Era un tiempo suspendido, como una noche de verano,
atemporal, todo iba tan bien que las cosas no iban hacia ninguna parte. En las
profundidades de aquellos maravillosos días vivíamos ingrávidos; los besos
giraban en el aire a fondo perdido y el silencio era una hamaca donde mirar las
estrellas… definitivamente, todo estaba al alcance, todo menos nosotros. Aunque fueron sólo unos cuantos domingos, hace ya 17 años, sé que lo recuerdas: volvías por la noche de trabajar del pueblo y nos veíamos en el Pópulo, subíamos las escaleras de madera y en la buhardilla bebíamos, fumábamos y reíamos cuando pasaba todo lo que acabo de escribir.
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