cerró con un aspaviento de hombro y posteriormente salpicó agua bendita sobre él, mientras se decía algo en latín. Imaginé que el chaval con ojeras resucitaba a mi abuelo y tuve que salir fuera, porque a pesar del dolor, me golpeó un acceso de risa insoportable.
Fuera de la ermita ya no tenía ganas de reírme. No volví a entrar. Comenzó a chispear. Las nubes cubrieron el cielo.
Terminada la misa fuimos a enterrar al abuelo. No creía que nunca más fuese a verle, no podía creer que cada vez que volviese al pueblo, él no estuviera esperándome para darme un abrazo. Mi abuelo.

Comenzó a llover con más fuerza. Los pájaros se callaron y las moscas desaparecieron. Atravesamos el camposanto hasta llegar a la tumba donde yacería junto a su madre. La bisabuela Manuela. En cada racha de viento, las gotas azotaban nuestras manos y caras. La oscuridad se acostó en la cresta de la montaña, e hizo efectos sobre  palmitos y farigolas. El mar bravo y arrepentido hacía avanzar vibrante la montaña sobre nuestras cabezas.
        
El conductor fúnebre abrió el maletero y sacó el féretro. Apretó la lluvia. Lo abrió para que sus hijos se despidieran por última vez y depositaran objetos dentro. Apretó la lluvia. Mi madre, en gesto sorpresivo sacó del ataúd un papel y mi tía Elvira le gritó colérica, empujó y la tiró al suelo. Mi madre comenzó a llorar. Me acerqué rápidamente, la levanté y vi que se había destrozado la muñeca. En su mano había una foto. Siete niños junto a su padre. La cara de una de ellas tachada con permanente negro. La cara de mi madre. Rata, hija de puta. Me acerqué y avisé a mi tía Elvira que si no se apartaba inmediatamente cometería una locura. Mi padrino le ordenó retirarse. Ocupé el lugar de la zorra y de mi madre. Subimos con dificultad los escalones. Amarramos con la cuerda el ataúd. Mi madre se acercó al borde de la tumba y sollozando suplicó; “No te vayas papá, no te vayas papá... Por favor, no te vayas”. Sonó la melodía del Equipo A y el tito Francisco tuvo el reflejo de coger el móvil. Por su culpa se le escapó la cuerda al enterrador. El traqueteo hizo que se abriese la puerta del féretro quedando mi abuelo Juan con el ojo izquierdo abierto. Agarré la cuerda sin saber todavía cómo.
-¡PACO SUBNORMAL! Grité. Paquico se encogió de hombros.
Al inclinarme cayó del bolsillo de mi americana un tanga negro que voló hasta introducirse dentro con el abuelo. Lucía, la camarera cordobesa del BeCool. Recordé para mí.
–Canasta. Dijo mi padrino sonriéndome. Cerramos el ataúd y lo bajamos. El enterrador tapió con cemento la tumba y la terminó de cubrir con la placa de mármol.
Se hizo el silencio. La lluvia cesó por un instante y luego volvió a apretar.  

DEP-THA

martes, 3 de mayo de 2016

EL BIZCOCHO DE LA MODISTA

Chelo es la modista del tercero. Tiene 71 años, su pelo es amarillo pollo. Su pelo es un escándalo, rígido con mucha laca, es como un limón gigante. Chelo es súper querida en el barrio, la modista de referencia y un pozo de sabiduría.
-Chelo, qué le pasa a Paco el vendedor de cupones, ese que berrea “la suerte” en el pico esquina de Lepanto con la calle mayor, se le ve asqueao al pobre. Ya no berrea.
-Su mujer es una lagarta. Dice mostrando la encía superior derecha.
-Ya, algo había oído Chelo. Algo había oído. Responde la cliente empequeñeciendo los ojos.
Ayer me crucé con Chelo. Yo caminaba por la acera y ella salía de su casa. Chelo no tuerce el cuello para mirar a ambos lados porque sufre de una artrosis importante. Si el riesgo de colisión es elevado, entonces gira el tronco entero, como los jabalíes que corren rectilíneos, quiero decir; salió sin mirar y tuve que pararme en seco para no llevármela por delante.
-Joder. Espeté mientras me engullía una nube de laca y un perfume que me recordaba al polvo de talco.
-Truemle truemle. Murmuró a lo bajini. No entendí nada.
-Bruja. Recé bajo. Entonces se paró delante de mí y yo me paré también, fueron tres segundos de reloj. Era imposible que una mujer de 72 años escuchase tal infrasonido. Sus hombros parecían meditar un giro de 180 grados pero respiró profundo y continuó hacia delante.
Recordé que ya había sufrido a la modista en otra ocasión. Paseaba a su nieta Yolanda en el carrito cuando esta tenía 3-4 años. Os aseguro que aquél carrito aplastó cuanto se cruzó en su camino. “Tengo prioridad” Dijo desgarradoramente después de pasar por encima de mis pies y mancharme las adidas nuevas.
-Chelo es idiota mamá. Dije cuando llegué a casa. Me llevé un sordo pescozón como se dice en mi tierra.
-Chelo es amiga de la familia. Recalcó. Ha sufrido mucho en esta vida y ha sido muy buena conmigo y con tus tíos.
Y a mí qué me importaba eso. Era idiota y punto.
Chelo se casó joven con Pepe. Un ejemplar de nariz roja que trabajaba en la huerta murciana. Un bebedor de vino empedernido, Pepe el caga-uvas. Pepe murió a lo Elvis Presley, de un infarto sentado en la taza del wáter mientras bebía cognac.
En el barrio todos manifestamos nuestras condolencias. No obstante Pepe había dado mala vida a Chelo y a las dos criaturas que trajeron al mundo: María y Martos.
Martos “el terrible” era muy alto y muy feo, con la cara llena de granos primero, y llena de socavones después, de puños gigantescos y huesudos. Se dedicaba al pequeño hurto; robo de bombonas de butano, cableado de cobre, etc. Luego pasó a robar vespinos y a frecuentar la cárcel.
María se casó con un tipo que se parecía físicamente a su hermano Martos pero que era más tonto. Y con él tuvieron a la pequeña Yolanda que ahora tiene 19 años. Tiene el pelo igual de amarillo que su abuela y un físico perfecto, pero la cara es del padre. Yolanda era la niña de sus ojos, su única nieta. A cada momento la visitaba y cuando se marchaba de casa, el padre despotricaba; “tu abuela es una pesada, tu madre es una pesada, es que no tiene otra cosa que hacer, que venir a mi casa a dar el coñazo, a ver si se apunta a eso del inseso y se busca un viejo que la alivie un poquico”. Con los años Yolanda decidió olvidar a su abuela, expulsarla de su ínterin y ahora vaguea por las calles luciendo culo prieto y cara de caimán.
-Abuelica Chelo, dame 5 euros pa un paquete de cigarrillos.
-Toma hija. Le responde con desgana y visible derrota.
Adelanté a Chelo, entré al supermercado. Elegí con criterio inventado las dos mejores manzanas. Cuando llegó mi turno puse las dos manzanas en la cinta negra y mientras avanzaba mi desayuno entró Chelo por la puerta, cogió una botella pequeña de bezolla, se saltó la cola y con un chasquido de uña postiza lanzó perfecta una moneda de 50 céntimos encima del peso.
-Bote. Dijo. La botella costaba 45 céntimos. Después me tocó a mí.
Chelo, qué grande eres, por Dios. Si yo hago eso, me pegan dos hostias.
Salí del supermercado, miré el reloj, llegaba tarde al trabajo. Apreté el paso, tenía que cruzar a la otra acera pero no dejaban de circular automóviles, extrañamente, porque es una calle muy poco transitada. Doblé la esquina y ¡Ra-Ra-pum-Ras! Una ventosidad como una traca de petardos “carpintero” retumbó a lo largo y ancho de la calle. Se trataba de Chelo. Mi yaya siempre decía que mejor fuera que dentro. Me hizo gracia al principio hasta que me llegó el tufo.
-¡Joder!
-Truemle truemle. Musitó.
Miré desesperado a la carretera pero no cesaba el trasiego de coches. Volví a mirar el reloj. Entonces me propuse adelantarla como si se tratase de una carrera de fórmula uno. Chelo frenó de forma brusca, aproveché e intenté adelantarla por la izquierda, entonces viró renqueante a la izquierda también, evitando una mierda de perro. Sorteé la catalina yo también, suspiré, decidí superarla por la diestra, pero entonces Chelo se desplazó a la derecha recuperando su posición primera.
-¡Increible! Es imposible no puede ser, pensé.
-Mumble, ñam ñam. Masculló.
Pero qué ojete estará diciendo. Me estaba poniendo frenético. La rebaso finalmente, pasando de puntillas justo por el borde de la acera y ahí estaba yo haciendo equilibrios ante un tráfico que había desaparecido. Me resigno, cruzo la calle y esprinto.
-¡Adiós guapo! Mumble truemle. Me dijo Chelo sin torcer el cuello. Continué mi camino e hice como que no la escuché. El autobús se acababa de marchar. El siguiente pasaría en 15 minutos.
Ayer había trabajado toda la noche y hoy entraba a medio día. Me encontraba muy cansado, me dolía la planta de los pies. En la marquesina había tres asientos, dos de ellos recién ocupados por dos negras. Daba la impresión que eran madre e hija. Me senté al lado de la madre. Llegó Chelo a la parada. Me levanté y le cedí mi asiento.
-Muchas gracias Daniel.
-Soy David pero no pasa nada.
No, no fue un error. Chelo la modista no se equivoca. Se había propuesto dármela mortal. Dijo Daniel a propósito. Que me parta un rayo si se ha equivocado. Miré al cielo, hacía un día precioso de Mayo, completamente despejado, sin una sola nube. Ni un coche en la carretera, sin transeúntes por la acera, la calle quedó sumida en un silencio sepulcral. Cerré los ojos. Recordé la catedral de Cádiz y la tumba donde yacen los restos de Don Manuel de Falla; la sala central que precede a la cripta presenta una acústica increíble y repite en un eco formidable cada pisada que propinas. Pa-Pam// Pa-Pam. Que le follen al trabajo. Me he duchado, voy peinado y perfumado, visto ropa limpia, soy resolutivo y buen compañero. Deberían llevarme en palanquín.
¡Cric cric cric! ¡Cric cric! Sonaban las esclavas de Chelo.
¡Cric cric cric! ¡Cric cric! Miraba el reloj incesante.
-¿Sabéis si ha pasado ya el 4? Preguntó Chelo.
-Si cariño acaba de pasar. Dijo la madre.
-Vaya. Llegaré tarde. Ele me va a matar. Ele es el peluquero culpable del tupé que lucen la mayoría de ancianas del barrio. Sé quién es porque mi abuela y mi tía abuela son clientes.
“Una mujer aunque sea un vejestorio nunca deja de ser coqueta” Dice siempre mi abuela.
El ¡Cric cric cric! ¡Cric cric! Se repitió unas cuantas veces más hasta que me acostumbré. Entonces cesó el repiqueteo y abrí los ojos. Chelo miraba en silencio a un punto fijo. Seguí la trayectoria. Contemplaba un colchón arrumbado entre dos contenedores de basura. Imaginé qué estaba pensando; Pensaría que pronto moriría y que su viejo colchón lo dejarían ahí, tal cual.
La modista se puso en pie y se acercó a la carretera. Como por arte de magia apareció el autobús L4 y paró justo delante de ella. La pole position era indiscutiblemente para Chelo. El rabillo de sus ojos era extraordinario y mantenía a raya a las negras que acechaban por la retaguardia. De izquierda a derecha, de derecha a izquierda, inagotable, sin girar un ápice el cuello de yeso. Subimos al autobús, hizo dos paradas y Chelo bajó. Yo continué cinco paradas más.
-Buenos días, siento el retraso.
-No pasa nada, ve a cambiarte.
Me siento ante el ordenador y la enfermera me enseña una radiografía.
-Mira este húmero.
La cabeza del húmero estaba completamente fracturada y desplazada.
-¿Esto de quién es?
-Ahora mismo, es una señora mayor que le han intentado robar el bolso y la han tirado al suelo. Está esperando ser visitada en el box 5. Ya le hemos dado analgesia.
-¿Cómo se llama?
-Consuelo.
Y la han tirado al suelo…Pensé. La medicina embrutece. Espera, ¡es Chelo la modista! Seguro que es ella. Llegué al box y ahí estaba llorando con la nariz hinchada y el brazo izquierdo recogido sobre el derecho. Un morito dice, “ha intentado robarme el bolso pero no le he dejado”. Le dije que debía ir al hospital porque tenía el hombro roto y comenzó a llorar desconsoladamente hasta que pasaron dos minutos en los que intenté calmarla. Entonces se secó las lágrimas y en silencio miró al infinito.
-En seguida llega la ambulancia Chelo, corazón. ¿Vale?
Pero Chelo no respondió. Pensaba en el colchón arrumbado.
El domingo fui a casa de mi madre. Era el día de la madre y allí estaba Chelo. Me dio dos besos y un pellizco en el moflete derecho.
-Te he traído una cosa para ti. Me ha ayudado una amiga mía que se llama Mercedes. Esta que vive ahí en el bajo B al lado del bar Jaimito.
-No hacía falta mujer. Muchas gracias.
Sin duda, el mejor bizcocho que he probado en mi vida.

THA

miércoles, 10 de febrero de 2016

AZAR-White light, white heat

Se proclamó la independencia. Ciutat Vella reventaba de senyeras y confeti bicolor. En la calle princesa un chaval gritaba rodeado ¡¡Cartagena planeta!! ¡¡Viva Cartagena, cabrones!! Respondía así al cántico "espanyol el que no voti". Se bajó los pantalones y en la confusión, un motorista subnormal atropellaba a un gato sin inmutarse. Del enjambre surgió un cachorro blanco, sangrante y huérfano. Pensé en el azar de la muerte repentina, ¿quién cree que se libra por cada una, de esa suerte? Nadie dirá las palabras que no han de ser dichas. La muerte amenaza a la vida como la vida sobre lo muerto ya. Ir y venir, todo es tragedia. Impávido lo cogí y nos fuimos a casa. Lo examiné con sumo cariño. La sutura fue perfecta. Después lo lavé con agua tibia, me tumbé en la cama, lo apoyé en mi pecho, su cabecita desproporcionada temblaba y se sostenía con dificultad. Miré sus ojos azul glacial, inversamente cálidos respecto del mundo.   


THA

lunes, 1 de febrero de 2016

UN GIRO INEVITABLE. EL MONSTRUO FINAL

–Oiga, escuche atentamente, hemos terminado ya, se ha acabado –dije tranquilo–, hay otros pacientes que tengo que atender, entiéndalo.
Pero yo no quería atender a nadie más, eran unos pelmas, unos cabrones cansa-almas. Quería salir de ese cubículo blanco que huele a muela picada, quería irme muy lejos: ir al muelle y subir al yate de un ricachón australiano al que dejaríamos en tierra su mujer maciza y yo. Dios, ¡¡qué pérdida de tiempo Antonio, me repetía a mí mismo!!
Mi tocayo padre, a mi edad, se paseaba por Málaga con un alfa romeo rojo descapotable y las mujeres le caían del cielo, “era un proceso justo”, me ha dicho alguna vez, “algo que debía pasar”. Conoció a García Pelayo, ganaba millones de pesetas en la ruleta. Dinero, el sudor de un culo orondo en los asientos de cuero beis, un puro de los caros entre los dientes y problemones.
–Eh, Eh Doctor, ¿me ha dado las recetas? No las encuentro.
Sabía que me quejaba de vicio. Yo era joven, más guapo que él, tengo todas las chicas que quiero pero, sucedía algo extraño, algo sucedía, había una cierta discordancia: él tenía una cabellera negra poderosa y a mí me clareaba el asunto, le llamaban Tony y a mí, Antonio.
El yate y la maciza, el yate y la maciza, el yate y la maciza... No podía parar de pensarlo.
Sé perfectamente que los pacientes no venían por conocer el estado de su salud. Venían por la mía, si, eran zombies hambrientos que venían por mi jugoso cerebro…
–Llevo esperando 2 horas y no me ha aclarado nada –dijo la señora arrugando la receta– ¿Cuál es el antibiótico? ¿Qué pasa si no me lo tomo? No me gustan los químicos. –Giró la muñeca artrósica e hizo sonar las mil pulseras que llevaba.
–De algo hay que morir señora –dije sin energía–, ya le he explicado que tiene una neumonía. No tomarlo puede acarrear, puede sucederle que…Espere.
Me levanté del asiento. Abrí la puerta y mil zombies de ojos mióticos se abalanzaron sobre mi jugoso cerebro. Hice un ademán dejando claro que todavía no les tocaba. Fui a beber agua. No me salían las palabras, no se trataba de que mi oratoria fuese horrible o pobre en vocabulario, es que no me interesaba en absoluto bregar más, era terriblemente aburrido. A mi paso escuché cómo rezaban las oraciones zombies. Un cuchicheo que interpreté como: << ¡Jah! ¿Cómo se atreve a hacer un descanso, cómo se atreve? Tenemos hambre, tenemos hambre>>. Llevaba 5 horas escuchando síntomas surrealistas e historias inverosímiles; pensé en las 5 horas y tuve retortijones así que después de beber agua fui al wc. 15 minutos más tarde entré en el cubículo, la paciente no estaba. Antes de cerrar la puerta fui abucheado por el público de forma unánime. Pedían mi cabeza, habían pagado la entrada, habían pagado sus impuestos, era justo. Pobres almas doloridas, in-atendidas, a punto de la destrucción total.
Quedaban 2 pacientes: el hipocondríaco de CI bajo y el histriónico-sádico. El primero fue pan comido, un electrocardiograma curativo y listo. El paciente volvería en el caso de que apareciesen ciertos síntomas, pero sé que era probable que de la consulta fuera al hospital a causa de un nuevo ataque de muerte inminente, de probable pronóstico infausto. El histriónico- sádico era un filipino idiota de 23 años que consultaba por enésima vez un dolor abdominal que jamás había presentado, además de su eternizada uretritis. A su juicio tenía cáncer de estómago y aunque le habíamos pasado en dos ocasiones los tubos por el esófago continuaba intranquilo y quería que le hiciésemos más pruebas, rogaba encarnizamiento extremo. Se dejaría cortar por la mitad. La conversación era un callejón sin salida:
– ¿Seguro que no hay algún tipo de cáncer que no pueda ser objetivado por la endoscopia? –Dijo compungido el filipino.
–Quítate los cascos para hablar, por favor –respondí como su puñetero padre.
– ¿Crees que puede ser perjudicial estar escuchando música todo el día? –Añadió a la primera pregunta.
–En tu caso resulta perjudicial –dije–, es reggaetón, ¿verdad?
Se levantó cabreado y dio un semiportazo. Yo hice lo mismo. Después me dirigí al servicio de urgencias de atención primaria. Esa tarde doblaba turno. Doblaba turno tres días por semana. Los residentes somos mano de obra barata. Antes de cruzar por la puerta del centro de salud, una vocecilla del mostrador me dijo:
–Antonio, antes de marcharte debes saber que la paciente ha puesto una reclamación. Dice que le has dicho que de algo tenía que morir. –Se llevó la mano a la barba y añadió–. ¿Es cierto eso?
Joder con la vieja, se ponía digna. Claro que se lo había dicho, ¿y qué? ¡Qué piel más fina! Ella podía llamarme nene, resoplar como un búfalo y despotricar hacia mi persona delante del resto de pacientes en la sala de espera mientras “espera” y yo no podía decirle que se iba a morir si no se tomaba las pastillas. Al infierno ella, la reclamación y el capullo administrativo que me mira con cara de asco.
Me cepillé los dientes, mis dientes son perfectos joder. Me eché agua a la cara. Me clarea la azotea, a veces la veo brillar como el lomo de un sargo real. Era un buen negocio pensé, plantar mata, mata de la buena, pasta de la buena. La gente vive a la deriva, a la ley de la inercia; la rotación, la gravedad, ya sabes a lo que me refiero. Creo que por eso estamos todos tan cansados. Nadie tendría huevos a dejarlo todo y ponerse a implantar pelo, y menos los de mi calaña. No conocía a muchos médicos con dos buenas pelotas, quizá el camino para ser médico era largo y lleno de sacrificios como para abandonarlo de buenas a primeras. Pero yo sí. Lo haré. Es una buena idea.
Subí por vía Laietana (a las 10 de la mañana es la calle más impresionante de Barcelona, si la miras en dirección al mar, claro, hacia la montaña no es nada... Pero a las 10 de la mañana el sol es joven, equidista entre los edificios y golpea cada rincón por donde los vampiros de la ciudad vagaron hace pocas horas; ahora duermen boca abajo con las arterias palpitantes a punto de reventar), llegué a la boca de metro Urquinaona. Entré en el vagón y detrás de mí un mendigo. Comenzó a vociferar que tenía hijos y que más vergüenza le daba negarles un trozo de pan que pedir limosna. Le grité que se callara, se sorprendió, me maldijo y continuó con la diatriba un vagón más allá. Puto mentiroso, tenía mucha barriga y no era barriga de negrito somalí, eran lorzas, tocino en abundancia. ¡Que repartiera mejor la comida en casa! Esa era su primera verdad; era un tragón de giba negra. Y la segunda: era un guarro, apestaba a sobaco de mil demonios, era como vinagre mezclado con manteca podrida. Le hubiera metido un puñetazo por gritarme al oído pero me daba asco, tenía esas boqueras rellenas de secreción blanquecina. Yo estaba muy cabreado, pensaba que había venido a este mundo a servir a idiotas incompetentes y a sufrir como un gilipollas. Nunca surcaré los mares con ninguna adúltera potente. En el mar de mis reflexiones escuché a un niño decir: “si hubiera estudiado no habría acabado así”. Otro subnormal, pensé. La situación era grave. Me considero un tipo optimista pero también tengo días malos en los que la humanidad me parece insalvable. Un niño gilipollas es siempre una señal de alarma. Que venga una ola y nos trague a todos, por favor.
Algo tenía que hacer, miraba a los calvos con ansiedad, quería darles una tarjeta donde pusiera: Doctor Montesinos, Implantólogo capilar. Germinaba la idea fuerte en mi cabeza y comencé a buscar masters, cursos, etc.
Llegué al CUAP y en el área de trabajo estaban todos alrededor de una doctora que explicaba:
–Entonces llamamos a una ambulancia para derivarla al hospital de referencia pero ya era tarde. Parada cardio-respiratoria y al camposanto –decía dando palmadas en su muslo–, 70 minutos de resucitación y nada. –Una muerte penosa –dijo otro.
Resulta que el otro día llegó una chica de 20 años acompañada de su pareja. Estaba agitada, había ingerido un producto que le estaba provocando alucinaciones y palpitaciones: Piedra China. Por lo visto se metió unas cuantas en la boca. Es un producto que puede adquirir cualquiera por internet, también llamado piedra jamaiquina. Sirve para retrasar la eyaculación; se frota la piedra sobre el glande y lo insensibiliza. La chica introdujo unas cuantas piedras en su boca pensando que disfrutarían de una felación de campeonato. La palmó.
–Qué muerte más patética, Dios –rematé.
De repente todo el centro de urgencias se estremeció. Las paredes se arrugaron como papel cebolla, el suelo ondulaba. Yo dije: “siento una fuerza” pero nadie me hizo caso porque sabíamos exactamente qué sucedía. Tiempo atrás, puede ser unos meses atrás, hacía que tenía la premonición de que “algo iba a pasar”. Lo había dicho reiteradamente, al principio el comentario hacía gracia pero luego mis compañeros empezaron a mirarme como a un extraño. Estamos en pleno enero, no llueve desde hace meses en Barcelona, no hace frío, los almendros florecidos. ¿Un meteorito, un tsunami, un cambio en el eje de La Tierra, dinosaurios, la independencia de Cataluña? No lo sé, pero acababa de llegar. Se hizo el silencio, del suelo crecía un gas que distorsionaba al horizonte. El némesis de cualquier médico había llegado a nuestras dependencias. The UnWanted: el paciente con el revólver más rápido. Si existiera un videojuego de médicos, que sería una puta mierda, él sería el monstruo final, el último paciente.
Venía una y otra vez, se había convertido en un auténtico problema.
No había milímetro en el indigente que no estuviera cubierto de roña; el hedor que despedía era pura mierda, así olía la mierda me refiero. Su presencia se extendió rápidamente y era insoportable.
La ambulancia lo había recogido de la calle y lo trajo al CUAP a visitarse. Los ambulancieros traían cualquier cosa, muchas veces no eran urgencias médicas de verdad, pero cuantos más traslados, más dinero para sus bolsillos y cuantas más visitas atendíamos, más necesaria e importante era nuestra presencia como servicio de urgencias. ¡Chicos, hay que hacer números! Todo es una espiral de fórmulas mal paridas, un compendio de sinsentidos: collejones sin salida.
El indigente siempre repetía el mismo motivo de consulta: Agresión. “Me han pegado una paliza”. Era un maleducado, sobre todo con las mujeres que las mandaba a la porra fácilmente, pero no era tonto. Se llevaba mal con casi todos los trabajadores excepto con el enfermero sudamericano Churchill, que tenía mucha paciencia con él. Daba la casualidad que siempre aparecía en su turno.
–Me han pegado aquí, aquí y aquí –decía desde el box más apartado.
Nosotros teníamos que retirar las placas de roña en busca del hematoma perdido. Menudo trabajo, no está pagado, de verdad. Podías impregnar tus fosas nasales en sosa cáustica que allí en tu nariz se quedarían por un tiempo esas asquerosas partículas.
Tenemos el peculiar olor a cojones, sobacos y demás partes nobles que la gente que no lava adecuadamente; de la tercera edad el orín infectado y acumulado de varios días en los pañales y piernas (pobres ancianos arrumbados en casas vacías, pobres hijos que tienen demasiada faena); los digestivos presentaban el maridaje de mierda y aliento cetónico, siempre entrañable; los psiquiátricos huelen a roña, especialmente acumulada en pelo, pliegues y debajo de las uñas.
Una vez esnifé por la nariz tanta agua y jabón que me destrocé la mucosa nasal, nadie quiere salir del trabajo con aquél mejunje en la nariz…
–¡Esta vez no! –La doctora se plantó firmemente–.Tomamos constantes, lo ausculto y se marcha a servicios sociales de urgencia.
Estos servicios sociales son entidades que se encargan de los sin techo, sense sostre, en catalán. La doctora habló con servicios sociales y aceptaron la derivación. Hasta ahí todo bien.
Así fue cómo el indigente Salazar se marchó a servicios sociales. Habíamos ganado la guerra.
– ¿Puede venir doctor? ¿Doctor? –Me insistía una paciente– Por favor.
–Tiene que esperar un poco más, ¿de acuerdo? –Respondí.
–Vale, vale. –Hubo un breve silencio de entendimiento pero lo quebró–. Doctor, ¿por qué huele tan mal?
–Se han cagado varios pacientes a la vez.
–Vaya –respondió meditabundo–, ¿Cuándo va a venir la enfermera a quitarme esto?
Ya se lo había repetido en dos ocasiones. La paciente y su hija sabían que tenían que esperar a que la enfermera le quitase la vía. Me estaban tocando los cojones, había trabajo. Les miré mal, no fue suficiente.
–Doctor, ¿usted ha comido?
–Si –dije. Estaba ansioso por ver a dónde íbamos.
–Pues nosotras no. Nos morimos de hambre –dijo con mala ostia. ¿Reservas no os faltan eh, cachalotes? Pensé en decirles, y sonreí descaradamente– ¿Le hace gracia que estemos esperando aquí verdad?
–Mire, personas como ustedes hacen insoportable este trabajo. Cállense ya y no interrumpan más. Cuando venga la enfermera, ha venido. –Gran frase, pensé.
Eso me valió la segunda amonestación, dos en un mismo día. Sergio Ramos no es nadie… ¿Qué iban a hacer, echarme a la calle, a un residente, a la mano de obra barata? ¡Jah! Tengo licencia para hacer lo que me salga de los cojones. Además, yo era de los que trabajaban y hacían piña, era querido en el servicio. Había otros residentes que no hacían el huevo y eran socialmente unos inútiles; cuchicheaban, hablaban a espaldas de la gente por puro entretenimiento/aburrimiento... Nunca fueron así en sus vidas pero de repente aparece el incómodo peso de la responsabilidad y el sabor amargo de la esclavitud laboral y su único punto de fuga es convertirse en idiotas del tamaño de América. Yo no tenía la culpa de las dos amonestaciones, simplemente era gente maleducada que no entendían sus deberes, eso es, la culpa no era mía... Podía haberlo evitado, eso sí, también podía tirarme de lo alto de un edificio. En mi respuesta a las amonestaciones era cínico y retorcido, de manera que solo yo y el paciente sabía que continuaba metiendo cizaña. No acabaré la residencia.
Sonó el teléfono, lo cogió la adjunta. Al terminar la conversación telefónica colgó y dijo:
–No, no me lo puedo creer.
– ¿Qué pasa? –Pregunté.
–Servicios sociales trasladan a Salazar de nuevo al CUAP –dijo derrotada–. Me van a escuchar estos cabrones, no puede ser, no puede ser... –musitó entre dientes.
Y yo que no podía pensar más ese día que en -El yate y la maciza, el yate y la maciza, el yate y la maciza-. Dios, no me lo tengas en cuenta.

-escucha telefónica-
–Hola, soy la doctora con la que ha hablado antes. Me parece muy fuerte que Salazar esté de vuelta, ha quedado claro que no presenta ningún problema médico que podamos atender aquí, es un asunto social y esto es urgencias. ¿Qué ha pasado si antes te parecía correcto que te lo enviara? No podemos regalar nuestro valioso tiempo cuando vienen embarazadas enfermas, dolores torácicos que pueden ser síndromes coronarios, neumópatas en insuficiencia respiratoria y niños con 40 de fiebre. Me estás jodiendo ¿lo entiendes? Nos jodéis. Se supone que Salazar es cosa vuestra y que abordáis problemas de esta índole.
– ¿Ah sí? ¿Entonces la razón de que lo devolváis aquí es que no quiere ser atendido por vosotros y ya está? ¿Y no habéis abierto ni historial ni nada, verdad? Ni anamnesis ni lo que quiera que hagáis vosotros si es que hacéis algo alguna vez.
–Vale, vale, me tranquilizo –Dijo la adjunta elevando la voz y propinando un puntapié a la torre del ordenador que había en el suelo– ¿Cómo que es un caso difícil? ¿Huele demasiado mal, verdad? A nosotros cuando nos llega un caso difícil no dejamos de atenderlo por el hecho de que sea difícil. Mire, no lo ha tenido ni dos minutos, ha salido hace 15 del CUAP y ya me está llamando para informarme de que está de vuelta.

–Pausa de 21 segundos–
–Entonces ¿qué, cuándo venga, qué le digo? Perdona Salazar nadie quiere atenderte, a la calle, lo echaré a la calle.
La doctora hablaba como una leona. Pensé en su marido. Se casaban en una semana. No querría pelearme con esa mujer, no dios. Esa yugular era mejor no hincharla. Qué miedo, los tenía bien puestos. Todo el mundo se fue cuando empezó la discusión. Yo me quedé haciendo como si trabajaba pero la verdad es que únicamente estaba pendiente de la conversación. Por dentro disfrutaba como un niño en el circo. Quería ver como despedazaba a servicios sociales. Por fin alguien con pelotas, sí señor. Mañana buscaré la manera de hacerme cirujano capilar. Recordar esta escena me dará fuerza y determinación.

–Qué vergüenza de servicios sociales, qué poca vocación. No habéis luchado ni un segundo por él, es imposible. ¿Cómo te llamas? –La doctora apuntó el nombre en un papel–. De acuerdo, tranquila, informaré de todo lo que ha pasado. Tendrás noticias. Buenas tardes. Colgó con furia el teléfono, lo descolgó y lo colgó así, 5 veces. Chac-Chac-Chac-Chac-Chac y a mí todo eso me puso cachondo… Sé que podría haberle dado 80 golpes más, por lo visto no era tampoco su mejor día.
–Tranquila, ya me voy –gritó una voz ronca a nuestras espaldas. Salazar lo había escuchado todo.
La doctora lo miró con indiferencia ya que sentía por completo lo dicho. El viejo indigente tensó el cruce de miradas, esperando alguna palabra de arrepentimiento pero la doctora giró sobre sus crocks blancos, se sentó y comenzó a teclear fuerte. A Salazar le dio un bajón de tensión, se le cayeron los hombros y sus ojos se volvieron vidriosos, llenos de extraño pesar. Continuaba mirando la cabellera negra de la doctora que se agitaba en cada golpeteo. No hubiera esperado jamás esa reacción de humanidad en Salazar; se levantó como pudo de de la silla de ruedas, dejó un charco de mierda en el centro y se dirigió a la calle. 2 horas después pudimos respirar tranquilos.
Terminaba la guardia cuando escuché a una enfermera que Salazar estaba de vuelta. Le habían partido la cara pero esta vez de verdad. Salió de urgencias y visitó a una antigua amiga que vivía cerca, esta le prestó una camisa de rayas finas azul celeste, un pantalón de pinza y dos zapatos; se marchó a una fuente y se restregó fuerte con jabón Magno, mientras se afeitaba fue sorprendido por unos chavales que no tenían nada mejor que hacer.
Cuando llegó fue visitado por Churchill; la mitad de la camisa estaba manchada de sangre, la ceja izquierda abierta, una paleta menos y casi toda la boca inflamada. Le explicó a Churchill lo que había pasado y le habló sobre sus intenciones para con la doctora. Salazar se había enamorado de ella.
Al día siguiente me apuntaba a un máster de estética. Hice en 3 meses más guardias que nadie y después renuncié a mi plaza de residente de medicina de familia. Fue como detonar ese túnel de cemento por el que he transitado tantos años. Sentí en ese momento, por vez primera, ser dueño de mi vida. Desde entonces cada segundo lleva mi firma.
Antonio Montesinos.
THA

jueves, 28 de enero de 2016

UN DÍA CUALQUIERA

Esta mañana me he puesto la camisa más blanca que tengo… mis vaqueros preferidos, mis zapatillas doradas y mi chupa de cuero negro, cuero del bueno, no imitación mierdosa. He conducido el Seat Toledo de mi padre, he pasado por la vaguada, atravesado el barrio de quita-pellejos y luego lo he aparcado en el parking del estadio de fútbol Cartagonova. He caminado con estas dos piernas, que podrían quitarle el puesto a Sergio Busquets, hasta el hospital de la antigua Cruz roja que sita en la Alameda. Es un hospital de convalecencia donde se encuentra mi abuelo Modesto. Está recuperándose de una fractura de fémur. Al aparecer sabía lo que iba a decir: ¡Qué guapo eres! En seguida me he puesto manos a la obra.

–Esta pierna arriba, aguanta, aguanta… ¡MÁS! –Si grito no pasa nada, es más, el abuelo disfruta–. ¡Mira, mira como tiembla! Le arrugo la cara y le golpeteo la pierna en un gesto sutilmente despectivo. Lo cronometro.

–Es que yo tiemblo –me dice. Pienso que puede ser, pero le digo que no, que tiembla porque los músculos están flojos, sin tono… le busco las cosquillas, el coraje.

–Ahora es cuando tienes que aguantar arriba, fuerte. ¡Fuerte! –Vuelvo a elevar el volumen.

–Me cago en mi padre –maldice el abuelo con rabia y yo sonrío porque he encontrado el coraje que buscaba. Se pone rojo como un tomate.

– ¡Respira! Si respiras aguantarás mucho más –le digo ya suave. Jadea, está mayor, su piel es fina y delicada, su cara envejecida y su espíritu peleón de niño es enternecedor–. ¿Has visto como aguantas más? Venga, un poco más, ¿Qué pasa si hago fuerza para bajar la pierna? ¿Puedo bajarte la pierna? ¿Te duele?

–No –dice clavando la mirada en su rodilla.

–Pues sigue. Si te duele para, ¿vale?, ahora… –me ataja con:
– ¡Que no me duele, coñe! Pero no puedo más… ¡Ahh! –Se queja cansado– Qué maricón que eres –me dice sonriendo. Nos reímos. Repetimos un guión idéntico con la otra pierna. Volvemos a reír cuando terminamos la tanda. Me dice que me quiere, lo guapo que soy.

–Yo también te quiero marqués (su apelativo) –le respondo–. Ahora con los brazos, fuerte, contra mi resistencia, ¡vamos! Mira como tiembla, mira.

–Calla, puedo contigo –dice mi abuelo convencido.

– ¡Respira! –Le advierto. Llega la medicación, la comida.

–Mira ese huevo duro, va a ir directo a las piernas –digo señalando la ensalada.

–Y a los huevos también –me responde.

–También –coincido. Lo termina todo y me despido–. Verás cómo mañana hacer mejor la fisioterapia.

Arranco el Toledo, paso por la alameda, calle del rey, capitanía a la izquierda y el arsenal a la derecha, la nueva facultad de empresariales y el puerto natural más bonito, probablemente, de toda la península. Subo hasta la plaza de Toros, antigones, aparco y espero a mi madre a que salga de su trabajo. Nos marchamos a casa mientras suena un disco de Ketama que compré el otro día en el Corte inglés por 3,99 euros. Como lentejas. Me lavo los dientes y me despido de mi madre y de mi hermano. Llevo al coche un libro de John Fante, Camino de los Ángeles, un recopilatorio de David Bowie y el LA Woman de los Doors, todo muy pensado.

Voy a casa de mi abuela a seguir escribiendo su biografía pero, resulta que la abuela está aprendiendo lenguaje de signos y a las 16:00 viene la profesora de dactilología a su casa, así que me despido.

–Volveré a las 18:00 –le digo.

Por fin estaba solo. Casi el primer momento desde que estoy en Cartagena que podía dedicarme exclusivamente a mí, y haría algo que llevaba mucho tiempo queriendo hacer: iba a conducir yo solo hasta el Portús, la playa donde he veraneado desde chico. Allí no habría nadie, apagaría el motor, miraría el mar y cuando me cansara, saldría fuera, me sentaría en el muro y leería a Fante. Tengo 29 años pero soy novel al volante. Cuando llevé a Bowie al coche, en el fondo, sabía que tendría que esperar porque LA Woman era lo suyo. Lo traje conmigo porque merecía estar en ese viaje y no en el cajón. Pongo el disco y ensancho la nariz como si fuera capaz de esnifar cada nota. El camino tortuoso hasta la playa siempre me ha dado respeto y lo recorro atento. Antes de llegar al Portús hago una parada en el Ramírez, un café-restaurante/supermercado/administración de lotería que está de camino. Pido un asiático: el asiático es un café especial de origen cartagenero y mucho me temo que solo podrás probarlo si vienes aquí. Las probabilidades de que llegues a probar un asiático son escasas. De hecho lo normal es que nunca llegues a tomarlo. Vivo en Barcelona y me sorprende que mucha gente de mi edad no sepa situar Cartagena en el mapa, nunca vendrán aquí, ni probarán un asiático. Pedí un cupón de la ONCE pero la máquina no funcionaba en condiciones. Asiático a un euro veinte.

Llego a la playa, el cielo está más bien nublado. Hay un padre con su hijo, un grupo de señoras y dos pescadores al lado del “canto gordo”. Tal y como había planeado: apago el motor, apago la radio. En silencio miro al mar, es azul plata, está hecho un plato, las olas son milimétricas, hay un barco a lo lejos y unas cuantas boyas amarillas y rojas. Cierro los ojos y escucho cómo respira el mar en un murmullo milimétrico, como dormido. Entre las nubes del horizonte se cuela un sol ambarino que agoniza a los pies de cabo Tiñoso. Salgo fuera con Fante de la mano y voy directo al muro. En verano la playa huele a aceite, crema solar, tabaco y sudor dominguero, pero hoy huele a puro mar, a mar abierto en canal, sin aditivos. Hay un grupo de señoras que se hacen una foto en la tarima de losa de la plaza. Son seis señoras de unos sesenta y pocos años y están armando un jaleo de miedo. Una de ellas ríe constantemente: Uuuuuuh–Ja-Ja-Ja//Uuuuuuh–Ja-Ja-Ja. Paso cerca y escucho: “¡si sí, aquí, esto es un chumino!” Grita mientras indica a la fotógrafa dónde se localizan sus partes más nobles. Posan para la foto. Todas ríen. Mi madre será así dentro de poco, pienso. Me siento en el muro y comienzo a leer. Leo dos páginas pero es imposible continuar.

–Nos han derrotado Fante –digo mirando la portada del libro–, te las presento, ellas componen el escuadrón sexagenario de las “Cotorras del infierno”. Sabes lo mismo que yo de ellas pero te explico que las cotorras del infierno son todas obesas, con esa forma de barrilete. Llevan el pelo corto y super tieso de laca. El registro cromático gira en torno a los diferentes estados de una cerilla. Rojo-amarillo-negro.

Fante está Camino de los Ángeles. Me alejo del cacaraqueo y me siento cerca de los pescadores. Intento abstraerme, abro el libro, lo cierro. Es imposible concentrarse con el gorjeo de las incombustibles. Entonces comienzo a observarlas y encuentro la escena divertida. Van dando saltitos de allá para acá, se hacen fotos, gritan: ¡Eso díselo a tu marido! Uuuuuh–Ja-Ja-Ja. No entiendo bien lo que dicen, de repente entiendo: ¡Prótesis!...Uuuuuuh Ja-Ja-Ja.

Uno de los pescadores se gira y me dice sonriendo:
– ¡No veas! –Sin más, esa fue su aportación. El pescador tiene la cara casi negra del sol acumulado y una boca diente sí diente no. Le devuelvo la sonrisa y atiendo al escuadrón.

Se acercan a la orilla, son las jefas de la playa. Se hacen fotos dejando el mar a sus espaldas. Una de ellas se ata una fina bufanda negra alrededor de la cabeza, a lo John Rambo. Otra se tira al guijarro y posa en decúbito lateral izquierdo:
– ¡Qué haces loca! –dice una–.
–Uuuuuh Ja-Ja-ja –responde alguien. Otra va y se lanza encima: Uuuuuh Ja-ja-ja. A una de ellas se le mueve una fila de dientes cuando ríe.
– ¡Ay que no puedo! –Grita la modelo esturreada de la orilla.
Y ciertamente no puede levantarse, comienza a reptar–. ¡Soy una Orca! –Repite en varias ocasiones. A mí me recuerda más a un dragón de Komodo.
–Espera que te ayudo –le dice una amiga–, el truco es primero ponerse de rodillas, así. –Se caen las dos de culo al guijarro, se desternillan de risa.
– ¡Ayyy que me meao, me sa escapao un poco! –Decidida a levantarse clava el pie y cuando está casi vertical, la rodilla gira, pierde el equilibrio da un paso lateral, otro hacia adelante, abre los brazos y plas, cae boca abajo al agua. Dios santo, ¿pero qué han tomado? Me digo.

De pronto todo es gravísimo. Sale con la cabellera amarilla chorreando y los labios morados, nadie se ríe. El peor pronóstico se cumple: ya tenía una pulmonía, confirma una de ellas. Le quitan la ropa apresuradamente quedando la mujer desnuda. Alguien del grupo estornuda, y exclama: “Ella tiene una pulmonía pero yo me he resfriao...

Ya era suficiente. Subo al coche y emprendo el camino a casa de mi abuela. Todavía tenía que escuchar Crawling King Snake en soledad. Paro de nuevo en el Ramírez, tengo un pálpito. Entro y el camarero me aborda rápidamente, me dice que justo después de marcharme encontró el fallo a la máquina. Compro un cupón de la ONCE para este viernes, tres euros. Cuatro con veinte céntimos, por escribir este relato me pagarían mínimo quince euros, superávit. Llego a casa de mi abuela y amplío su biografía con una anécdota de su infancia que encuentro maravillosa:

A Liberta, una vez finalizada la guerra la llamamos siempre Sagrario. El párroco Don Otilio la bautizó así. Los papeles del primer bautismo habían sido quemados, además de que Liberta evocaba a la libertad y se relacionaba con la República, ese fue el motivo de llamarla Sagrario. A ella y a mí, nos regalaron un lechón a cada una, un terrateniente del lugar llamado José María Mora. Mis hermanos hicieron una casita para ellos. Los crié con biberón y papillas, ¡cómo disfrutaba! La cerdita de Sagrario era negra y enjuta, no le gustaba la leche ni la papilla, al contrario que mi cerdo que las engullía como si no hubiera mañana. Mi cerdito tenía una cabellera rubia que brillaba cuando lo bañaba. Mi cerdito era especial, cuando me sentaba en el umbral él acercaba su hocico al muslo y se dormía. Cuando crecieron cambiamos la dieta; garbanzo negro y maíz. La cerda comía generosamente sin embargo el cerdito masticaba y lo escupía, solo quería la papilla que yo le hacía. Ese cerdo no nació para ser cerdo, nació para ser artista, no engordaba pues comía poco y no paraba ni un momento. Jugaba constantemente con Leal, el perro de Manolín, saltaban muy alto, aquello era un espectáculo circense, quizá se creía perro u hombre, era muy gracioso verlos. Me dio mucha tristeza cuando lo mataron y me enorgullecí de él cuando se quejaron al ver que apenas se podía sacar tocino de sus carnes: había bailado mucho.

Después de historia del cerdo debería haberme marchado a la cama, pero me equivoqué y fui a ver la vuelta del Barça Vs Atlético de Bilbao.

FIN-THA