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Note

lunes, 6 de julio de 2015

VENGANZA

La paciente había perdido el conocimiento en medio del pasillo.
Me acerqué y vi que respiraba tranquila, tenía pulso aunque respondía dificultosamente a los estímulos; la coloqué en posición de seguridad y pedí ayuda. La adjunta de urgencias llegó y comenzó a vociferar que por qué no tenía un guedel colocado.
Entonces declaró -con sus podridos muertos a caballo- que yo no podía atender a pacientes algo más complejos de lo normal porque me superaba, que su marido no se la follaba desde el verano que Maradona levantó la copa del mundo y que yo tenía que devolvérsela de alguna manera…
Estaba empezando la residencia y quizá tenía razón pero, no debió gritarlo delante de compañeros y de pacientes. ¿Cómo iba a continuar trabajando durante toda esa guardia? Qué vergüenza, a mí, sin saber quién soy ni hacer amago de intentar conocerme, puta, a mí que me respeta tanta gente… No era la primera vez que lo hacía, una vez pasé inadvertido unos crepitantes en la auscultación pulmonar de un paciente que acudía por tos pertinaz… Resultó ser un debut de insuficiencia cardíaca. La señorita súper-mierda se acercó al paciente y mirándome, desde la cabecera de la cama y con las manos del paciente en las suyas, vomitó sedosa: <> elevando el volumen conforme terminaba la frase…
Blasfemia, cualquier cosa que saliese de su boca merecía menos que la indiferencia. Me la imaginaba en el espacio suspendida, virando desesperadamente cerca del sol, quemándose, sin retina, sin brisa, los ojos blancos como los de un pescado asado, ¡NO! Demasiado poco para ella, casi un regalo morir de esa manera… luego me imaginaba que le acuchillaba los ojos y la ataba a la pata de una litera oxidada, la dejaba sentada vestida con un saco de patatas (meado por perros)..
-Doctora Serrès, ¿puede acompañarme un segundo a un box vacío? –Dije intentando mantener la compostura.
–Va a ser que no. Estoy ocupada con TÚ paciente –dijo enfatizando sobre el “TÚ”.
Tuve que empezar mi reprimenda en público.
-Doctora, me sienta muy mal lo que has hecho, corregirme y dejarme en evidencia delante de compañeros y pacientes, es una falta de respeto que no puedo admitir, ni yo ni nadie, ¿entiendes? –dije con el mayor de mis respetos. En realidad tenía que haberle metido un puñetazo.
-Ah! ¿Sí? –Dijo la doctora con los brazos en jarra–. Escucha, tú eres el único que se deja en evidencia. Ya eres residente de segundo año y tu actuación ha sido muy pobre, estas muy flojo. Ya puedes mejorar y mucho para no suspender.
– ¡¿De qué coño vas?! –Exclamé fuera de mí.
– ¡Eh eh! A mí no me hables mal –dijo agitando el pelo y buscando con la mirada a cómplices que la apoyaran.
–Déjalo, es como si le hablases a una pared –añadió una segunda adjunta, una tal Gordoy a la que también le caía en gracia.
Necesitaba calmarme, fui al baño y me mojé la cara, miré mi cara durante un rato hasta que comenzó a deformarse. Me gusta ese efecto: cuando desenfocas la mirada pero sigues mirándote fijamente al espejo, tu rostro comienza a doblarse y adopta formas monstruosas.
¡Eso era! Ya sabía lo que tenía que hacer.
Avanzada la noche ya apenas venían pacientes, intentaba disimular que estaba serio y malhumorado, pero la idea de convertirme en monstruo se apoderaba de mí, intrusa al curso de mi pensamiento dibujaba una sonrisa etrusca.
La doctora entró a la sala del café, yo sabía que allí no había nadie y la seguí. Estaba de espaldas. Pensé que me daba asco también físicamente, una tabla de planchar, ese culo carpeta y esas piernas finas como el tobillo de una gamba. Era joven pero físicamente no valía ni de combustible orgánico.
Me acerco sigilosamente, ella no se da cuenta y antes de tocarle el hombro se da la vuelta y da un sobresalto.
-Ey, no te había oído entrar –dijo en un tono entre conciliador y asustado.
–Soy un idiota, siembra vientos y recoge tempestades –dije alcanzando una taza.
– ¿Qué quieres decir? –Dijo mirándome con cara de asco, su cara, a la vez que removía zorramente el asqueroso café.
Entonces me acerco, pienso en acercarme hasta que dé un paso atrás y dominar físicamente el momento; lo hago, ella da el paso atrás, le toco el antebrazo y le susurro:
“No te paso ni una más, a la próxima te acuchillo 80 veces hija de puta”.
Me retiro y le encuentro una estampa fantasmagórica, tragando saliva. Ella me sortea con un paso hacia la derecha, deja a sus espaldas el café que removía y se marcha con un paso algo torpe al área de trabajo.
Antes del pase de guardia vino el jefe de urgencias y me comentó que quería reunirse mañana conmigo, con la doctora y el coordinador de residentes. ¿Qué me iban a decir? Era su palabra contra la mía, yo tendría el apoyo de cualquier persona que me conociera: “no, él no sería capaz de decir tal cosa, es súper majo”, “imposible, no me lo creo”, dirían.
Pensé que me denunciaría, y anticipándome a los acontecimientos quedé con mi amigo Fran, el abogado, para que me aconsejara.
Fran acababa de volver de un viaje “de negocios” a Munich, eso es lo que le dijo a su mujer. Estuvo con una amiga alemana cepillando todo el fin de semana. Su mujer también se zumbaba a otros tíos; hacía demasiados años que esto sucedía aunque la situación le hacía mucho más mal a mi amigo.
Quedar con Fran tenía añadidos intereses pues, quedamos en un bar cuya terrada daba justo a la puerta donde vivía la doctora Serrès. Serrés tenía que volver de la guardia a casa y era imposible que hubiera llegado antes que yo. La esperaría allí y jugaría un rato más. Fran daría consistencia al casual encuentro. Me gustaba la idea, me excitaba y por momentos me imaginaba subiendo con ella al piso y acabando con su miserable existencia. Nadie la echaría de menos. Sería una victoria para la humanidad, sí, el mundo me debería algo importante.
–Me pones un gin tonic, Seagrams, gracias –dijo Fran de seguido que ya estaba sentado a una mesa.
-Fraaaan, ¿qué pasa, qué tal por Munich? –dije estrechándole la mano.
–Ramón, dame un abrazo, joder ¿cómo te va todo? –dijo tranquilo.
Entonces le conté lo sucedido. Fran me explicó la actitud que tenía que tomar durante la reunión, que lo negase todo y que lo grabara con el móvil.
–Esa tía es subnormal –convino–, creo que tengo que hablar con ella Ramón, hoy llevo todo el día hablando y discutiendo con idiotas. Te voy a contar….
Fran se había hecho mayor, tenía 34 años pero ya presentaba uno de los síntomas patognomónicos de convertirse en un carca, que es la de dar la chapa a otra persona, sabes que es un chapote inmenso, extensamente aburrido pero te da igual, lo vas a soltar sí o sí.
–He estado a punto de perder el avión pero finalmente he llegado al embarque. Hacía casi 24h que no probaba un bocado, casi todo el día follando y bebiendo ginebra helada con hielo –dijo removiendo el Seagrams.
–Pues no me das pena –dije lacónico.
–Calla, calla. –Se remangó la camisa y se inclinó hacia mí–. En el avión estaba sentado al lado de dos sudamericanas que no paraban de hablar, no se callaban, me dolía la cabeza tío y no se callaban. Una de ellas saca una hamburguesa del Mc Donald, la otra con el facebook chateando. Vamos a despegar cuando avisan que es importante, entre otras cosas, mantener los dispositivos electrónicos apagados. La idiota de las tetas gordas no paraba de charlotear idioteces: “Ah, sí, el problema es que tú te enamoras fásilmente, right? No puedes negarlo, arent are? Y la otra le respondía: “Ay, pero está tan guapo…”. “ Ay, ay, es que es guapo, carajo, mire acá…”
Dios, habíamos despegado, yo tenía hambre, resaca, a las idiotas parlanchinas y a sus juguetes electrónicos funcionando a saco. La madre que las parió. Pensé de qué manera podía decirles que apagaran el móvil de los cojones sin parecer un tipo raro y dije:
–Perdona, ¿no tendrás otra hamburguesa para mí?
– ¿Excuse me? –Me dijo la de barbilla prominente.
–Otra hamburguesa no te quedará por ahí –Pregunté sonriendo y señalando el bolsillo de su chaqueta. Entonces amaga con buscar en su bolso y me dice:
–Pues no, no tengo.
–No, pero mujer, estaba bromeando… Tengo mucha hambre. –Sonrío de nuevo pero sé que ya parezco un tío raro.
Se gira y sigue hablando con su amiga. Siguen con lo mismo: “Ojalá y hubiese perdido este avión. Estaría ahora mismito con él, qué guapo carajo, mire acá...Órale, mmm, jajjajajaj, LOL.”
Me levanto, voy a la parte de atrás y me dirijo a las azafatas:
–Tengo dos preguntitas, perdonadme las molestias –dije educadamente–. La primera es, ¿tengo que esperar a que paséis con los carritos para pedir comida, verdad?
–Efectivamente –respondió la de pelo amarillo.
–La segunda es que, aunque avisáis para que se mantengan los dispositivos electrónicos apagados durante el vuelo, muchas personas continúan utilizándolo. ¿De qué manera puede afectar esto? –pregunté intrigado.
–Las ondas interfieren con el ordenador del piloto, es mucho más serio de lo la gente piensa –me aseguró la azafata.
-Muchas gracias –dije.
–Ramón, vuelvo a mi asiento con ganas de reventarlas, me siento, me giro y les sonrío, saludo y les digo que sé de qué manera puede afectar eso de tener los móviles encendidos durante el vuelo, y es mejor que lo apaguen, pero no me hicieron ni puto caso. Hijas de puta –dijo Fran y siguió con tono airado–. Ramón, sabes que de vez en cuando un avión se va a la mierda y nadie sabe por qué, no sé, habrá que ver lo que dice la caja negra: pérdida de presión, alguien que atora el wáter con una cagada bestial, no sé, resulta que a lo mejor ¿estaba todo el avión mirando el Facebook? ¡Hasta me vacilaron, me preguntaron que si tenía miedo! Yo les dije que en España ya hay demasiados subnormales como para que viniesen más de otros sitios.
–Mentira eso no lo dijiste –dije después de reír.
–Si es tan importante, ¿por qué no hacen más hincapié las azafatas con el tema de los móviles? –Continuó Fran hablando del tema.
–Venga –dije sabiendo que había más.
–Llego a mi barrio, me siento en la terraza de la cafetería que hay bajo mi casa y, ¿sabes cuál es el saludo de la camarera al verme?
__RRRRAAAAM!!!! Rompe un trueno en el cielo, comienza a chispear__
“¿Hoy vienes sobrio no?” Y me quedo sin palabras pero poco a poco me empiezo a calentar, me voy calentando y calentando…
–Tú eres de calentarte bien, ¿eh? –le atajo.
–Buah, que se lo digan a la alemana –dijo con una sonrisa de triunfo total–. Pues termino el café, entro y busco a la camarera, que le decía a un cliente, algo así: “De repente yo tenía dinero, era joven y sólo dos posibilidades: o tener un niño o gastármelo en drogas. Mira, elegí las drogas porque total, hay que vivir el momento. Y creo que hubiera sido un error eso de tener niños, aunque me costó mi pareja; no obstante, me sigue apeteciendo mucho más un tiro de coca…”
Entonces pasé de decirle nada y fui directo a leer el horóscopo, joder, a ver qué coño estaba pasando hoy. Leo que hoy voy a conocer a alguien interesante cuando entran en el bar 2 tías disfrazadas de lo que fuera. Sus cuerpos blancos eran abrazados por redecillas negras. Entre ellas caminaba un hombre de unos 60 años; llevaba un bozal y un collar de pinchos atado a una cuerda de cuero. Se sentaron y pidieron que pusieran leche en un cuenco metálico. En la camiseta del hombre había una foto de él mismo y un título: “El hombre-perro”.
__Ahora llovía como si el cielo quisiera ahogarnos a todos. A penas había luz y no se podía ver absolutamente nada más allá de 3 metros cuando pasó la doctora__
–Calla un momento Fran –dije con el corazón a mil. Esperé que metiera la mano en el bolso, me acerqué a ella y le dije–: “¡Doctora Serrès! ¡Buenas! ¿Es que vive aquí? ¡Qué coincidencia! –Ella se dio la vuelta me miró y musitó un sordo pero audible, hijo-de-puta. Sacó la mano del bolso y pasó de largo dejando atrás el portal de su casa.
–Joder Ramón, ¿esa es la adjunta?
–Sí –dije sin quitar la vista de la doctora.
– ¿Estás loco, la estabas esperando?
–No, ha sido casualidad –dije a Fran.
-A tu abogado no le puedes mentir –dijo apurando la última gota de ginebra–, me marcho, llueve demasiado.
Fran se marchó y yo esperé a que regresara la doctora. Habían pasado dos horas y la ginebra se deslizaba por la garganta como alma que lleva el diablo. En aquellas dos horas creí volverme loco: al punto reía sin motivo aparente, luego pensaba en la muerte, reía de nuevo… Realmente no tenía un plan claro.
Un trueno sonó tan fuerte que pensé que después de aquello caerían grupos de heavy metal del cielo con sendas e infernales guitarras eléctricas. Imaginé una de esas guitarras disparando rayos, e imaginé de inmediato partiendo en mil trozos el cuerpo famélico de la señorita Serrès, tras un magnífico punteo.
Pero ¿qué me pasaba? ¿Estaba perdiendo la cabeza, me había terminado por convertir en un monstruo, cuáles eran mis intenciones?
Desesperado me levanté y fui a su portal, empujé la puerta que estaba abierta. Miré en los buzones. Serrés, tercero 1ª. Saqué el puñal de acero que llevaba y reventé el buzón, terminé arrancándolo con las manos. Cuando llegué a la casa de la doctora escuché que alguien abría el portal de abajo: era la doctora y su marido. Discutían.
–Tranquila ya estoy aquí contigo, ¡¿no?! –decía su marido.
–Te dije que quería que estuvieras cuando llegara a casa. Todo lo que te he contado es verdad. Nadie me cree –decía la doctora angustiada.
El edificio no tenía ascensor, dejé el buzón reventado en la alfombra de bienvenida y asomé la cabeza por la ventana del pasillo para ver si había una salida de emergencias: solo hallé una cornisa, demasiada fina. Cargué el puñal en la mano diestra escondiéndola lo suficiente dentro de la manga, me puse la gorra y bajé de forma apresurada. Ya estaban ahí, los oía. Esperé, calculé el tiempo para coincidir nuestro paso por el rellano. Pasé con la cabeza agachada, tropecé con ellos y seguí peldaños abajo. Dos segundos más tarde escuché la voz acongojada de Serrés:
–Era él cariño, era él.
El marido comenzó a bajar escaleras casi de cuatro en cuatro mientras gritaba con toda su alma no se qué de mi madre. Yo estaba en forma y las bajé rápidamente. Pensé en que los escalones estaban mojados y lo más seguro era ir bajándolos sujetándome fuertemente de la barandilla. En el último tramo la barandilla de metal se rompió y me hizo caer como una bola de nieve. El tarugo de su marido me dio alcance y al incorporarme le enseño el puñal. Él no puede ver mi cara, la gorra está bien abajo. Le grito distorsionando la voz:
–Si te acercas te mato.
El tipo jadea violentamente, masculla y maldice pero se queda donde está pero, de repente se lanza escaleras abajo de nuevo. No podía dejar que el cabestro folla raquíticas se abalanzara sobre mí. Logré abrir la puerta con algo de distancia y salí a la calle con su aliento casi en mi nuca. Fuera continuaba lloviendo, llovía a capazos meloneros. El marido continuaba tras de mí, al sprint, mi moto estaba aparcada a unos 20 metros y cuando llego a ella no tengo el tiempo suficiente para subir y arrancarla. Calculé que con una vuelta a la manzana sacaría la ventaja suficiente y así fue.
Al llegar a casa puse la radio que decía: “Corea del Norte ha ejecutado a su ministro de Defensa, Hyon Yong-chol, en una nueva purga de un alto cargo del régimen que lidera Kim Jong. Según informó hoy el servicio nacional de inteligencia surcoreano fue acusado de traición por haber incumplido instrucciones del líder norcoreano y por dormirse durante un desfile militar. El representante del NIS en Seúl detalló que el pelotón de fusilamiento usó un cañón antiaéreo para acabar con la vida de Hyon”
Pienso, Dios, el mundo está enfermo.
THA

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