Por motivos muchas veces ajenos, alguna vez duermo la siesta. Suele tratarse de una hora más o menos, y con frecuencia recuerdo lo que estaba soñando, ya que recobras la vida en la fase más propicia para que esto suceda. Hoy he vuelto a soñar con mi abuelo: más bajo, delgado y ágil que en sus últimos años. Siempre es muy vívido cuando aparece, la conversación es similar a la de otras veces y la sensación al despertar es suave y de felicidad.
Caminamos lentamente por una calle recta y amplia, recogida por edificios altos y propios de gente humilde; el sol se encuentra arriba pletórico, los adoquines brillan como espejos dando la sensación que caminamos por una lengua de mar hacia el horizonte. Mi abuelo lleva sombrero y gafas negras, viste una camisa blanca y pantalón beis.
Hay una vaga sensación a que no debería estar pasando pero ahí estamos los dos. A cierta altura encontramos una escalera a la derecha, empezamos a subir peldaños, se cansa, para, me giro a él y le abrazo. Le digo: es increíble que estés todavía aquí, estoy tan contento de pasar estos ratos contigo… jamás me arrepentiré de no haberte disfrutado.