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Note

jueves, 28 de enero de 2016

UN DÍA CUALQUIERA

Esta mañana me he puesto la camisa más blanca que tengo… mis vaqueros preferidos, mis zapatillas doradas y mi chupa de cuero negro, cuero del bueno, no imitación mierdosa. He conducido el Seat Toledo de mi padre, he pasado por la vaguada, atravesado el barrio de quita-pellejos y luego lo he aparcado en el parking del estadio de fútbol Cartagonova. He caminado con estas dos piernas, que podrían quitarle el puesto a Sergio Busquets, hasta el hospital de la antigua Cruz roja que sita en la Alameda. Es un hospital de convalecencia donde se encuentra mi abuelo Modesto. Está recuperándose de una fractura de fémur. Al aparecer sabía lo que iba a decir: ¡Qué guapo eres! En seguida me he puesto manos a la obra.

–Esta pierna arriba, aguanta, aguanta… ¡MÁS! –Si grito no pasa nada, es más, el abuelo disfruta–. ¡Mira, mira como tiembla! Le arrugo la cara y le golpeteo la pierna en un gesto sutilmente despectivo. Lo cronometro.

–Es que yo tiemblo –me dice. Pienso que puede ser, pero le digo que no, que tiembla porque los músculos están flojos, sin tono… le busco las cosquillas, el coraje.

–Ahora es cuando tienes que aguantar arriba, fuerte. ¡Fuerte! –Vuelvo a elevar el volumen.

–Me cago en mi padre –maldice el abuelo con rabia y yo sonrío porque he encontrado el coraje que buscaba. Se pone rojo como un tomate.

– ¡Respira! Si respiras aguantarás mucho más –le digo ya suave. Jadea, está mayor, su piel es fina y delicada, su cara envejecida y su espíritu peleón de niño es enternecedor–. ¿Has visto como aguantas más? Venga, un poco más, ¿Qué pasa si hago fuerza para bajar la pierna? ¿Puedo bajarte la pierna? ¿Te duele?

–No –dice clavando la mirada en su rodilla.

–Pues sigue. Si te duele para, ¿vale?, ahora… –me ataja con:
– ¡Que no me duele, coñe! Pero no puedo más… ¡Ahh! –Se queja cansado– Qué maricón que eres –me dice sonriendo. Nos reímos. Repetimos un guión idéntico con la otra pierna. Volvemos a reír cuando terminamos la tanda. Me dice que me quiere, lo guapo que soy.

–Yo también te quiero marqués (su apelativo) –le respondo–. Ahora con los brazos, fuerte, contra mi resistencia, ¡vamos! Mira como tiembla, mira.

–Calla, puedo contigo –dice mi abuelo convencido.

– ¡Respira! –Le advierto. Llega la medicación, la comida.

–Mira ese huevo duro, va a ir directo a las piernas –digo señalando la ensalada.

–Y a los huevos también –me responde.

–También –coincido. Lo termina todo y me despido–. Verás cómo mañana hacer mejor la fisioterapia.

Arranco el Toledo, paso por la alameda, calle del rey, capitanía a la izquierda y el arsenal a la derecha, la nueva facultad de empresariales y el puerto natural más bonito, probablemente, de toda la península. Subo hasta la plaza de Toros, antigones, aparco y espero a mi madre a que salga de su trabajo. Nos marchamos a casa mientras suena un disco de Ketama que compré el otro día en el Corte inglés por 3,99 euros. Como lentejas. Me lavo los dientes y me despido de mi madre y de mi hermano. Llevo al coche un libro de John Fante, Camino de los Ángeles, un recopilatorio de David Bowie y el LA Woman de los Doors, todo muy pensado.

Voy a casa de mi abuela a seguir escribiendo su biografía pero, resulta que la abuela está aprendiendo lenguaje de signos y a las 16:00 viene la profesora de dactilología a su casa, así que me despido.

–Volveré a las 18:00 –le digo.

Por fin estaba solo. Casi el primer momento desde que estoy en Cartagena que podía dedicarme exclusivamente a mí, y haría algo que llevaba mucho tiempo queriendo hacer: iba a conducir yo solo hasta el Portús, la playa donde he veraneado desde chico. Allí no habría nadie, apagaría el motor, miraría el mar y cuando me cansara, saldría fuera, me sentaría en el muro y leería a Fante. Tengo 29 años pero soy novel al volante. Cuando llevé a Bowie al coche, en el fondo, sabía que tendría que esperar porque LA Woman era lo suyo. Lo traje conmigo porque merecía estar en ese viaje y no en el cajón. Pongo el disco y ensancho la nariz como si fuera capaz de esnifar cada nota. El camino tortuoso hasta la playa siempre me ha dado respeto y lo recorro atento. Antes de llegar al Portús hago una parada en el Ramírez, un café-restaurante/supermercado/administración de lotería que está de camino. Pido un asiático: el asiático es un café especial de origen cartagenero y mucho me temo que solo podrás probarlo si vienes aquí. Las probabilidades de que llegues a probar un asiático son escasas. De hecho lo normal es que nunca llegues a tomarlo. Vivo en Barcelona y me sorprende que mucha gente de mi edad no sepa situar Cartagena en el mapa, nunca vendrán aquí, ni probarán un asiático. Pedí un cupón de la ONCE pero la máquina no funcionaba en condiciones. Asiático a un euro veinte.

Llego a la playa, el cielo está más bien nublado. Hay un padre con su hijo, un grupo de señoras y dos pescadores al lado del “canto gordo”. Tal y como había planeado: apago el motor, apago la radio. En silencio miro al mar, es azul plata, está hecho un plato, las olas son milimétricas, hay un barco a lo lejos y unas cuantas boyas amarillas y rojas. Cierro los ojos y escucho cómo respira el mar en un murmullo milimétrico, como dormido. Entre las nubes del horizonte se cuela un sol ambarino que agoniza a los pies de cabo Tiñoso. Salgo fuera con Fante de la mano y voy directo al muro. En verano la playa huele a aceite, crema solar, tabaco y sudor dominguero, pero hoy huele a puro mar, a mar abierto en canal, sin aditivos. Hay un grupo de señoras que se hacen una foto en la tarima de losa de la plaza. Son seis señoras de unos sesenta y pocos años y están armando un jaleo de miedo. Una de ellas ríe constantemente: Uuuuuuh–Ja-Ja-Ja//Uuuuuuh–Ja-Ja-Ja. Paso cerca y escucho: “¡si sí, aquí, esto es un chumino!” Grita mientras indica a la fotógrafa dónde se localizan sus partes más nobles. Posan para la foto. Todas ríen. Mi madre será así dentro de poco, pienso. Me siento en el muro y comienzo a leer. Leo dos páginas pero es imposible continuar.

–Nos han derrotado Fante –digo mirando la portada del libro–, te las presento, ellas componen el escuadrón sexagenario de las “Cotorras del infierno”. Sabes lo mismo que yo de ellas pero te explico que las cotorras del infierno son todas obesas, con esa forma de barrilete. Llevan el pelo corto y super tieso de laca. El registro cromático gira en torno a los diferentes estados de una cerilla. Rojo-amarillo-negro.

Fante está Camino de los Ángeles. Me alejo del cacaraqueo y me siento cerca de los pescadores. Intento abstraerme, abro el libro, lo cierro. Es imposible concentrarse con el gorjeo de las incombustibles. Entonces comienzo a observarlas y encuentro la escena divertida. Van dando saltitos de allá para acá, se hacen fotos, gritan: ¡Eso díselo a tu marido! Uuuuuh–Ja-Ja-Ja. No entiendo bien lo que dicen, de repente entiendo: ¡Prótesis!...Uuuuuuh Ja-Ja-Ja.

Uno de los pescadores se gira y me dice sonriendo:
– ¡No veas! –Sin más, esa fue su aportación. El pescador tiene la cara casi negra del sol acumulado y una boca diente sí diente no. Le devuelvo la sonrisa y atiendo al escuadrón.

Se acercan a la orilla, son las jefas de la playa. Se hacen fotos dejando el mar a sus espaldas. Una de ellas se ata una fina bufanda negra alrededor de la cabeza, a lo John Rambo. Otra se tira al guijarro y posa en decúbito lateral izquierdo:
– ¡Qué haces loca! –dice una–.
–Uuuuuh Ja-Ja-ja –responde alguien. Otra va y se lanza encima: Uuuuuh Ja-ja-ja. A una de ellas se le mueve una fila de dientes cuando ríe.
– ¡Ay que no puedo! –Grita la modelo esturreada de la orilla.
Y ciertamente no puede levantarse, comienza a reptar–. ¡Soy una Orca! –Repite en varias ocasiones. A mí me recuerda más a un dragón de Komodo.
–Espera que te ayudo –le dice una amiga–, el truco es primero ponerse de rodillas, así. –Se caen las dos de culo al guijarro, se desternillan de risa.
– ¡Ayyy que me meao, me sa escapao un poco! –Decidida a levantarse clava el pie y cuando está casi vertical, la rodilla gira, pierde el equilibrio da un paso lateral, otro hacia adelante, abre los brazos y plas, cae boca abajo al agua. Dios santo, ¿pero qué han tomado? Me digo.

De pronto todo es gravísimo. Sale con la cabellera amarilla chorreando y los labios morados, nadie se ríe. El peor pronóstico se cumple: ya tenía una pulmonía, confirma una de ellas. Le quitan la ropa apresuradamente quedando la mujer desnuda. Alguien del grupo estornuda, y exclama: “Ella tiene una pulmonía pero yo me he resfriao...

Ya era suficiente. Subo al coche y emprendo el camino a casa de mi abuela. Todavía tenía que escuchar Crawling King Snake en soledad. Paro de nuevo en el Ramírez, tengo un pálpito. Entro y el camarero me aborda rápidamente, me dice que justo después de marcharme encontró el fallo a la máquina. Compro un cupón de la ONCE para este viernes, tres euros. Cuatro con veinte céntimos, por escribir este relato me pagarían mínimo quince euros, superávit. Llego a casa de mi abuela y amplío su biografía con una anécdota de su infancia que encuentro maravillosa:

A Liberta, una vez finalizada la guerra la llamamos siempre Sagrario. El párroco Don Otilio la bautizó así. Los papeles del primer bautismo habían sido quemados, además de que Liberta evocaba a la libertad y se relacionaba con la República, ese fue el motivo de llamarla Sagrario. A ella y a mí, nos regalaron un lechón a cada una, un terrateniente del lugar llamado José María Mora. Mis hermanos hicieron una casita para ellos. Los crié con biberón y papillas, ¡cómo disfrutaba! La cerdita de Sagrario era negra y enjuta, no le gustaba la leche ni la papilla, al contrario que mi cerdo que las engullía como si no hubiera mañana. Mi cerdito tenía una cabellera rubia que brillaba cuando lo bañaba. Mi cerdito era especial, cuando me sentaba en el umbral él acercaba su hocico al muslo y se dormía. Cuando crecieron cambiamos la dieta; garbanzo negro y maíz. La cerda comía generosamente sin embargo el cerdito masticaba y lo escupía, solo quería la papilla que yo le hacía. Ese cerdo no nació para ser cerdo, nació para ser artista, no engordaba pues comía poco y no paraba ni un momento. Jugaba constantemente con Leal, el perro de Manolín, saltaban muy alto, aquello era un espectáculo circense, quizá se creía perro u hombre, era muy gracioso verlos. Me dio mucha tristeza cuando lo mataron y me enorgullecí de él cuando se quejaron al ver que apenas se podía sacar tocino de sus carnes: había bailado mucho.

Después de historia del cerdo debería haberme marchado a la cama, pero me equivoqué y fui a ver la vuelta del Barça Vs Atlético de Bilbao.

FIN-THA

jueves, 14 de enero de 2016

BIOGRAFIA DE LA ABUELA

BIOGRAFIA Mª CARMEN IZQUIERDO GALLEGO

María del Carmen Izquierdo Gallego Nació el día 5-11-1935 en Casas de D. Pedro (Badajoz)
Un día y tras un acto de amor infinito, surgió el milagro: división de células, unión de genes, la creación de un nuevo individuo se alojaba en el más dulce y tierno de los lechos. Era como un inmenso lago dada las pequeñísimas dimensiones de un ser que crecía rápidamente. Pasados tres meses cuando, un movimiento brusco erosionó todo alrededor. Rotura de canales, desprendimiento de material, desvío de líquidos, el resultado: un ser había muerto. Inmediatamente la zona quedó esterilizada. Aportación de oxigeno, azúcares, proteínas… Un corazón latía muy asustado aunque las instalaciones estaban intactas y en perfecto funcionamiento. En el exterior la inteligencia humana siempre velada por el misterio, ignoraba el gran evento. La criatura crecía y crecía y unas semanas después su cuerpo estaba modelado, sus brazos y piernas adquirieron gran libertad de movimiento, el lago se iba quedando pequeño. 160 días después de la catástrofe, no tenía espacio pero sí fuerzas. Hizo uso de ella buscando un lugar más amplio y con la ayuda de su madre y de su padre una mañana a las cinco horas del día cinco de noviembre del año treinta y cinco caía sobre una impecable sábana blanca.

Así, mi nacimiento fue algo espectacular. Yo era la octava y última hija del matrimonio formado por Juan Izquierdo Viejo y Manuela Gallego Izquierdo. Mi madre quedó embarazada y a los tres meses abortó, quedando muy débil; por lo cual, hubo de guardar reposo y ser tratada. Los meses pasaron y la barriga continuó creciendo ante los ojos perplejos de todos, incluido los de mi padre. A los seis meses, nací yo, más hermosa que ninguno. Se trataba de mellizas, una no superó el trance, yo soy la superviviente.
Mi padre me tomó y me puso en brazos de mi madre, ambos estaban muy emocionados, ¡qué hermosa es!, me colocó en una báscula. ¡Cinco kilos! Me envolvió en una toalla y me llevó a las camas de mis hermanos para que me conocieran, después me volvió con mi madre. Su calor y el latir de su corazón me hicieron feliz. Dormí profundamente.
Este acontecimiento tenía lugar en la casa cuartel de Casas de D. Pedro  (Badajoz).
Allí mi padre era comandante de puesto, conocido como “el cabo Izquierdo”
Juan Izquierdo Viejo, había contraído matrimonio con Manuela Gallego Izquierdo en segundas nupcias.

Del primer matrimonio, mi padre aportaba tres hijos: Cristobalina, Enrique y Ana María. Del segundo matrimonio nacieron ocho hijos, si bien tres de ellos murieron antes de yo nacer. En total vivimos por este mundo ocho hermanos, además de los tres enunciados, Juan, Antonio, Manuel, liberta y María del Carmen, siendo esta última, yo, inscrita en el registro Civil de Casas de don Pedro (Badajoz), tomo 35, folio 41.
Recibí el bautismo en el mismo pueblo, siendo mis padrinos un guardia civil y su mujer, no los llegué a conocer. La abundante y buena leche materna me mantenía excelentemente nutrida.

La situación política en España estaba alterada. Pasaron los meses y el 18 de julio de 1936 estalló la Guerra Civil. 

El 28 de octubre de ese año, cumplía mi padre 42 años. Partió al frente, rumbo a Madrid para defender la república con las siguientes palabras; “Me voy Manuela, España está ardiendo por los cuatro costados. Posiblemente no vuelva. No le pongas un padrastro a mis hijos”. 

A continuación, inserto una de las cartas escritas por él, antes de la guerra y que mi madre conservó con mucho cariño.

Mi querida Manuela:
Por fin ayer recibí tu primera carta, fecha 5 y 6. ¡Chica, qué alegría! Ya quedo enterado de que el viaje lo hicisteis relativamente bien. Pero no me explicas bien las cosas. Tú sabes que me gustan los detalles. Y bien: ¿Cómo sigue Lina? ¿Y el glotón de Enrique, se le quitaron las fiebres? A ese niño hay que vigilarlo y racionarle la comida porque él tiene el vicio de la gula, y eso le traerá malas consecuencias, ¿Y los demás niños? Me gustaría que me hablaras de ellos más que de otras cosas… ¿Cómo llegó Liberta? ¿Y Manolo? ¿Y Antonio? ¿Come más? ¿Y Juanín? ¡Pobre mi Juanín! Daréisle mucha fruta, especialmente uvas, a ver si echa “la rebuja”.
Y tú habilítate, -como dicen los canarios- Hay que desechar y tener valor. Cuando alguien te moleste –aunque sea tu propio pensamiento- le das de lado sin estridencias pero con energía, y si alguien te asegura grandes sufrimientos y  te habla mal de mí, aunque sea tu madre, le recuerdas las palabras del Redentor: “Bienaventurados los que sufren, bienaventurados los que lloran porque de ellos será el Reino de los Cielos”. “Perdónales, porque no saben lo que hacen ni lo que dicen”. Este es el gran consuelo para las almas doloridas, porque en verdad que aquellos que nos anuncian calamidades y amarguras no es que lo lamentan y quieren remediarlo para bien nuestro, sino es que lo desean para nuestro mal.

La maldad, como todo sentimiento negativo, marcha entre tinieblas y, en su ceguera, no advierte que va derecho a su propio mal, porque el placer de la venganza no puede ser infinito y su precio es el remordimiento. En cambio, el ofendido si ha tenido la grandeza de alma de perdonar a su enemigo, hallará siempre el consuelo de sus lágrimas que no serán aquellas que queman la piel por donde pasan, sino flores de bondad que emergen de nuestro corazón.
Tú no tienes que sufrir por lo que te digan ni por lo que te hagan. Cuando te veas apurada ó recibas ofensa de alguien, no alientes jamás ideas de venganza. Eso no aliviará tu pena aunque así te parezca. Eleva tu pensamiento al “más allá”; hazte la idea firme y fija de que el ofensor “no sabe lo que hace” y perdónale en el acto. Siendo consecuentes y cariñosos con los demás obtendremos la recompensa de nuestro bien y conquistaremos esta recompensa sin quererlo, sin darnos cuenta. Si cosechamos mal, no será porque el demonio ande metido en nuestros asuntos. Somos nosotros mismos los cultivadores de nuestro mal. ¡Es que somos malos! ¡Somos vengativos, egoístas y mal intencionados! ¡No perdonamos!... Sentimos dolor en nuestro corazón y enseguida buscamos con la mente el sujeto a quien hemos de hacer que cargue con la culpa. Mas ¡ay!, que buscamos inútilmente. Nos empeñamos en buscarlo fuera de nosotros… y no está fuera, no; está dentro y muy dentro. Es la figura de nuestro egoísmo, es el demonio de nuestra carne, de nuestro odio maldito que lo corrompe, que lo envenena todo en nuestro interior.

¿Cómo queremos ser felices? Dejemos que las cosas discurran por su campo. No nos alarmen temores por lo que haga otro: aseguremos la rectitud y bondad de nuestros pensamientos y deseos. No nos atormente el pecado del prójimo sino evitemos nosotros caer aliviar en el pecado. Ese es el camino. Por ahí es por donde alumbra la luz de la conciencia. Pero no perdamos el tiempo pensando en lo que hagan los demás, ni aflijamos nuestro corazón purgando la culpa ajena, que ya es bastante castigo con que sufra la propia. Debemos emplear la mitad de nuestro tiempo en descubrir y corregir nuestra falta, y la otra mitad en aliviar al prójimo.

Todo esto te digo, mi amada, mi bien amada, no como reproche, sino como cariñosa advertencia y saludable consejo, para que tú los tengas presentes cuando y como puedan serte más provechosos.
No me molesta que dudes de mí, ni por ello te guardo rencor, ni a mí ni a las otras personas que más ó menos directamente puedan ser inductoras a tal efecto de agresión hacia mí. A todos os perdono de corazón y yo quedaré con la verdad de mis actos, ¿buenos?, ¿malos?; eso no debe pregonarse ¿para qué? El tiempo es el descubridor de las grandes verdades, y él nos hará justicia a todos.
¡Parece mentira que seas tan inocente, Manuela! ¿Cuántas veces te he dicho que no hagas caso de la gente? y particularmente a tu madre. Es una simpleza que le pongas oído. Tenla por quien es, por tu madre, pero no le des ningún otro título porque es inofensiva.
Mira Manuela, yo el único entretenimiento que tengo es pensar en vosotros, especialmente en ti, porque siempre me tienes preocupado. Mis ratos de ocio los paso enfrascado en mis libros, pero libros de elevada moral donde puede elevarse el espíritu sin peligro de caer en ningún extremo peligroso. Es una literatura hermosa, ya tendrás ocasión de leerla cuando vaya; pero antes quiero mandarte algunos folletos de propaganda. Soy socio espiritual de una entidad de Barcelona que se titula “Sociedad de Idealistas Prácticos”, y esta Sociedad me envía folletos y libros de propaganda, y yo los reparto entre mis amigos. José también es socio. Estas son mis preocupaciones; pero ellas no me quitan que me acuerde de ti y de mis hijos, porque vosotros sois como el espíritu de mí mismo. Otros están leyendo y fumando: yo estoy leyendo y pensando ¡que es más hermoso y más higiénico!
Bueno, no te digo nada más, me voy a comer que son la 1,30 de la tarde.
En cuanto a yo ir: ¡qué más quisiera yo! Pero hemos de meditar bien las cosas. Tú sabes que el viaje supone cuando menos, consiguiendo el medio pasaje, 30 duros ida y vuelta. Si se presentara la cosa mal (que Dios no lo quiera) habrá que hacerlo sin mirar en gastos. Pero si no, será mejor aguantar. Hay que mirar adelante Manuela. Cuando me quieras tener a tu lado, ya sabes, un telegrama urgente. Pero eso lo dejo yo a tu buena discreción. Besos y abrazos a mis niños. Mis afectos a tu familia y toda la nuestra y a los vecinos. Te abraza tu Juan. ¡Adiós!

ANOTACIONES
MARGINALES A LA CARTA:
Mira, no quiero ningún título en el sobre, sino el nombre seco y nada más que las señas precisas, como yo pongo.
Juan está en el hospital, a ver si ahora consigue licencia, pues así se lo
han prometido. Un abrazo de todos tus hermanos que están perfectamente. Adiós.

Manuela, que no me faltes a ningún correo. Cuando no tengas tiempo para más me pones cuatro líneas diciéndome el estado de salud; pero que no me falte carta, ya que es el único consuelo que tengo ahora. Adiós.
Nota:
Esta copia está hecha en Ciudad Real, el día 28 de Diciembre de 1969, en casa de Enrique, que fue quien la escribió, dictándole Manuela.

La Sociedad de la que escribía mi padre Juan era una organización formada por intelectuales y obreros cuyo objetivo era democratizar la cultura. Se llamaba Ateneo Enciclopédico Popular y por lo que sé, durante la dictadura se denominó como "Idealistas prácticos" con sede en la calle del Carme de Ciutat Vella, Barcelona. Contaban también con una delegación en la calle próxima.  Mi padre tenía grandes planes para después de la guerra, no me cuadra que un guardia civil perdido en un pueblecito de una isla canaria formara parte de una sociedad de ese tipo, recibiera folletos y panfletos de propaganda, y se trabajase convencer a los de su alrededor para que entraran en aquella Sociedad, si no era para colaborar, hacer algo...

No vivía cuando el general Mola mandó quemarlo todo porque no quería cultura en los obreros... Un poco como está pasando ahora, la diferencia es que hoy protestamos, y si es necesario luchamos. Conocemos la libertad y ya no nos pueden engañar.

Personalmente, no tengo recuerdos de las tragedias de la guerra, realmente  de las vicisitudes de la guerra he oído contar muchas cosas pero nada sé con precisión, sí de las secuelas que mis hermanos y yo sufrimos durante varios años; pese a ello, mi infancia y adolescencia fue feliz.



Continuamos viviendo en casas de don Pedro, considerada zona roja. A mi madre la nombraron administradora de una oficina. No conozco el negocio al que se dedicaba pero conocí la cartera negra donde guardaba la documentación y el guardapolvo gris. Teníamos dinero pero no existían víveres. Un día fuimos a comprar alimentos a un huerto. Mi madre vio unas buenas coliflores pero el campesino no quiso vendérnosla porque a su parecer crecerían más y las podría vender mejor más tarde. Mi madre sacó un cuchillo, cortó las coliflores y nos las comimos en casa. La gente se aprovechaba del hambre, no había cosa más ruin. Luego mi madre estuvo un día en el calabozo por culpa de esas coliflores, por lo que me han dicho fuimos todos los hijos al cuartelillo y nos pusimos a gritar y a llorar todos para que saliera. Y así fue, la sacaron rápidamente, la escena no se aguantaba. A nosotros nos conocía todo el pueblo. Para amortiguar el hambre nos llevaba al cine, viendo las películas nos entraba sueño y dormíamos sin cenar. Una tarde el propietario del cine nos vio entrar y nos llevó al salón de su casa, que se situaba dentro del edificio. Nos sacó una bandeja de pasteles. Todos cogieron alguna pieza, menos mi hermano Manolo que tendría entonces de 4 a 5 años. El dueño del cine le preguntó, ¿No quieres coger nada? Respondió; No es justo que unos tengan pasteles y otros no tengamos pan. Manolo era de un carácter rebelde y justiciero desde bien pequeño. Una vez observó a un alférez, este caminaba con las manos hacia atrás con las que sostenía dos barras de pan. Manolo se acercó y de un tirón le arrebató una de las barras. El alférez protestó y el niño le espetó "Tienes dos y yo ninguna" Ya nadie le contradecía a esa edad. Demasiado genio e inteligencia. En edad adulta aquella manera de ser y esa cierta intransigencia le trajo más por el camino de la amargura que por el de la tranquila paz.   

La trinchera estaba muy cerca del pueblo. Enrique, que tenía 14 años, le dieron un caballo y un fusil. Mi madre se acercaba de noche a la trinchera para darle algo de alimento, café caliente. Al alba, la aviación franquista se echaba encima de la trinchera y tenía que volver rápido con el resto de sus hijos. Enrique permaneció a pie de la trinchera hasta que lo arrasaron todo. Mi tío José, (hermano de mi madre, cabo del ejército franquista) entró en el pueblo buscándonos. El pueblo había sido sometido a saqueo y a escombros. Los animales andaban sueltos, los cerdos comiendo de un trigo bañado en sangre. Mi tío encontró verdaderos regueros de sangre por todas partes y enfermó al no encontrarnos, al ver todo aquello. ¿Dónde estaban los cuerpos? Nosotros habíamos huido. Las autoridades del pueblo avisaron con antelación a la gente, teníamos que marcharnos justo antes del bombardeo. Mi madre nos colocó tres mudas, una encima de la otra para podernos cambiar de ropa. Huimos, huíamos cada día. No sabíamos cuánto tiempo tendríamos que vivir así. Dormíamos en cualquier lugar, de cualquier manera, a veces con suerte en alguna casa de socorro rojo, creo que se denominaban así, albergues donde nos servían algo de comer, a mí me amamantaba mi madre. Ella tenía sentimientos de culpabilidad, pensaba que esa leche estaba envenenada por todo lo que estaba sufriendo. Una vez mi cuerpo se cubrió de llagas y me tuvo envuelta en una sábana fina durante unos días. La huida no era una broma, corríamos desesperados, corríamos todo lo que podíamos pues el ejército franquista acababa con todo. Llegamos a Madrid, que es donde mi padre se encontraba luchando. Nos alojamos en la casa de Elena y Conrado, en Tetuán de las Victorias. Elena y Conrado eran paisanos míos y amigos de mis padres. Ellos vivían en Casas de don Pedro, una hermana de Elena ayudaba a mi madre cuidando de nosotros los hijos, así los conocimos.

El 5 de noviembre cumplí mi primer año, empecé a dar mis primeros pasos.

Once días más tarde, el 16 de noviembre del 36 moría mi padre, en la avanzadilla de Robledo de Chavela, Madrid. Descanse en paz. Era mi padre hombre de ideas avanzadas, amante de la justicia (trató de ayudar siempre a los más desfavorecidos), el orden, la cultura y el deporte. 

1940 NIEBLA/ LLEGADA A LA PEÑUELA
Terminada la guerra, en el año 1940 llegamos a Niebla, (Huelva).
El pueblo de Niebla es histórico, en él vivieron romanos que según puede leerse en un libro llamado “Mosaico” conocieron y vivieron la crucifixión de Cristo.
Niebla posee dos puentes que cruzan al río Tinto. El color de sus aguas da nombre al río. Aguas de color rojizo, teñidas por el hierro y cobre que procede de las minas explotadas por los ingleses. Este puente es de hierro. El otro puente, es de material de obra, hecho por los árabes. Las calles estaban cubiertas de guijarros, algunas esquinas llevaban unos pequeños muros en forma de puntal, dos grandes puertas en forma de arco, una para entrar en la ciudad y otra para salir.

Era un pueblo muy sano, de tierra muy fértil. Contaba con una caldera de esencia de eucalipto y un calerín (cantera de piedras de cal. Echabas la cal en agua y hervía, ibas removiendo y entonces ya podías usar la cal para pintar las paredes de la casa). Todo ello, hacía que el ambiente fuera desinfectante. Es una ciudad amurallada, aunque la extensión demográfica se ha diversificado en todas las direcciones. En sus excavaciones han encontrado un mosaico y otras piezas valiosas.
En Niebla, nacieron y se casaron mis padres y allí vivían mis abuelos maternos. La situación era bastante difícil, éramos muchos en casa, escaseaban los alimentos y lo que se compraba era de mala calidad. Mi madre decidió  “colocar” en lugares seguros a sus hijos. Los tres hermanos mayores marcharon: Cristobalina a Santa Cruz de Tenerife con un hermano de mi madre, Enrique ingresó en el ejército y Ana había quedado con sus padrinos en Tenerife desde que nació. Juan, Antonio, Manuel, Liberta y yo quedamos con mi madre. Yo marché con mis tíos Juan y Beatriz, así mi madre pudo trabajar y ganar algunas pesetas.

Fueron para mí, unos buenos padres. Al haber convivido con mucha clase de gente y a veces en situación de hacinamiento tenía sarna u otra enfermedad en la piel. Recuerdo como mi tía me bañaba con agua soleada, jabón verde y un estropajito que quitaba todas las costritas de la piel. Después me aplicaba una pomada y me vestía con ropa previamente hervida. Me realizaron una especie de transfusiones de sangre que me extraían de las venas y me las inyectaban en los muslos o a la inversa. Fui sanando.
También recuerdo con felicidad unos Reyes Magos que me dejaron una bonita muñeca, un carrito y un cesto hecho con mucho arte y gusto por mi tía Beatriz: estaba adornado con papeles de colores y repleto de golosinas. “Tal vez fueron los únicos Reyes de mi infancia”.

Con mis tíos yo estaba bien asistida. En las vacaciones, nos íbamos a Pedro Abad, un pueblo de Córdoba donde vivían los familiares de mi tía y donde ella había nacido. En Pedro Abad tenían una casa de campo, la fachada principal daba a la calle y la parte trasera al campo. Un día cuando jugaba con un niño, pasó una procesión de musulmanes, iban vestidos con largas ropas. Uno de ellos se acercó a mí y me dijo: ¿Te vienes conmigo, guapa? Yo corrí a la casa muy asustada.
Otro día la abuela Juana, madre de mi tía, me dio una moneda, se cayó al suelo y la busqué con las manos. ¿Por qué arrastras las manos Carmencita? No contesté pero esto era una muestra de mi evidente deficiencia visual.

Cuando llevaba un año con mis tíos, mi madre y mi hermana Liberta fueron a visitarme. Traía consigo una pequeña sorpresa, un vestido para cada una. De esta visita conservamos una foto, Liberta y yo con los vestidos iguales.

Medio año más tarde mi madre vino por mí definitivamente y a principios del primer trimestre de 1941 decidió reunir a cinco de sus hijos (pues los tres mayores estaban o en las canarias o en el ejército).

Por entonces había recorrido cada pueblo del término municipal de Niebla. Compraba productos campesinos y los vendía en las ciudades, y a la  inversa. Llevaba a las aldeas productos que escaseaban en los campos ganando algo de dinero. Un día por esos caminos de Dios llegó una joven y decidida señora a una pequeña aldeíta. Observó que jugueteaban bastantes niños en edad escolar. Se dirigió al alcalde pedáneo, hombre esbelto y de buen carácter, y le expuso la conveniencia “tal vez la necesidad “de actuar como maestra. El alcalde acogió de buen grado la propuesta y le dio algunas pautas para el buen entendimiento con las gentes. Así fue como se conocieron mi madre y La Peñuela.

La Peñuela está situada a 8 kilómetros de la ciudad de Niebla. Había bastantes niños y no tenían escuela. ¿Dónde se impartirán las clases? El señor señaló con el dedo la casita blanca y continuó. "Es de mi propiedad. La cedo como escuela, si bien, ¡deberá abonarme un simbólico alquiler según marca la Ley!" El septiembre de 1941 salimos para la aldea. Mi madre partió con su primogénito Juan (Juanín) para arreglar la casita propiedad del alcalde, el señor Román. El señor Román era un señor respetable, católico y de buenas costumbres, que por un pequeño alquiler dejaba la casita a los maestros. Los cuatro menores, Antonio, Manolo, Liberta y María del Carmen llegamos más tarde, por supuesto andando. Yo no había cumplido  los seis años, cuando nos cansábamos, nos sentábamos en los bordes del camino o nos llevaban los mayores en la espalda. Recuerdo con cariño, el encuentro con unos pastores de ovejas, al vernos nos invitaron a sentarnos con ellos y nos dieron agua fresquita de sus barquinos (eran unos recipientes de piel de cabrito que después de ser tratado, lo utilizaban a modo de cantimplora para mantener el agua fresca). Nos dieron pan de campo y queso de oveja. Les gustaba que hablásemos con ellos, ya sabían que éramos los hijos de la maestra.

Por fin, llegamos a La Peñuela. La casa blanca estaba en medio del campo. Situada en una elevación del terreno, rodeada de pequeños montes adornados con jaras, jaguarzos, romero y tomillo. El colorido blanco y amarillo de unos, lila y morado de otros. El suelo cubierto de pequeñas hierbas verdes, cuajado de margaritas, lirios, etc. En los valles crecían la cebada y la avena, salpicada de amapolas y jaramagos, presentando un hermoso registro, con el verdor de los cereales y el rojo de las amapolas. Este maravilloso paisaje era visitado desde temprano por las trabajadoras abejas que durante el día, iban y venían a las flores llevándose el néctar hasta sus colmenas donde fabricaban la nutritiva y rica miel. Más de una vez me picaron.

En las elevaciones del terreno se levantaban las casas campesinas con sus lagares, hornos y todos los aperos de labranza. Dos arroyuelos, uno al noreste y otro al suroeste bordeaban la aldea; las aguas cristalinas de los arroyos brindaban a las mujeres una lavandería colectiva. Las aguas estaban bordeadas de adelfas, juncos y zarzas. Las ovejas llegaban a beber y sesteaban en sus márgenes. Se oía el canto de los pájaros y el cris-cras de las ranas.
La casita blanca era pequeña pero nos pareció un palacio. Tenía una puerta y dos ventanas rojas, el tejado también era rojo, una chimenea en el centro en forma de pirámide.
La casa ya estaba limpia, colocadas las camas, una de matrimonio para mamá y las dos pequeñas, otra hecha de cajones y unos tableros para los varones. Los colchones, estaban llenos de hojas de las mazorcas de maíz que se renovaban todos los años. No tuvimos sillas el primer día, pero eso sí, todo muy limpio; mamá había comprado algunos enseres, justo lo imprescindible. Conservaba el baúl de reglamento de mi padre, donde guardaba la ropa y algún documento, también servía de asiento. Nos colocó unos platos nuevos con dibujos y en ellos puso tomates frescos con sal y aceite, ¡todo estaba riquísimo! ¡Qué paz encontramos en este rincón de Andalucía!

De aquel día no tengo más recuerdos. Al día siguiente, el hermano mayor me llamaba: ¡arriba dormilona! Ya estaba todo colocado y limpio, la mesa del despacho de mi padre servía para la maestra y para los chicos y chicas mayores que la utilizaban para escribir con tinta, mojando las plumas en unos tinteros que manchaban mucho. En el lateral que daba al sur, había filas de sillitas pequeñas, que habían cedido las madres de los pequeños estudiantes. En la pared opuesta quedaba dispuesto un gran mapa de España, una pizarra con tizas para escribir y hacer operaciones matemáticas. En el ángulo frente a la puerta, una chimenea con algunos utensilios de cocina. El dormitorio disponía de una cama para cada uno. En la pared colgamos una ampliación de mi padre, sujetada por el cordón de su pistola. Una mesa para la maestra donde encontrabas un catecismo, una urbanidad (un libro de ética), algunas cartillas, catones y libros de lectura. (Páginas Selectas, corazón diario de un niño, El Pequeño Lord, una enciclopedia, etc.)

Se sucedieron los días y empezaron a llegar madres que querían inscribir a sus niños. Algunos no sabían lo que era una escuela, el personal en general vivía bastante atrasado.
Yo tampoco había tenido experiencias de escuela. Mi tío Juan me compró una cartilla en San Fernando, tenía las pastas amarillas y aparecía en la portada un niño vestido de azul que escribía las vocales. Creo que no la abrí. Cuando llegué a Niebla, mi hermana asistía a un colegio público al que me llevó un día. Tuvimos una mala experiencia, introduje los dedos en un tintero para conocer hasta donde se rellenaba de tinta el tintero manchándome brutamente. No veía tres en un burro.
Ya mi madre a través de sus compras y ventas, había captado la forma de atraer mejor a los vecinos. Tenía habilidad para cortar el pelo a los varones, pues se lo cortaba a mi padre y a mis hermanos. Así empezó como peluquera. La tijera estaba lista a primera hora de la mañana para los adultos y al finalizar las clases para los menores.
Pronto se divulgó la popularidad de la maestra, fueron llegando niños de las aldeas adyacentes. Hubo de abrir un turno por la noche para atender a los mozos que durante el día pastoreaban o cultivaban. La casita blanca se ensanchaba, en ella todos cabían.
La escuela se convirtió en una sesión permanente. Los niños apenas se separaban de la casita y al anochecer mi madre preparaba el alumbrado, un candil alimentado con aceite, cuerda de algodón y un carburo para así recibir a los adultos.
La escuela contaba con una campana para llamar a los pequeños a la hora de comenzar las clases, para avisar de algún acontecimiento y para rezar el rosario los domingos. No teníamos capilla y desde la reunión de los domingos, se empezó a promover la necesidad de construir una pequeña iglesia.

La casa estaba siempre ocupada. Me gustaba la casita, ¡dormir junto a mi madre! Durante el día, el exterior me atraía más, las flores, los arroyos, los animales, las gentes… Los días en la aldea pasaban alegres y pacíficos. Todo me hacía muy feliz.


Los tres años de guerra y sus funestas consecuencias habían convertido a Manuela en una profesional de la asistencia sanitaria. Todo sin títulos, eran otros tiempos. Los médicos de las ciudades limítrofes reconocían esta habilidad y cuando alguna persona de las aldeas adyacentes enfermaba, necesitaba inyecciones o curas, delegaban al buen criterio de la maestra. De esta forma se convirtió en enfermera, médico, comadrona, veterinario, peluquera, modista, consejera, etc.

PEÑUELA
Era la época de la vendimia; carros tirados por mulas iban a las viñas y volvían cargados de racimos que depositaban en los lagares.
Los campesinos tenían en sus casas bestias, perros, gatos, gallinas…. Nosotros también queríamos tener algunos. Rosario, la mujer de José Manuel, apodado regajera, nos regaló una gatita. Mi hermano Juan la bautizó con el nombre de pantera. Nos la dio recién nacida junto a su madre para que la amamantara. Se convirtió en una gata fina y elegante, además de valiente cazadora; era sorprendente cuando tenía sus hijos, sólo uno, a veces dos. Los criaba gorditos y limpios. Los aguardaba celosa, lejos de los ojos de cualquiera, escondiditos. Cuando eran algo mayores, salía a cazar, pájaros, lagartijas, lo que estuviera a su alcance.

Un día la perra de Tomás, apodado "guerra", dio a luz ocho cachorros. Mi hermano Manolo se llevó uno, era de color canelo. Lo criamos con sopitas de leche y Manolo lo bautizó con el nombre de Leal. Celestina me regaló un pollito y lo crié con arroz. Después con trigo y salvado. Se hizo una hermosa gallina, de un plumaje precioso. Mis hermanos hicieron un gallinero y fuimos ampliando la especie. A Liberta una vez finalizada la guerra la llamamos siempre Sagrario. El párroco Don Otilio la bautizó así. Los papeles del primer bautismo habían sido quemados, además de que Liberta evocaba a la libertad y se relacionaba con la república. A ella y a mí, nos regalaron un lechón a cada una, un terrateniente del lugar llamado José María Mora. M
is hermanos hicieron una casita para ellos. Los crié con biberón y papillas, ¡cómo disfrutaba! La cerdita de Sagrario era negra y enjuta, no le gustaba la leche ni la papilla, al contrario que mi cerdo que las engullía como si no hubiera mañana. Mi cerdito tenía una cabellera rubia, brillaba cuando lo bañaba y cuando me sentaba en el umbral, acercaba su hocico al muslo y se dormía. Cuando crecieron cambiamos la dieta; garbanzo negro y maíz. La cerda comía generosamente sin embargo el cerdito masticaba y lo escupía, solo quería la papilla que yo le hacía. Ese cerdo no nació para ser cerdo, nació para ser artista, ni engordaba, comía poco y no paraba ni un momento. Jugaba constantemente con Leal, saltaban muy alto, digno de un espectáculo circense, quizá se creía perro u hombre, era muy gracioso verlos. Me dio mucha tristeza cuando lo mataron y me enorgullecí de él cuando se quejaron al ver que a penas se podía sacar tocino, había bailado mucho.

Pronto llegó el INVIERNO, mi madre encendía el fuego muy temprano, allí nos preparaba tostadas con manteca de cerdo  ¡estaban riquísimas! Llegó diciembre y con él la recolección de la aceituna. Los extensos campos de olivo eran vareados por los hombres y recogido el fruto del suelo por las mujeres. Carros y mulas acarreaban las olivas desde el campo hasta el molino que quedaba a unos 200 metros al sur de la escuela. En aquella época todo se aprovechaba, el aceite limpio era para la alimentación, el inferior para hacer jabón, el alpechín o el desperdicio iba canalizado desde el molino hasta el arroyo donde las mujeres recogían la espuma para fabricar jabón. Con el aceite inferior se alimentaba el candil. Los grandes gapachos o trozos de esparto, tejidos que se colocaban en la piedra de moler, se utilizaba como estropajo para el suelo. El orujo o desperdicio era para los animales, también servía para encender el fuego. Por estas fechas son los días de la matanza del cerdo, una fiesta para los campesinos. Ellos se ponían de acuerdo para no coincidir varias matanzas el mismo día. De las vísceras del cerdo y las grasas que envuelven a éstas hacían los serranos. Era una comida que me gustaba mucho. Este día los campesinos se acostaban tarde, pues habían de limpiar escrupulosamente las tripas del cerdo que después servirían para envolver la carne picada. En tres lebrillos diferentes (recipientes de barro vidriado) se preparaba carne y condimento para los salchichones, chorizos y morcillas; los jamones se colocaban en grandes cajones después de haberse serenado cubiertos de sal y bien apretados; huesos y costillas, cabeza y pezuñas limpias se depositaban en una gran tinaja también vidriada. Ya estaba el potencial cárnico para el año, acompañado a veces de pollos tomateros o jóvenes, alguna gallina no ponedora y algún cabrito o cordero. 

En el invierno a veces llovía semanas sin parar y de forma abundante. En estos días de lluvia crecían los arroyos y su agua se enturbiaba al removerse la tierra del fondo, tapaban los pasadizos y los niños no podían acudir a clase. Las gallinitas tampoco salían a picotear, yo apenas podía verlas; la linda Pantera y el pequeño Leal permanecían junto al fuego o en el brasero, también gozaban del calor humano y de nuestras caricias; cuando la lluvia había limpiado los canales, mi madre colocaba recipientes  para aprovechar el agua de la lluvia, muy valiosa para el lavado personal, lavado de ropa, fregado de cacharros, para endulzar las aceitunas y los altramuces, para cocinar las legumbres, etc. Esto nos ahorraba traerla de la fuente, que era una caminata.
Mi madre aprovechaba para planchar la ropa con aquellas planchas de hierro calentadas en el carbón, cortaba el pelo a mis hermanos, hacía tomizas de palma para tejer los asientos de las sillas. Los campesinos tampoco salían al campo, se ocupaban en reparar los aparejos, las herramientas y todos los aperos de labranza. Las mujeres tejían chaquetas y mantones de lana, las casamenteras bordaban sus ajuares. En estos días se cocinaban migas, tostadas, torreznos acompañadas de melón, uvas, naranjas y, ¿Cómo no? el vasito de buen vino. Los melones de año, las uvas y los tomates de pera, eran colgados en el techo en la época de recolección.
Los pastores quedaban en los montes refugiándose en las laderas opuestas a los vientos. Vestían botas de cuero, pantalones de pana, zahones de cuero, camisa y pañuelos oscuros, pellica de piel de oveja forrada de piel de cordero y como prevención algún capote.
La vida de pastor me atraía: estar todo el día en el campo con las ovejas  corderos y perros, comer pan con tocino, chorizo, aceitunas…La comida de la casa con verduras no me gustaban, estar sentada en la escuela era muy aburrido. Los pastores eran buenos médicos y comadrones de las ovejas.
Cuando los perros cazaban una liebre o un conejo, el rabán experto en desollar y limpiar, lo preparaba con sal y aceite, y sobre las brasas lo sazonaba para  después comerlo acompañado de pan y vino. Era buen alimento, los perros se conformaban con los huesos. Casi siempre llevaban una burrita y cuando el rabán se cansaba subía en ella y ¡ala! ¡Que el zagal se haga responsable!
(Cada piara o conjunto de animales, era gobernado por dos personas o pastores, el mayor era el rabán o jefe y un jovencito zagal)

Al cesar las lluvias, se aclaraban las aguas, los arroyos bajaban su nivel.
Si el viento venía del norte hacía mucho frío y por las mañanas las superficie de las aguas estaban heladas, durante el día los tenues rayos de sol apenas derretían la primera capa helada. Una mañana yo iba por agua a la fuente y tenía que cruzar un arroyo, encontré allí una moza de la escuela, era mayor que yo, Me invitó a llenar el cántaro y el cubo con trozos de hielo, yo entonces era muy obediente y lo hice, antes de llegar a casa hube de soltar los recipientes y gritar ¡mamáaaaa! Tenía las manos moradas; desde entonces supe que no podría marchar al polo norte.

Al cambiar los vientos su dirección, subían las temperaturas, la aldea se llenaba de charquitos, los perros lengüeteaban en ellos, las gallinas picoteaban, subían y bajaban sus piquitos como agradeciendo a las nubes los sabrosos insectos, los pájaros también picoteaban y volaban alegres y contentos. Unos pollitos que hacía pocos días salieron del cascarón corrían detrás de su madre como bolitas de algodón, la madre encontraba un gusanillo y lo despedazaba ofreciéndoselo a los pequeños que eran incapaces de comer. La gallina se ahuecaba los pollitos bajo sus alas, caliente cobijo de donde asomaban sus cabezas como si se tratara de finas cortinas llenas de colores. Los niños calzados con gruesas botas golpeaban los charcos con palos salpicando por doquier, las niñas más hacendosas barrían las aguas con escobas hechas de ramas más grandes que ellas.

Subían las temperaturas, se alejaba el invierno y se acercaba la
PRIMAVERA. La vida resurge con fuerza. Los sembrados que durante el invierno habían permanecido raquíticos y encogidos crecen ahora rápidamente El rojo de las amapolas y el blanco de los jaramagos contrastan con el verde incomparable de los trigales;  las bajas tierras no labradas estaban cubiertas de hierba verde y adornada de flores silvestres de diversos colores, los arbustos florean: abundan por esas tierras las jaras, jaguarzos, tomillo cantueso y romero. Las plantas cultivadas en los jardines y huertos alegran la vista y deleitan el olfato. Los arroyos que volvieron a su cauce corren tranquilos y transparentes. Las abejas comienzan sus trabajos, los pajaritos vuelan en bandadas alegres, las gallinas con su inconfundible cacareo anuncian que en el nidal han dejado un hermoso huevo. Los gallos cantan arrogantes y orgullosos como jefe de su especie. Los niños juegan en la calle con palos y piedras, las niñas en los carriles señalan la rayuela y juegan a la comba. Yo también aprendí a jugar pero era muy lenta, pisaba la raya, me daba con la cuerda en la cara, no entendía por qué era tan torpe.

A primero de marzo los campesinos sembraban el maíz, los garbanzos y los arriates. Continuaban con la escalda del trigo.
El diecinueve de marzo era festivo, San José. Los mozos salían muy temprano hacia la zona donde se producen los gurumelos o champiñones silvestres. Con unos palos golpeaban la tierra y sabían dónde estaba el fruto. Si el año había sido lluvioso la abundancia era segura. Por las tardes volvían con buenas cargas; esa noche, todos cenábamos gurumelos a la brasa, aliñados con sal y aceite.
El personal de la aldea marchaba al pueblo en las vacaciones de semana santa; en casa quedábamos algo tranquilas, íbamos con mi madre a buscar plantas alimenticias: espinacas, tagarninas, collejas, espárragos etc. El personal de la aldea tenía deseos de que fuésemos a ver las procesiones y un año creo que en 1944 fuimos.

Suben las temperaturas, crecen las hortalizas y arriates, granan los cereales y el campo se viste de flores. Mayo, mes de las cruces. Una capillita de la Virgen recorría las casas de la aldea. En alguna casa, la cruz era adornada con flores y romero.

Llega el día trece de Junio, festividad de San Antonio de Padua, patrón de la aldea. El día 24 del mismo mes se celebra San Juan Bautista. El santo de papá, íbamos a misa y siempre estrenábamos ropa.

VERANO
Los meses de julio y agosto son los meses de la gran recolección; carros, hombres y mujeres salían temprano. Ataviadas con botas, faldas largas y medias gruesas las mujeres, pantalón de pana y camisas oscuras de manga larga los hombres. Ambos géneros llevaban pañuelos al cuello y sombreros de anchas alas forrados de telas, que las mozas en invierno habían confeccionado. Ellos pasaban todo el día bajo un sol de justicia, cortando las mieses, haciendo gavillas o pequeños haces que después iban juntando, preparando una hacina o gran haz que cargaban en los carros y bestias. . Después la trilla y más tarde al molino. Era la trilla un trabajo divertido para los niños. Íbamos a las eras y nos montábamos en el trillo, nos daban vueltas. Por la noche jugábamos en la paja. Los hijos de los propietarios dormían en las eras y a mí me apetecía dormir con ellos. Una noche mi madre me dejó, yo no podía dormir, miraba las estrellas, al lucero del alba, la vía Láctea, las constelaciones y cuando me cansé, cogí mi manta y volví a casa.

Aunque los jóvenes hombres y mujeres pasaban el día en los campos segando, las mujeres mayores y las adolescentes se quedaban en casa ocupándose de la conserva del tomate. Se llenaban botellas y botellas de tomate, también de pimiento, que servirían para preparar pistos en el invierno. Los tomates de pera y los pimientos de bola se colgaban en el techo, con los ajos se hacían graciosas trenzas y se dejaban secar, las uvas más fuertes también se colgaban y después eran uvas pasas.

En el día del amasijo se hacían algunas chucherías para merendar, se asaban boniatos se tostaba la harina para hacer las papillas a los lactantes y hasta se cocinaba la comida al calor del horno. El amasijo era semanal, el pan se conservaba en tinajas de barro vidriadas. El lavado también era semanal; a veces bien temprano mi madre cogía la panera o recipiente para lavar el jabón y la ropa sucia y marchaba a la fuente o el arroyo; alguno de mis hermanos se quedaba a cargo de la escuela, más de una vez me llevaron con ella, y decían a mi madre ¡aquí tienes a tu hija mimosa! ¡No se aprende la lección! A mí me dolía la cabeza, quedaba con ella y volvía más tranquila. A mediados de agosto los campesinos hacían un descanso para ir a la feria del pueblo. Otro descanso más en septiembre para celebrar la patrona, Virgen del reposo. Yo aprovechaba las fiestas para descansar, era demasiado ajetreo. Estábamos en la vendimia, así se sucedían los meses, las estaciones y los años.

A pesar de las dificultades aprendí a leer. Nunca fui una gran lectora, tampoco destaqué en la escritura, me salía de los renglones y mi letra era destartalada. Me aburría profundamente. Aprendí las cuatro reglas básicas de las matemáticas y comprendía bien las lecturas ejemplares de mi madre.
Estudié urbanidad y el catecismo, en éste, hallé algunas palabras y sentencias con las que no estaba de acuerdo, (limbo, purgatorio e infierno) ¿cómo un Dios misericordioso y bueno nos va a hacer esas cosas?
Manuela me impuso todas las tareas de la casa, incluso a coser que tampoco fue fructífero. Hacía ganchillo y punto de lana, zurcía calcetines todo al tacto. Quizá nadie se dio cuenta de mi defecto visual. Hoy sospecho que mi madre sí, pues nunca me exigió que me aprendiera las lecciones. Mi hermano mayor se enfadaba y me decía que era una burra, yo lo aceptaba pues las burras me parecían muy buenas. Dicen que un burro nunca tropieza con la misma piedra, se acuerda donde se encuentra y la segunda vez que rehace el camino la evita con indiferencia. Asocio más el término -burro- a la terquedad más que a la falta de inteligencia.

MANUELA
A menudo acompañaba a mi madre a cuidar enfermos. Me llenaba de felicidad pasar ratos con mi madre, y asistir a personas era uno de mis puntos de fuga preferidos respecto de los libros y otras tareas farragosas.
Abríamos abscesos, yo sujetaba fuerte las partes que habían de ser abiertas, pues todo se hacía a dolor. Recuerdo un día en la Peñuela que el hijo de Juan, (campesino de la Huesa, aldea próxima a la Peñuela) tuvo un accidente con una bicicleta y al niño se le inflamó la pierna. Mi madre estaba fuera del pueblo y fue a que lo visitara un médico privado. Le mandó antibióticos pero no mejoraba. Reconsultó y el médico le cambió de antibióticos. Al no mejorar con esta tanda de medicación y ya mi madre en el pueblo, el niño vino a casa. Mi madre examinó la pierna y le pidió permiso a Juan para abrir. "Lo que hagas está bien hecho maestra" Le respondió. Mi madre quemó con alcohol una cuchilla y sajó. Pronto con el estilete notó algo duro. " Aquí hay un cuerpo extraño". Entonces profundizó con una pinza y sacó una puntilla que estaba muy próxima al hueso. Desinfectó la zona, aplicó penicilina en polvo y rellenó con gasas el hueco abierto. Todo a dolor como ya decía más arriba, el niño no se quejó, nadie se quejaba entonces, estábamos endurecidos sobremanera. Al sacar el clavo sin cabeza su padre lo reconoció, él mismo colocó ese clavo en la bicicleta. El padre llevó sus manos a la cabeza, no podía creerlo, y maldijo las anteriores visitas al doctor de Bea (pueblo de Huelva) que le habían costado caras. Ya mi madre poseía una fama horrible por anécdotas como esta. Era una artista. Hubiese sido un cirujano extraordinario, no recuerdo una herida que se le infectara, ni un parto que no pudiera llevar adelante, ya viniese de culo, de pies, el cordón retorcido por el cuello o por donde fuese... Metía su mano y listo.   
Una tarde de verano íbamos a la casa de los Vizcaínos, se encontraban a varios kilómetros de distancia. En un punto del camino Leal se puso nervioso y salió corriendo hacia un viñedo, empezó a ladrar con ímpetu, ¿qué pasa Leal? El animal venía, nos hacía carantoñas y volvía al viñedo mirando hacia atrás insistentemente. Señalaba que nos convenía seguirle hasta allí. Al lado de una higuera un hombre parecía dormir, mi madre le tocó en el hombro. “buen hombre, buen hombre” Casi al momento mi madre me dijo: “Carmen, vuelve a la aldea y comunica que el guarda de esta viña ha fallecido, que dispongan su recogida. Yo con Leal sigo a inyectar a los hijos de Vizcaíno”
La maestra daba asistencia sanitaria de todo tipo, la ayudaba a drenar abscesos, sujetaba fuerte las partes que habían de ser abiertas, todo se hacía a dolor. Otra de sus tareas era la de paliar el sufrimiento de los moribundos. Íbamos cada veinticuatro horas a inyectar morfina a una señora que vivía con su marido en una casita alejada en el campo. Recuerdo la última tarde que fuimos como si fuera ayer; bajábamos el pequeño monte que escondía la casa de campo y vimos al marido dirigirse al pequeño pozo de agua. Al llegar a casa la señora sentada moría. El marido y mi madre le colocaron sus últimas vestiduras.

De esta manera me acerqué a la muerte, me relacioné con ella desde pequeña, siempre la he sentido como algo natural.
En esta región la falta de medios económicos se unían a las potencias del alma (memoria, entendimiento y voluntad) según Ripalda. Mientras mi madre atendía a los enfermos yo hablaba con los niños. Vivir la miseria de aquellas familias me hacía qué pensar. A los diez, once años no entendía tantas cosas… Anciana ya sigo sin entenderlas, empero ¿quién soy yo para entender lo que no entiendo? Yo que no conozco el verdadero pasado, que el futuro me es incierto y el presente, ni si quiera en mis días más lúcidos ha sido transparente por completo.
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ALDEA
A pesar de estar situada La Peñuela en el término de Niebla, el personal que la habita es de Valverde del Camino, pueblo mucho más moderno, de siempre. Era importante la industria del cuero donde trabajaban mujeres y hombres. Las mujeres eran, y tal vez sigan siendo aparadoras, no sé si este adjetivo es conocido. Lo que hacían era aprovechar los restos de cuero que quedaban de la confección de calzados que trabajaban los hombres. También hacían los aperos de bestias y mantas especiales para el campo. Todo este material, se vendía en principio en la feria de Niebla; después se fue extendiendo a todo el país. Con los restos de cuero, las mujeres confeccionaban bolsos, zapatillas y toda clase de monerías muy beneficiosa para el uso masculino y femenino.

Contaba el pueblo con dos conventos de religiosas, dedicadas a la formación de las niñas  -las hermanas de la Cruz-. Educaban a las niñas menos favorecidas en forma de internado; asistían a los enfermos  y quedaban con ellos cuando éstos no tenían familia. Dos de las hermanas pedían por el pueblo y otras dos repartían lo recogido.
El otro convento era de salesianas donde se impartía educación especial, de pago, a las niñas de familias pudientes. A mí, me encantaba el silencio de los conventos y su formación, me hubiese ido con ellas, pero mi madre no podía pagar a las salesianas y las otras eran para las niñas más pobres.

Cuando yo tenía ocho años y mi hermana nueve, mi madre nos preparó para hacer la primera comunión; nos aprendimos el catecismo de Ripalda aunque yo no estaba de acuerdo con algunas frases como ya he escrito antes (limbo, purgatorio e infierno), no eran tiempos de discutir. Después los últimos Papas han rehusado algunas de estas palabras y conceptos que para mí siempre estuvieron en entre dicho.

En 1944 hicimos la primera comunión. Era jueves santo. Nos reunimos en el colegio de las hermanas de la cruz y en unión de las colegialas allí desayunamos; todas las niñas iban de largo, mi hermana y yo de corto.

CAPILLA
En el año 1945 se puso la primera piedra para construir la capilla que ya había sido gestionada en las reuniones que se hacían en mi casa. El constructor señalizó su extensión y estructura, quedaba a unos tres metros de la escuela y con la misma dirección, la puerta principal al sur y la puerta de la sacristía al este.

Por estas fechas Enrique prestaba servicio en la División Azul y mandaba algún dinero a casa. 
Por estas fechas Enrique prestaba servicio en la División Azul como voluntario y mandaba algún dinero a casa. Todo era una patraña, fue obligado a luchar, no se alistó como voluntario. Luchó contra los rusos como aliado del ejército nazi ¡Pobre Enrique! Ya había manejado el fusil en la guerra civil con tan solo catorce años. Juanin se preparaba en el colegio de guardias jóvenes, (Valdemoro, Madrid) y mi madre le enviaba paquetes de alimento. El estaba muy contento. Lo recuerdo con la ropa de guardia civil puesta, guapo, ilusionado por ser guardia civil como su padre. Cuando terminó el curso le dijeron que no daba la talla, la altura suficiente para ser guardia civil. Otra mentira, él tenía una estatura normal. Probablemente no le permitieron ser guardia civil por el antecedente de padre republicano.

En la construcción de la capilla participó todo vecino. Mi hermano Antonio y Manolo trabajaron como peones. Detrás de la escuela se formaban montones de arena, cemento, cal y demás herramientas de albañilería.
Un día después de terminar la clase de la mañana me fui a jugar con los trozos de mosaicos y ladrillos. Hice una casita de muñecas, ¡soñaba y soñaba con una bonita casa de muñecas, muñecas que hablaban y se movían libremente! De pronto ¡¡Ay!! Algo me había clavado. El dolor era intenso, a mis gritos acudió mi madre y un mozo que pasaba por el carril. Me había picado un escorpión. Mi madre ató alrededor del muslo con la misma banda elástica que se utiliza para las extracciones de sangre, intentando paralizar el veneno en la zona de la picadura. Román, que así se llamaba el mozo, buscó el arácnido, lo encontró, lo mató, machacó y lo impregnó en aceite para colocarlo en la zona de la picada. El dolor recorría todo mi cuerpo y nada me aliviaba. Me dieron a beber agua fermentada con raíz de la vivorera pero todo fue inútil. Me llevaron a la casa del señor Román, el abuelo del mozo. Este señor sacó un frasco que debía estar cerrado mucho tiempo, una vez abierto lo acercó a mi nariz y ordenó que aspirara profundamente quedándome adormecida. El dolor persistió varios días más pero fue menos intenso.

La edificación de la capilla se llevó con gran celeridad, y en 1946 se inauguró por todo lo alto. Se adornaron  las calles, la aldea entera, desde el primer montículo donde se divisa la misma hasta su término, con grandes arcos de cartón, banderitas y flores de colores, confeccionados por las mozas y con la colaboración también de mis hermanos, en especial Antonio que era un artista en dibujos y diseños.
Los campesinos habían elegido de patrón a San Antonio de Padua y una imagen del santo preside el altar mayor. La imagen de este santo ya figuraba oculta en una capillita del molino de aceite, dentro de la aldea. Para la bendición de la capilla, y en representación del cardenal Segura (o Monreal) llegó don Miguel Bermudo Rodríguez, (beneficiado de la Iglesia Católica) acompañado de varios sacerdotes además de los párrocos de Niebla y Valverde. También asistieron las autoridades civiles de Niebla y todos los habitantes de la aldea y lugares adyacentes. Una misa solemne; órgano, banda de música, cohetes etc. Terminada la celebración, las personalidades ilustres marcharon al salón del molino donde los aldeanos habían preparado una comilona, allí comieron y bebieron ampliamente. Algunos de los comensales presentaban un voluminoso abdomen. A mí me parecían unos glotones tragones. Aún quedó restos de comida que se llevaron las cocineras. En ese instante me vino a la mente la estrofa de un libro que dice “yo he visto a un lobo que de carne ahíto, dejó comer los restos de un cabrito, a un perro ruin que presenció su robo–deja oh rico comer lo que te sobre porque algo más que un perro será un pobre –y tú, no querrás ser menos que un lobo-” No fue mi idea ofender a nadie, pero lo pensé y me quedó marcado.

A partir de ese día, el párroco de Niebla venía con frecuencia a celebrar la misa dominical. El rosario lo rezábamos por la tarde en la capilla. Pronto se inició la Acción Católica de la que Sagrario y yo formamos parte. Recibíamos la hoja parroquial y otras informaciones.
Un día llegó la noticia de que el señor obispo llegaba a la aldea de Candón, (situada a cinco kilómetros de La Peñuela) mi madre preparó la salida con todos los niños. Allí recibimos Sagrario y yo la confirmación.

Hace unos años que una de las amigas de La Peñuela, me dijo que habían encontrado la lista de aportaciones económicas que figuraba en los archivos de la capilla. La lista la encabeza mi madre con diez pesetas.

Enrique volvió de la División Azul, enjuto y nervioso. Un tiro en la muñeca izquierda había lesionado el nervio del dedo anular. En su maleta de madera anidaban algunos parásitos, mi madre experta en higiene pronto la desinfectó.  De Alemania nos trajo dos recuerdos- una manta con varios cortes para diferenciarla y una linterna con un ojal de cuero para colgarla en algún botón. Tenía un cristal blanco y otro azul; para atenuar la luz en caso de peligro. Enrique pasó con nosotros varios días, mi madre lo alimentaba lo mejor posible. Leal sentado a su lado. Él come con avidez, el comensal ignora todo su alrededor y cuando termina con la cuchara limpia escrupulosamente el plato con un trozo de pan. Se levanta y tropieza con el perro. Enrique le muestra el plato en señal de su olvido. El animal pasa la lengua por el recipiente que solo mantiene el olor al guiso.

Mi hermana Lina venía en verano a vernos. Recuerdo a su hijo Juan Antonio tan simpático y al pequeño Enriquito, este último era una belleza, murió con diez meses en la Peñuela. También nació con nosotros su hija Pilar, el nacimiento tuvo lugar en Niebla en la casa de su abuela. Era una señora mayor muy generosa que cuidó de sus nietos con mucho amor, se llamaba Carmen.

Un día mientras se impartían las clases llegaron personas muy asustadas, vociferaban ¡maestra la fin del mundo! ¡Hay señales en el cielo! ¡La llave de la iglesia!  ¡Tenemos que rezar! Así fuimos a la capilla y cuando terminamos de rezar y salimos fuera, advertimos unas rayas blancas que cruzaban la bóveda celeste. Se difuminaban hasta disolverse por completo. Después supimos que era efecto de los reactores que empezaban a volar por nuestra zona.

Por esta época, Sagrario creo que pasaba una temporada en el convento y mi madre hubo de ser hospitalizada en Sevilla a consecuencia de un menisco roto; por lo cual, yo quedé sola y atendía la escuela lo mejor que podía, mas no veía lo suficiente para corregir los dictados, ni hacer las lecturas ejemplares como lo hacía mi hermana o mi madre, ni leer las cartas que llegaban a casa. En estos días murió Leal, los niños de la escuela y yo lo enterramos. Perdí el apetito. La familia Palanco fue mi benefactora. La madre me llevaba a la hora del recreo un aperitivo y después de terminar las clases de la mañana me iba a comer con ellos. Volvía a las clases de la tarde. El rosario.

Mi madre enfermó de pleura debido a los fríos que durante el invierno había recibido visitando a los pacientes de madrugada; hubo de guardar reposo  así pues, Sagrario se hizo cargo de la escuela y yo de la casa. Por las tardes yo iba a rezar a la capilla, lloraba pidiéndole a Dios que mi madre sanara. Pronto se recuperó. Otro día un burrito joven y retozón, de mala condensada tiró a mi madre sobre unas piedras fracturándose el hueso frontal y cuando la vi en la cama con la cabeza vendada ¡sentí que me moría!

Cuando yo tenía 14 años y mi hermana 15, mi madre nos llevó a unos oculistas a Huelva, los hermanos Payarés Ortuñoz. Estos doctores nos diagnosticaron a ambas una enfermedad específica, retinitis pigmentaria. Una enfermedad hereditaria y progresiva que podía ser consecuencia de la consanguinidad de mis padres. Más tarde en el ejército, mi hermano Manolo recibió idéntico diagnóstico.

MADRID
Pasados unos años la visión empeoraba y con 17 años fuimos mi hermana Sagrario (1952-1953), mi madre y yo a Madrid, para visitar a un oftalmólogo que nos recomendaron; el doctor Marín Amat, en la calle Barquillo. Nos hospedamos en la casa de Elena y Conrado, en Tetuán de la Victoria. Estos eran antiguos amigos de mis padres y paisanos míos. Allí llegaba todo el personal desfavorecido procedente de Casas de don Pedro. Solo mirarme exclamó ¡lástima de ojos! Y dijo a mi madre “ponga a su hija a estudiar música que no podrá hacer otra cosa”. Me gustaba la música pero vivíamos en el campo y no tenía opción. Estando en Madrid, nos dieron la dirección de otro oculista, don Abundio Álvarez Álvarez, cuya consulta se situaba en el paseo Recoletos. Este doctor, nos dio esperanza de mejorar y pasamos en Madrid tres meses. Nos aplicaban un tratamiento especial. Resultó caro y aunque según él, debíamos pasar cada tres meses, ya no volvimos, pues mi madre gastó los ahorros que tenía.

Llegó a la casa de Elena y Conrado un matrimonio con una niña pequeña con tos ferina y el padre padecía tuberculosis ósea. Procedían de mi pueblo. Eran sumamente pobres. Pensé la manera en la que podía ayudarles. Con este motivo me dirigí a la oficina de Caritas de Tetuán y expuse la situación. El responsable facilitó alimentos para la semana y me dijo que pasara todos los lunes para recoger otra dosis de avituallamiento.
El enfermo debería ser hospitalizado pues la medicación se administraba en el hospital. No había cama, y tampoco dinero para ambulancia, así que le expliqué la situación a don Exiquio, presidente de Caritas de Tetuán, y este me entregó una carta para que la hiciera llegar a la sede general de Caritas que se encontraba en Puerta del Sol. Yo todavía con un resto de visión podía leer los mapas del metro. Hice algún trasbordo y llegué al edificio de Caritas.
Llegué a la sede. En la puerta se encontraba un conserje uniformado, muy serio. Me pareció un polichinela. Claro que yo había vivido en el campo donde no se utilizaban formalidades. El serio individuo debió darse cuenta y trató de aburrirme infructuosamente. Le mostré la carta y le hice saber que ponía -sección permanente-. Le seguí hasta un despacho donde señoras muy pintadas y enjoyadas, intentaban dar solución al problema más serio y urgente por el que atravesaba probablemente la sociedad. Arreglar la indecente situación entre parejas de ancianos que no habían pasado por la vicaría. Me parecieron retrógradas y repelentes. Finalmente pasé a la secretaría. Todo se solucionó. Cada día enviarían una ambulancia para transportar al enfermo al hospital. Y así pasó.

Me gustó el clima fresco de Madrid y la calidad de su agua  ¡pero era todo tan distinto!... Desde muy temprano transitaban hileras de personas muy de prisa, hileras en las que nadie conoce a nadie. Se erigían grandes y complicados edificios, las bocas de metro espiraban el calor y vapor de las entrañas de la tierra. Los domingos íbamos a visitar El parque del Retiro. Conrado nos servía de guía. Pasamos en Madrid el 1 de abril, el día de La Victoria. ¡Qué disciplina y elegancia!: Pasó primero la caballería mora con los más bonitos y adiestrados caballos; los jinetes lucían turbantes y capas muy vistosas. ¿Por qué elegiría Franco a los jinetes moros? Desfilaron las tres unidades militares de tierra, mar y aire. Los legionarios marcaban su propio ritmo desentonando de los demás. Me pareció una demostración de poder. ¡El poder, el poder siempre el poder! Volvimos a Madrid en octubre para continuar el tratamiento, en noviembre pasamos por Cartagena para visitar a los tíos Juan y Beatriz y conocer a mis primos. Luego regresamos a la aldea. Antonio volvió del ejército, no le gustó la vida militar y tras hacer algunos cursos entró como factor en Río Tinto.

VIAJE A SANTA CRUZ

Liberta y yo perdíamos agudeza visual y mi madre que ya no se encontraba tan fuerte, maduraba la idea de hacer un viaje definitivo a Santa Cruz de Tenerife (allí se encontraban todos los hermanos mayores). El 4 de mayo de 1954 salimos de La Peñuela, ¡nunca lo olvidaré! Pasaron por casa personas de todas las edades y un grupo de jóvenes y niños nos acompañaron hasta el montículo tras el cual queda oculta la aldea. Allí habían transcurrido los mejores años de mi vida. Llegamos a Niebla y como siempre descansamos en la casa de la tía Pilar y Magdalena. En esa casa disponíamos de una habitación dormitorio y demás servicios generales. Era una casa antigua con varios cuerpos, uno a continuación de otro, en el último cuerpo estaba la cocina de carbón y a la izquierda una  gran puerta que nos conducía al patio, un patio adornado con un jazminero, una parra, helechos y pilastras. Otra gran puerta se levantaba en la parte lateral izquierda que había sido caballeriza y que se usaba ahora como retrete y lavadero. Los suelos estaban enlosados con piezas rojo tostado y en el centro en forma de alfombra se extendía un adorno de pequeñas piedrecitas laboriosamente pintadas de forma simétrica de unos ochenta centímetros de ancho. Al llegar a la cocina donde se ampliaba cubriendo toda la superficie, las altas paredes estaban adornadas con cuadros y fotografías antiguas, en los rincones altos maceteros con pañitos bordados y macetas. La puerta de la calle permanecía entornada durante el día para facilitar el paso a las personas que querían hablar con Pilar. Ésta era una mujer fuerte y corpulenta que cuando no salía a trabajar al campo permanecía casi todo el día sentada junto a la puerta del patio tejiendo cestos y esteras de palma que ella había preparado en el tiempo oportuno -eran unas palmas de palmitos que por aquella zona crecían en abundancia-
Magdalena trabajaba con unos hacendados junto a su casa. En la calle Santiago a unos cien metros de distancia vivía mi abuela materna con sus dos hijas solteras, Francisca y Teresa. Esta casa era más alegre y soleada, con un bonito patio lleno de flores, con pozo y cubeta, con carrucha y un gran corral donde sacaban pecho los árboles frutales y correteaban los animales.

Varios días estuvimos preparando el equipaje, salimos a Sevilla donde nos esperaba la tía Matilde, hermana de mi madre, también viuda de guerra. Estuvimos en su casa, recuerdo que en ese año de 1954 Sevilla sufrió grandes restricciones de agua. Una tarde de ese verano zarpamos en el transatlántico Ciudad de Alicante. Navegamos por el Guadalquivir, todo era bonanza. Era la primera vez que yo embarcaba y a pesar de que me gustaban las cosas nuevas, sentía una profunda nostalgia, atrás quedaban las gentes, los animales, las cosas con las que había vivido. Con la cara levemente compungida y los labios trémulos, canturreaba una canción. -Son como el mar, como el azul del cielo, como el sol. Yo nunca vi en el arco iris su color- Lágrimas como garbanzos caían por mis mejillas.
Desde la parte alta del buque observaba el maravilloso espectáculo: Sevilla empequeñecía, después parecía envuelta en humo, hasta desaparecer finalmente. Pensé: ¿Será cierto que con las distancias todo desaparece? Noté un puño dentro de mi garganta.

Seguía estática ante el maravilloso concierto que por primera vez experimentaban mis sentidos: en mi interior, la pérdida de algo valioso que tal vez no volviera a ver; en el exterior, el barco que navegaba serenamente por la desembocadura del Guadalquivir. En el horizonte el cielo se juntaba a la inmensidad de las aguas. El sol iba desapareciendo y, a la vez que se hundía, el cielo y las aguas cambiaban su intenso color azul-verdoso en un azul oscuro.
El toque del tambor de los camareros me despertó de aquél sueño. Todo había quedado impreso en mi mente.
-¡A cenar! Gritaron los camareros;
-¿Por qué tan temprano? pregunté  a mi madre.
-Hay que cenar y acostarse.
Hacia la madrugada me despertaron unos extraños ruidos. Habíamos entrado en alta mar. El viaje duró tres días y cuatro noches que parecieron interminables. Por fin llegamos a las Palmas, allí vivía mi hermano Juan con su familia. El buque hizo una escala de algunas horas y continuamos para Santa Cruz. Allí nos esperaban otros hermanos y sobrinos. Fuimos a vivir  a la casa de mi hermana mayor. Era un piso de familia numerosa en la planta baja, calle Callao de Lima. Liberta y yo iniciamos la preparación para ingresar en bachiller. Nuestro hermano Manolo fue nuestro profesor.
No pude continuar con la preparación, las letras se me juntaban, se doblaban y borraban por lo que volví a centrarme en las tareas del hogar. Mi madre encontró trabajo en una clínica de accidentes.

Yo, que había llegado lozana y con coloretes, empecé a palidecer y adelgazar; todo el organismo se resintió. Al llegar a la isla, me desapareció la regla. Me llevaron a los mejores médicos militares, pero no pudieron encontrar la causa. A los 18 meses, el doctor que me trataba dijo a mi madre que debía volver a mi tierra porque me estaba quedando sin sangre.
Así pues, mi madre me mandó a Andalucía, a casa donde vivía uno de mis hermanos con su familia.  
En Palma del Condado (Huelva) mi madre me llevó a nuestro médico de confianza, Don Pedro Parreño, éste quedó sorprendido, me recetó vitaminas y una alimentación rica en hierro. Mamá hubo de regresar a Santa Cruz, ya que con su trabajo mantenía los estudios de Liberta y Manuel. Manuel había ingresado en el ejército. El examen físico resultó no apto a causa de la retinopatía, no obstante expuso la imposibilidad de volver a Andalucía debido a la escasez y dura situación económica. Ascendió a cabo, sargento y pronto lo hicieron secretario de la biblioteca regional de Canarias. Ganaba un sueldo pero no era suficiente para pagarse una pensión y los estudios. Se había matriculado en medicina además de griego y latín. Podías preguntarle cualquier duda, qué significaba tal palabra, tal enfermedad, por cualquier autor. Un prodigio. Se casó en Sidi Ifni. Destinado en calidad de explorador participó en la guerra con mala suerte, le estalló una mina antipersona destrozándole los riñones y dejándole sordo de un oído. A los años le dieron la incapacidad y una administración de lotería en San Roque, Cádiz. Liberta, alumna de nuestro hermano Manuel, hacía los cuatro años de bachiller y la reválida en uno, un tiempo récord. 

En la Peñuela había pertenecido a la Acción Católica al igual que mi hermana. En Santa Cruz, ambas nos integramos en un grupo de chicas cordimarianas en la parroquia del Pilar, que se situaba muy cerca de casa. En Zalamea seguí mi tradición, iba por la mañana a misa temprano y por la tarde daba clases de adultos para las señoras analfabetas. Mas la familia de mi hermano atravesaba una dura crisis económica y también de salud, así mi tío Juan me acogió con su familia por segunda vez, en esta ocasión en Cartagena. Me recuperé. 

Al terminar Liberta los estudios, volvieron a Niebla y me llamaron. Las dos estaban convalecientes. Mi madre de una angina de pecho y Liberta sufría una gran anemia. Me encontraba fuerte, pero la situación económica era bastante precaria. En casa me movía libremente, pero no podía salir a trabajar a la calle. Ante esta situación, decidí escribir al caudillo Francisco Franco, y lo hice sin que nadie se enterase. Al contestar del palacio del Pardo, el primer sorprendido fue el cartero y después la calle entera. En la contestación me explicaban donde se hallaba la delegación de la ONCE más próxima. Fuimos y todos los meses me enviaban un boletín en papel satinado. Boletín que yo no podía leer.

RUIZA/CARTAGENA
Un día llegó a casa un joven conocido de mi madre que le propuso dar clase en la finca de La Ruiza, también en el término de Niebla. Allí conocí a Modesto, yo tenía algo más de 21 años. Nos casamos dos años más tarde y fuimos a vivir a Cartagena.  
Vinieron también mi madre y mi hermana, ésta última inició los estudios de magisterio en el colegio de San Miguel. Una vez terminado pidió el traslado para tierra de nieve por recomendación médica, ya que padecía una infección reumática.

Empezaba nuestra vida matrimonial. A los nueve meses nació nuestra primera hija, Agustina, después nació Juan Manuel, el tercero fue Alfonso, la cuarta Mari Carmen, los quintos fueron mellizos Jesús y Caridad. En los seis primeros años de casados nacieron los seis pequeños. Después quedé embarazada tres veces más, pero dos fueron abortos y el último, José María, nació con síndrome de Down además de una cardiopatía doble. Falleció a los ocho meses. Informé a la compañía funeraria esquela tradicional, que yo escribiría algo más apropiado.
           
            “Querido niño José, eres un ángel de Dios. Tú nos supiste querer, todos te dimos amor. Te fuiste pronto ¿por qué? Niño de mi corazón, al verte sufrir lloré, y en mi profundo dolor, en la juventud pensé. Rogando a nuestro Señor que por tu inocente ser te diera la salvación”

En los primeros años no teníamos aparatos electrónicos, por lo que todo había que hacerlo a mano. Yo trabajaba día y noche, mi marido que tenía bajo sueldo, trabajaba en otras actividades (Cocinero, vendedor de chicles bazoca o pipas) para subsanar los gastos de alimentación, médicos y medicinas especialmente para los chicos. 
Modesto consiguió trabajo en Refinería aumentando los ingresos. Compramos una lavadora aunque había que ayudarla. También compramos una nevera  a la que se le añadía el hielo por separado. Se empezó a utilizar la fregona. A pesar de esto, por mi baja visión lo hacía mejor paño en mano.

Desde febrero de 1959 que nos casamos, vivimos en la calle del Alto, nº 14, siempre rodeados de buenos vecinos.

En 1966 nos trasladamos a la barriada José María de Lapuerta. Los mellizos tenían nueve meses.
Mi marido había elegido el cuarto y último piso. Hacía esquina y dada la situación de la vivienda con la fachada enfrentada al sur, y los dormitorios uno al sur y dos al poniente, teníamos luz y sol durante todo el día. La elección fue provocada por mi escasa visión.
Agustina, la mayor, había cumplido los seis años y en noviembre de ese mismo año, cumplía los siete. Los pequeños un añito. Como es de entender, yo tenía donde entretenerme.

Aún no teníamos médico y cuando lo necesitábamos, había que desplazarse  a Cartagena, a la calle San Vicente. Un día yo llevaba en mis brazos a los dos mellizos y al cruzar la carretera, una moto casi nos atropella. El lechero que conducía la moto se enfadó porque hubo de dar un frenazo y dijo:
-¡Es que no ve! Yo callé, claro que no veía.  

Tampoco teníamos colegio público, pero una profesora abrió un bajo y empezó a impartir clases. A este colegio fueron los cuatro mayores, y unos meses los mellizos hasta que se abrió el colegio público, hoy es el Colegio de enseñanza infantil y primaria José María de Lapuerta.

Recuerdo de forma anecdótica que durante estos años hubo no sé qué epidemia y vacunaban a los trabajadores en el trabajo y a los chicos en el colegio. Me preguntó el profesor si yo tenía donde vacunarme y le contesté que no, ni yo ni los dos pequeños que aún no asistían a colegio. Me dijo que en la ONCE se vacunaban a todos los afiliados y familiares que fuesen con los pequeños. Tal día por la mañana así lo hice. Cuando llegué había una gran cola que era vigilada desde la puerta por el conserje, y desde la escalera por un ordenanza a fin de que se respetara el turno. Nunca me gustaron los barullos, me aparté con los niños y esperé en un lado a que se despejara un poco la sala. Puse atención, pues oí algún quejido, un sollozo. Con los niños de la mano me acerqué al quejido y encontré una señora mayor que lloraba y un señor tumbado en un viejo sofá. Parecía estar muy enfermo; Intenté tomar el pulso al señor y no lo encontraba. Palpé su corazón, que en vez de latir era un torbellino que paraba intermitentemente. Sentí rabia, una palabra emergió en mi pensamiento. “Orden”… Grité ¡un médico! Bajaron los servicios médicos y los dos delegados que en ese momento estaban allí. El doctor después de una simple palpación, me dio el pésame y pidió una ambulancia. Descanse en paz.

Desde hacía algún tiempo, mi marido se iba introduciendo en el alcohol, empezaron los problemas de una persona alcoholizada y agresiva. Yo abría caminos pero todo era fallido. La policía se lo llevaba  y volvía peor. Con frecuencia padecía accidentes. Uno de ellos durante el trabajo. Se precipitó desde varios metros de altura golpeándose fuertemente con el borde de una caldera hirviendo. Se fracturó el cráneo. Consecuencia del traumatismo comenzó a sufrir ataques epilépticos. Se recuperó y se incorporó al trabajo, pero los problemas eran cada vez más frecuentes y más graves.
La trabajadora social, vino a hablar conmigo  y me adelantó que tendrían que despedirlo. Fui a la empresa, hablé con el jefe de personal y se puso en marcha para llevarlo al psiquiátrico. Fue varias veces, pero su evolución no era la esperada, era más bien deprimente. ¿Qué podía hacer?

En la ONCE consideraban que veía mucho, yo sabía que no era cierto. Fui a un tribunal médico y, claro, este me encontró ciega. A los dos meses, aproximadamente, me llegó un certificado con la homologación de  “subnormal”; esta era la frase que en el setenta y uno tenía la administración para designar cualquier discapacidad. Me afilié a la ONCE y empecé a aprender el sistema braille.

No veía un pimiento pero tenía un gran olfato, y digo tenía porque hoy ya no es tan bueno. Será por la medicación que tomo o del propio envejecimiento o, quizá del herpes que sufrí hace no mucho, pero hace tiempo que mi olfato no es lo que era. Un día limpiaba la escalera de mi casa y la del tercero, pues la señora que vivía en él había salido de viaje e ignoraba si había regresado. Cuando limpiaba siempre llamaba  a su puerta, pues no era muy sociable y vivía sola. No contestó. Pregunté a los vecinos del rellano y me dijeron que  había vuelto del viaje pero, que hacía varios días que no la veían. Bajé al segundo, que quedaba debajo de ella. Tampoco la habían oído. La separación entre la puerta y el suelo no era despreciable, agaché la cabeza y olfateé. Percibí mal olor y me preocupé. Lo comuniqué a los vecinos, pero cada cual salió para otra parte. Subí a casa y se lo dije a mi marido. El nunca quería que yo interviniera en nada de los demás pero yo siempre fui libre en mis actos. Fui al teléfono y llamé al cero noventa y dos. Vinieron a buscarme. Les advertí que no quería que apareciese mi nombre en ningún informe y les acompañé al piso. Les dije que olía a carne podrida, que no sabía si habría dejado algún filete fuera del frigorífico. El policía bajó la cabeza para oler. Dijo que a él no le olía a nada. Observándolo le contesté: quítese el cigarro de la boca y huela. En seguida llamó a los bomberos. Les advertí que no dañaran mucho la puerta porque la señora tenía mal carácter. Subieron por el balcón que estaba entreabierto. La señora estaba en descomposición.

Una vez terminada la cocina, tomaba el autobús de las 4.30pm para llegar a las clases que empezaban a las 5. En 1974 se convocaron oposiciones para jefes administrativos y empecé a estudiar los temas. Tuve que dejar otras actividades, pues formaba parte de la directiva del colegio de mis hijos, del grupo de meditación de la parroquia y también de los boy scout. Estudiaba de noche o a cualquier hora. En el 1976 saqué las oposiciones, esto me llevó un mes en Madrid, me acompañó mi hijo Alfonso que tenía catorce años. En seguida me dieron plaza, primero en la Unión y después en Cartagena. La economía se había solucionado, pero el alcohol  seguía haciendo estragos.
Una noche cuando volvía de hacer el sorteo del cupón, acompañada de una de mis hijas, encontré una escena encasa bastante fuerte a la que no me quiero referir. Quedé unos segundos sentada en el sofá con las manos en la cabeza, manos en la cabeza pidiendo ayuda  al ser superior, y reaccioné. Tomé, accioné. Con unos de los varones, salimos a buscarlo a pié, ya no habían autobuses en servicio. Lo encontramos en comisaría. Lo convencimos de que tendría que ir al hospital a que le curasen. Aquella noche no pude dormir, no sabía donde estaba uno de mis hijos que huyó de casa por lo sucedido.
En el trabajo recibí la llamada de mi hermana explicándome que el chico estaba con ella en su casa. Esperé que salieran del colegio y con los dos hijos mayores fuimos camino del juzgado. No denuncié a nadie pero pedí hablar con un juez. Todos estaban ocupados, esperé. Cuando ya no había nadie en la sala de espera el mismo juez me llamó y me preguntó qué es lo que sucedía. Le expuse el caso y le dije “necesito la justicia ahora, no después cuando uno salga para el cementerio y otro vaya a la cárcel”. El juez se puso a la máquina  y me pasó un escrito para firmar. Ni siquiera pregunté el contenido. A los días vino la policía preguntando por él, me temblaban las piernas y no di el teléfono de la empresa. Ellos le buscaron y más tarde me llevaron la documentación. Llamé al psiquiátrico. Estaba allí. Pasó en el sanatorio seis meses. Entre tanto, encontré un grupo de alcohólicos que se reunían como terapia rehabilitadora, en los salones de una parroquia. Hablé con ellos y fueron a ver a Modesto. Así pues, cuando mi marido volvió a casa nos íbamos él, alguno de nuestros hijos y yo para mantener contacto con los enfermos y sus familiares. Aquí terminó el problema del alcohol. Luego quedaron las secuelas.  

El programa de alcohólicos anónimos, es un programa de crecimiento personal  maravilloso. Al igual que el de Alanón o familiares adultos y el de Alatín o niños afectados por el comportamiento de sus padres. Teníamos varios teléfonos en los lugares más estratégicos, y sobre todo en la puerta de entrada donde se realizaban las reuniones. El nuestro era uno. Un día me llamó la azafata del muelle, pues había llegado un norteamericano que venía a dar un concierto, y si no asistía antes a una reunión, no podía tocar. Le dimos la dirección y lo esperamos. Llegó con dos guardaespaldas vestidos de blanco y un chal negro con flecos. Sabía bien nuestro idioma. Cuando terminamos nos invitó a todos, mi marido no fue, dos de mis hijos y yo sí. Disfrutamos mucho. Fue en el polideportivo. Los jóvenes ocupaban todo el espacio o círculo de tierra, las gradas a tope.
Otro día fuimos a Benidorm, pues el dueño de un restaurante era de los nuestros y ese día cerró al público. Allí estaban varios intérpretes, pues el restaurante era internacional. Fue espectacular.
Estuvimos dos veces en Perlora (Asturias). Los asturianos habían preparado un hotel a la comodidad de todos, no quisieron a ningún trabajador, ellos se encargaron de toda tarea. Los jóvenes adornaron el salón con mucho gusto. Todo muy bonito y hermanado. Mi marido a consecuencia de un accidente, hubo de operarse de una pierna, lo que le dejó incapacitado para el trabajo. Quedó relativamente bien pero como su mente no alcanzaba el fondo del programa, se negó a asistir a más reuniones. Seguimos manteniendo amistad con algunos de ellos, aunque ya no es igual.

Como consecuencia del problema de su pierna, buscamos una planta baja y en esa casa seguimos viviendo. Es un poblado  pedanía o diputación que parece llamarse ahora, a unos cinco kilómetros de Cartagena. La zona  se llama Canteras, pues aquí, están las excavaciones de las canteras de las que se sacaban las piedras para los edificios más importantes. (Catedral de Murcia, La Caridad de Cartagena y otros edificios). Aquí llegamos en septiembre de 1985.

Nuestros hijos se fueron casando jóvenes; solo traíamos a Jesús y Mari Carmen. Ésta se emancipó pronto, pues trabajaba como enfermera en salud mental. Se buscó un pisito cerca del trabajo y allí vivió hasta que se casó.
Nuestro hijo Jesús, trabajaba en Prolam, (centro ocupacional para chicos y chicas con algún retraso psíquico). Este problema, yo lo venía observando desde muy temprana edad, pero nadie me creía. Empezó el colegio y pronto empezó a suspender, en casa yo me dedicaba a aprenderme sus lecciones para después ayudarle. Hablé con la directora para que lo pusieran en un aula especial, pero no le pareció bien. Cuando cumplió catorce años, los profesores me comunican que lo ponga a trabajar porque allí no hace nada. Pasé dos años llevándolo a psicólogos, cada cual decía una cosa.
Jesús decide casarse y ante mis temores pedí un estudio cromosómico a la seguridad social. El resultado: Trisomía en el par dieciocho, enfermedad trasmitida por el padre, ya que se trataba de los cromosomas sexuales con doble Y, la descendencia podía ser muy deficiente. Ante estas noticias, hablé con Jesús y le entregué el informe para que lo leyera. Cuando terminó le expliqué mi idea de que se practicara la vasectomía. Estaba dispuesto. De nuevo fui a la seguridad social con el informe y se efectuó la intervención.

Después de unos años, me llevaron a Valencia para intervenir en una mesa redonda formada por: el Presidente del constitucional, sexólogos, psicólogos, presidentes de las instituciones de deficientes psíquicos  y algunas personas como yo, familiar y algún enfermo. Se trataba pues de darnos a conocer la ley que aprobaba la esterilización del deficiente. Cosa que yo ya había efectuado con mi hijo.

En la ONCE fui elegida presidente del comité de empresa.
Aprendí el Estatuto de los Trabajadores y también el convenio que con motivo de la democratización, hubo de aceptarlo. Y digo hubo porque las empresas, al menos la ONCE, no estaban acostumbradas a aquellas limitaciones.
En aquel entonces yo ocupaba mi despacho como tesorera o jefe de venta. Tenía que combinar las distintas funciones.
Una tarde cuando estaba preparando la cena para cuando volviese del sorteo, escuché algo alarmante y puse gran cuidado en oír el próximo parte. Fue el intento de golpe de estado que provocó el señor Tejero.
Yo intenté hablar por teléfono con la ONCE, pues en el bando que emitió Milán del Vox, se prohibía taxativamente salir a la calle; no obstante tenía que celebrarse el sorteo. Ordené a mi hijo Juan Manuel que tomara su documentación y la del coche y nos pusimos camino de la ONCE. Salimos. Juan Manuel me describía el panorama. Cartagena estaba desierta, solo se veían personas haciendo cola en las gasolineras. Al pasar delante del parque de artillería vimos los soldados armados con bayonetas que hacían guardia en  puertas y balcones. Gracias a Dios no pasó nada, y aunque no tuve miedo, el presidente del gobierno, Adolfo Suárez, en paz descanse, lo pasó mal.

Comencé a padecer fuertes dolores de espalda, y se me hacía imposible pasar la jornada escribiendo o repasando historias de los enfermos. Después  de una radiografía y una interconsulta a traumatología, me diagnosticaron osteoporosis severa. Empecé a perder capacidad auditiva y después de una grave depresión no tuve otra que pedir la incapacidad. A los cincuenta y ocho años y me retiré del trabajo.

En Canteras, asistí a clases de adultos y me otorgaron un certificado con la calificación de sobresaliente y un libro de regalo por un trabajo que hice el día de la mujer trabajadora.

Empecé a asistir a la UNED. Hube de dejarlo, las clases finalizaban a las once de la noche, hora en la que el transporte público no operaba.

Con la separación de mi hija Agustina, aumentó la familia, pues su hijo mayor tenía cuatro años y estaba embarazada de ocho meses. Así, el niño nació con nosotros y como su madre empezó pronto a trabajar, me dediqué a cuidarlo. Disfruté con el pequeño, jugaba con él y le contaba cuentos que construía al paso. Todos eran educativos, fábulas. También lo introduje en las matemáticas, contando de forma alternativa la abuela y el nieto, sumando de dos en dos después de tres en tres y así sucesivamente hasta que lo dormía.

Mi madre murió en abril del ochenta y siete, de pié como un soldado. Hacía diez años que marchó a San Roque (Cádiz), para cuidar de mi hermano y de sus siete hijos, ya que mi cuñada murió joven. La hija más pequeña, tendría poco más que un año. Ésta es la sobrina más querida: sus circunstancias y su valía como persona hacen que sea querida y respetada. Hoy ejerce como filósofa en un instituto de Jerez de la Frontera (Cádiz).

Conocido el fallecimiento de mi madre, los peñoleros le dedicaron un homenaje al que fuimos invitados sus hijos. Asistimos Liberta y yo. Mi hermana acompañó con unas palabras:

Fecundo fue tu paso por la tierra, con tu tenacidad y don de gente, avanzaste con paso diligente, en los tiempos más duros de posguerra.
Quiso el Cielo llevarte a La Peñuela, donde fuiste maestra y enfermera comadrona, escribiente, peluquera y creadora de tu propia escuela. Sin estudios profundos ni carrera, saliste cada día a la palestra, y lo hiciste muy bien a tu manera. El trabajo constante fue tu gloria. Bien mereciste el nombre de maestra. Es de feliz recuerdo tu memoria.

¡OH! Cielos, dejad que me despierte de este sueño tan bello y tan soñado. De volver a encontrarme entre la gente que en mi infancia y juventud tuve a mi lado. En La Peñuela  conviví con ellos. Desde los siete a los catorce años, y fueron para mí los peñoleros, mis abuelos, mis padres mis hermanos.

DESCANSE EN PAZ MAESTRA Y MADRE QUE DESDE EL CIELO NOS SIGUES SONRIENDO

Con 59 años decido hacer una grabación, y entre muchas cosas que digo grabo, canto unas canciones andaluzas,  narro a mis nietos la historia del gallo kirico, a mi manera. Canto a mi madre fallecida en 1987, “madre, la del cabello de plata”. Canto a mi padre, que no conocí pero sé que vivió y murió luchando por la justicia “como por ley necesaria, siempre en el mar muere el río, mezclada con mis plegarias, van mis cantos padre mío a tu fosa solitaria”
Algún dicho divertido y con trasfondo moral. Para los que ponen su corazón en el dinero: Un ricachón mentecato ahorrador empedernido, por comprar jamón barato, lo compró medio podrido, le produjo indigestión…y entre botica y galeno, gastó doble que en jamón por no comprar jamón bueno  ¡ole ahí….!”
Le canto a la Virgen  “madrecita de todos los niños que está en el cielo rogando por mí, etc”. Canción que cantaba mi madre y que la aprendió de mi padre, autor Pepe Marchena “era un jardín sonriente….
Unas cuantas poesías en los distintos momentos de mi vida y villancicos que cantaba mi abuelo en los campanilleros de Niebla.

Les dedico a mis hijos la siguiente nota.
Queridos hijos: las palabras que voy a dirigiros es una simpleza, pero…. ¿no son las cosas simples las cosas sencillas las que dan origen a las grandes obras? A la composición  a la mutación etc. Pues bien, de viva voz y con toda la sinceridad de que soy capaz, os digo: que fui muy feliz cuidándoos, viéndoos crecer y desarrollando vuestras capacidades. Sufriendo mucho cuando estabais enfermos y poniendo todos los medios a mi alcance para que las aguas volvieran a su cauce. El bruto material aportado, sufrió una maravillosa mutación, haciéndoos diferentes. Cada uno de vosotros poseéis un gran potencial, resaltando en todos y cada uno el color rojo “el amor”. Doy gracias a todos cuantos me han ayudado a la construcción de este gran edificio.
Si mi paso por esta tierra se termina antes que la vuestra, seguid felices con vuestras familias, pero no uséis con los hermanos siempre el paralelismo, pues nuestros hermanos necesitan de nuestro apoyo. Usad la tangente y si es preciso, la secante. En los momentos difíciles necesitamos un hermano que cruce nuestra vida. Si el papá me sobrevive, cuidadlo, él trabajó mucho para traer alimentos a casa. Nos quiere mucho a todos aunque a veces no sabe demostrarlo.

En Canteras encontré una gran amiga. Era una mujer soltera, con algo de minusvalía, se llamaba Mercedes y pertenecía a un grupo de disminuidos físicos que se reunían en el Asilo de ancianos. El capellán Paco Bernal era el responsable, también él tenía minusvalía física, pero en su interior había una grandeza de alma extraordinaria. Me uní a ellos y era una forma de crecer y amar de forma fraterna. Este grupo extendido por varios países, se llama fraternidad cristiana. Este programa de meditación y acción es un gran movimiento encargado de proponer los medios necesarios para eliminar barreras y ayudar mutuamente al bienestar de los demás. Este movimiento cristiano hoy integrado en Acción Católica fue creado por el padre Françuà.

Francisco Bernal falleció un día de año nuevo casi de improviso. Mercedes y yo, habíamos previsto pasar una tarde con él y otros compañeros, llevábamos vino para la misa y unas golosinas cuando nos enteramos. Se celebró una misa funeraria en la que leí una carta que a continuación transcribo.
                       
Para ti Paco

Querido Paco:
Seguidor de Jesús, amante de los pobres, defensor de la justicia; que llevaste  tu cruz hasta el Gólgota con el estilo de las grandes almas.
Fuiste nuestro cirineo  sin sueldo y de forma incondicional. ¡Gracias Paco! Tu recuerdo nos une, tu espíritu nos fortalece. Nos conforta saber que descansas en brazos del Eterno. Porque tú entendiste y practicaste el verdadero amor.
En estas recién pasadas navidades habíamos proyectado pasar una tarde agradable contigo, compartiendo tu paz y algunas golosinas.
Entre tanto, tú llegabas a la cumbre.

Compuse este pequeño verso que abajo recito:
Todos estamos contentos, ¡pues llega la Navidad! El niñito Jesús nace. Le vamos a regalar turrones y chocolates, rollitos y mazapán. ¿Pero si el no tiene dientes, con qué lo va a masticar? No importa. El es generoso. Todo lo compartirá con otros niños que lloran, lloran con hambre de pan, de paz, de amor, de justicia, de cariño fraternal.
¡Todos estamos contentos pues llega la Navidad!
Carmen Izquierdo

Desde el fallecimiento de Paco, se sucedieron dos responsables de formación y después fui yo por algún tiempo. Antes y después, casi  siempre me decía el responsable que preparara yo la oración. Escribo una de ellas, que por ser ese día el tema de las viviendas de los discapacitados, recé:

Padre nuestro que estás en el cielo
Mira esta tierra, mira este suelo.
Haz que se cumpla la ley que hicieron
Que cada hombre tenga un buen techo
Que le proteja del sol, del hielo
Que  bajo el techo, los más pequeños, los deficientes, los más enfermos se encuentren cómodos, útiles, miembros de esta tu tierra, de este tu suelo.

A finales de los 90 los presupuestos de la región traían un apartado nuevo. Trataba de la adaptación de viviendas para minusválidos. Teníamos una compañera que vivía en un cuarto sin ascensor y no podía valerse por sí misma. Desde Murcia me instruyeron  para que fuese a los servicios sociales, y  lo hice acompañada de uno de mis hijos. Allí el personal mareó mis papeles con desgana durante un largo rato. Después me aseguraron que tenía que dirigirme a la ventanilla única. En ventanilla única repiten el mismo trasiego de informes y nos hacen sentar. A la media hora, me remiten a los servicios sociales, que es de donde venía. Pero ¿qué juegos traéis? les dije: Un funcionario mayor que me conocía se hallaba allí presente, me llamó y a solas me dijo: “Carmen no te molestes, no hay nada en ningún sitio”. Me explicó que el gobierno regional, devolvía el apartado de los servicios sociales al gobierno central porque Murcia no tenía necesidades de esta clase.

En esa época salimos a entregar la guía de accesibilidad a los constructores de entidades públicas y privadas. Llegamos al ayuntamiento y hablé con el concejal de las pedanías. Hablamos sobre cuestiones del pueblo. Tras entregarle la guía, me dice muy orgulloso “aquí se ha hecho el edificio con rampa” Sonreí, y le dije: esta rampa no es válida para una silla de ruedas, y la intención y justicia es la autonomía de los menos favorecidos, al menos físicamente.

En mi responsabilidad hubo un niño con espina bífida que no podía asistir al colegio público situado en Canteras, porque éste era inaccesible.  Era además colegio electoral; yo ya lo había visto, pues iba a votar con mi marido. Los padres del niño vinieron a hablar conmigo, ya tenían a los dos mayores en el centro escolar, pero el pequeño no podía entrar. El Colegio Público Fernando Garrido no era accesible ni siquiera para que fueran a votar los minusválidos. Este centro de dos plantas sin ascensor, con una entrada de pendiente muy vertical y un patio de superficie irregular hacía muy difícil la entrada, casi imposible para cualquier persona mal dotada. Pedí una entrevista con la alcaldesa. Me pasaron con la concejala de “Educación”, por decir algo. Después de esperar unas cuantas horas, llegó la concejala. Pletórica y muy peripuesta se disculpó por el retraso, pues se encontraba en el funeral de un compañero. Le expuse el caso y se echó a reír. Gorjeando gangosas gotas de saliva en su garganta espetó: ¿es que por un niño se va a adaptar un colegio? Preferí no replicar. Tomé mi carpeta y bajamos hasta llegar a secretaría. Allí presenté una solicitud con copia  y pedí que la sellasen, estaba dispuesta a ir más allá. A los dos meses aproximadamente me llamó el director del colegio, me dijo que estaban arreglando el colegio y habían puesto una cuidadora para el chico  en las horas de recreo.

En otra ocasión me acompañaba un chico, que padecía epilepsia, para hacer un recorrido sobre la accesibilidad y entramos en una panadería a tomar algo. El señor me contó que su madre se hallaba completamente impedida en casa y nos rogó que fuésemos a verla. Nos presentamos, empecé a acariciarla, toqué sus piernas y le expliqué a su hijo que no podía tener las piernas colgando pues las tiene inflamadas. Las pusimos encima de un cojín y le pusimos unos calcetines que no apretaban demasiado. Le di un masaje hacia arriba y la mujer se calmó. Me preguntó “¿es que tienes gracia?” Todos tenemos gracia, solo falta más amor. Respondí. Le di un beso y nos marchamos.
También vinieron a buscarme algunas personas que tenían problemas de salud con leucemia. El primer caso fue una joven que en el Hospital del Rosell no le daban solución. La familia quería llevarla a donde fuese para encontrar alguna segunda opinión. Hablé con el director y me dijo “que estén aquí por la mañana y la mando donde quieran”.
El segundo, fue un niño también con leucemia. Hablé con la clínica de José Carrera y les di la información para que fuese visitado.
Yo siempre estoy dispuesta para ayudar a los más desfavorecidos. La experiencia me hizo entender desde muy temprano que los más ignorantes y desvalidos pagan los platos rotos. Y no es que me tenga por sabia, pero sé que hay gente más ignorante y menos sensible. 

Un día desde Murcia, me dijeron que preparara una parodia; yo que no soy literata hice lo siguiente:
                       
Este  grupito salao que se fundó en Cartagena,
                                   Anda medio escacharrao, con los cojos y la ciega,
                                   Ésta quizás por sus años, está perdiendo el oído
                                   Y no se entera de papa, de lo que hablan sus amigos.
Pero eso sí, la zagala se enamoró de Jesús y
va siempre con la vara caminando con su cruz
Saluda hasta las farolas! Si con ellas se tropieza,
¡Usted perdone señora! La farola sigue tiesa
Pero viene la Mercedes y pa que sirva de alivio,
Prepara la merendola y algún que otro bocadillo.
Que ninguno pase hambre ¡que están cansaos los
chiquillos.
                                   Viene luego el responsable, que es un señor todo serio
                                   Y cuando ha de repetirnos las frases más de tres veces,
Se enfada, alza la voz, y ahora, que bien se le entiende
                                   Esa frase suya, ¡¡pijooooo!!
                                   Y el juguete ha concluido, y si ha gustado se advierte
Que aplaudan un poco fuerte,
Porque soy dura de oído.
Carmen

Con la ONCE, también estuvimos en algunas vacaciones. Estuvimos en Santa Cruz  de Tenerife. La verdad es, que donde hemos ido mi marido y yo, lo hemos pasado bien. Estuvimos en Palma de Mallorca y fue maravilloso. Quince días que fueron una luna de miel. Yo participé en todo. En la noche señalada como la de los talentos, inventé una poesía y aunque no sé versificar, escribo  o digo lo que siento.
Programada la escapada por la ONCE de Cartagena llegamos a la isla de Mallorca, y nos hospedamos en el hotel Albatro, ave nutrida de pez. Olor a fauna marina, las olas incesantes estallan contra las rocas de los grandes escarpados en un rugido constante de ultratumba. Mi vista no alcanza todo esto, pero es justicia decir, que absorbo y siento bonanza y aquí me encuentro feliz. ¡Vivaaaa Palma de Mallorcaaaa ¡¡viva este hermoso vergel! Vivamos también nosotros, para volvernos a ver. ¡Compañeros, compañeras!  ¡Hasta la próxima vez……!

Además de Mercedes, en Canteras encontré muy buenas personas, entre ellas figuran: Juan Rosique (Párroco) un franciscano de mente avanzada, Gabi, Antonio su marido, la señora Lola. Esta es una familia ejemplar. Con la señora Lola, tuve una gran inspiración espiritual. Además de  las nombradas muchas personas de los distintos lugares donde hemos vivido, nos han ayudado en todas las circunstancias de nuestro quehacer diario. Esto significa que es posible, que existe la solidaridad entre los hombres de ayer y de hoy.

En el 2009 celebramos nuestras bodas de oro, fue una celebración muy bonita, actuaron todos nuestros hijos y también nietos y las dos biznietas. Vinieron de Jerez de la Frontera mi sobrina Milagros, la filósofa, con su perra guía. De Valverde del Camino vino mi ahijado con su mujer.  

A Modesto le operaron del corazón y más tarde se le puso una prótesis de rodilla. La atención que requería más el cuidado de la casa era en una tarea demasiado pesada para mí. Mis hijos tomaron la decisión de contratar a una cuidadora las veinticuatro horas. Hoy tenemos una señora ecuatoriana que nos trabaja y atiende todo lo bien que puede. Le estamos todos muy agradecidos.

Hoy 29 de julio -2015 retomo esta biografía:

Actualmente, continúo viviendo en la casa de Canteras. Salgo a dar algún paseo, siempre acompañada, pues el manejo del bastón ya no puedo hacerlo, dado que mis huesos y tendones están débiles.
Colaboro económicamente a varias instituciones de forma bajita, pues siempre hay algún hijo o nieto que necesita apoyo.
La vida sigue. Tenemos trece nietos y dos bisnietas. Entre los nietos hay una gama muy variada de profesiones: médico, auxiliar de enfermería, licenciada en educación física, estudiante de derecho, otro es auxiliar de odontología, el hermano de este se dedica al mundo audiovisual, una actriz polifacética. Los demás nietos siguen estudiando, trabajando y también hay algún parado.

El día nueve de los corrientes, sufrió mi marido una caída, desde ese día permanece hospitalizado, se rompió la rodilla izquierda de tal forma que tardará algunos meses en apoyar el pie. Yo sigo en casa con la señora que nos acompaña, vamos a visitarlo todas las tardes hasta que toma la cena y medicación; en los primeros diez días nos turnábamos los hijos y yo para ayúdale en todo. Si bien la que corrió con los trámites de hospitalización y traslado a un centro concertado fui yo personalmente.

Este verano tenemos un calor fuerte y yo no estoy muy bien, pero sigo con mis cositas a pesar de que no me apetece trabajar. Dos de los hijos, Juan Manuel y Caridad tienen una salud delicada en estos momentos.

Actualmente sigo con la dirección de la familia, tenemos un hijo en el paro y por supuesto le ayudo en lo que me es posible. Dada mi baja audición, recibo clases de signos, viene una profesora de la ONCE dos horas a la semana. El otorrino me dio un informe para que me incluyan en lista de espera para un posible injerto coclear. Hace poco que he aprendido a manejar el ordenador, básicamente a utilizar el correo electrónico. Por tanto, continúo abriendo caminos hacia el futuro.
                                              
POESIAS.
A MI CLAVEL
Tengo en mi balcón, un clavel rojo, que por su olor y tamaño, se diferencia de todos.Dime, dime clavelito, si te puse el mismo abono que a los demás compañeros, ¿cómo creces tan frondoso? Que cuando llego al balcón tu perfume me deleita, y quedo como extasiada al lado de tu maceta. Dime, dime clavelito. ¿Cuándo se mueran tus hojas, quién me dará tu perfume, quién lucirá tu corola? Si a nadie has dicho el secreto, y ni las ciencias más hondas, saben explicar por qué, el misterio de tu pompa.

DIOS

Eres ¡OH! Dios misterio de mi vida, Tú estás conmigo, Tú mis pasos guías.  Mas una duda, una duda infame me atormenta, a la que yo quisiera dar respuesta.  Pero he llegado a comprender tu enojo ¿por qué yo quiero verte con mis ojos? Mirando el exterior si tú estás dentro  -como un oasis en medio del desierto- esperando que pase el caminante cansado y polvoriento para brindarle tus divinas aguas.  ¡Oh, feliz encuentro! que cuando esto ocurra, ya no habrá desierto -el agua brotará por cualquier parte, calmando la ansiedad del pensamiento-.

DIRIGIDA A MIS HIJOS Y NIETOS
El día que yo me muera, os dejaré por herencia, un corazón encendido para amar a la inocencia, dar la mano al más caído sin esperar recompensa.
Apartad el egoísmo, el orgullo y la soberbia. Esas son las inmundicias que contaminan la tierra.
Cuando nos hayamos ido, quedará aquí nuestra esencia y también nuestra semilla que dará buena cosecha.
Cartagena 10 de Octubre de 2014 
A LOS HIJOS
A los seis les compuse una canción terminando con una estrofa sin música.

Solo le pido a Dios, que mis hijos no me sean indiferente, que los ame en la vida y en la muerte, y desde el más allá les sonría yo en sus mentes.
Solo le pido a Dios que mis hijos no se encuentren mal heridos, que en sus amores sean siempre correspondidos y que les valga la pena haber nacido. Solo le pido a Dios que las adversidades fortalezcan, para luchar contra tanta maleza, llegando al fin, al valle florecido.
Declamación
Valle de hierba fresca moteada,
De florecillas silvestres muy discretas,
Margaritas, lirios y violetas.
El valle está regado con el benéfico rocío de madrugada
Bajo el cielo azul siempre estrellado
La luna plateada, se refleja en el sinuoso río que discurre entre peñas, juncos y bellas adelfas.
Río del edén según leyenda,  donde el buen moro escondió su tesoro, y allí junto al tesoro y cerca de las flores,
Y allí junto al tesoro y cerca de las flores, quedarán muchos sueños de hombres soñadores.

Septiembre de 2015 retomo este escrito: después de haber permanecido en el hospital 10 días y estando convaleciente, escribo.

El que escribe ahora es su nieto, yo, David.
Podría decir muchas cosas de mi abuela; no le tuvo miedo a la muerte cuando se paseó por su fino alambre y mucho menos cuando le tocó vivir. Mi abuela ha tenido días demasiado largos, los días largos todo el mundo lo sabe, son días duros y amargos. En sus bodas de oro habló y lo dijo bien claro, aunque hoy no se acuerda de haberlo dicho, ni ella ni nadie; “La vida es muy larga”. Hace poco enfermó y ella creía que se iba a morir, llamó al cura del hospital y se despidió de todos, quería enfriarse y ni mi presencia calentaba sus dedos. Fue como un puñetazo horrible en medio de la cara. También sé por qué tomó esa actitud; demasiados días largos. A mí me ha regalado muchos días cortos, quizá la persona que ha recibido más días cortos de toda su vida. Desde el niño más dramático que llevo dentro le escribo esta poesía con la que pongo punto y seguido, ya que, la hija de la maestra continúa levantándose cada mañana a hacer sus ejercicios de gimnasia.

Sé que a veces me mandas vientos, se que eres tú
y
me avergüenza el amor con que tocas mi pelo.
No puedo devolverte si quiera un aliento
ni
amar a alguien como tú me has enseñado.

Me podría pasar la vida preguntando
el por qué de mi suerte y haberte encontrado.

Eres figura gigante, hermosa y fuerte
tu alter ego no existe pues eres tú misma

¿Será tu Dios el que ponga fin a mi suerte?
Cuando lo haga, en el momento, romperé en cisma
Naufragando huérfano de mi ejemplo e historia
más no tendré miedo, tengo la tierra y la mar

A ti en mis sueños donde seremos ficticios
a ti en cada latido, sangre de tu sangre.