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Note

jueves, 3 de octubre de 2019

LA COLINA MÁS ALTA


Soy los primeros versos de Pale Blue Eyes, pero soy más la Montaña Rusa de Nicanor
Parra, el vagón número 1, al día siguiente soy también el vagón número 1, paso por todas las rectas y curvas, subidas y bajadas; paro en cada estación y a veces no. A las 12:13 atropello al gato de siempre. Aquella roca, ¿la ves?, sé que no… pues me hace descarrilar una y otra vez (heredero de Sísifo, la veo y levanto los brazos para volar más lejos), me rompo, me arreglo y me monto; mientras, sangro por boca y narices sin intentar parar la hemorragia: a pesar de que hago trizas la roca, vuelve a aparecer en el mismo lugar. Me limpio la cara, lanzo piropos: sigo siendo alto; maldigo, insulto: vengo de donde vengo; duermo de un tirón o me despierto a media noche con el corazón en la boca rompiéndome los dientes.

Todos los santos días paro en el puerto marítimo: veo albatros, me rasco el ombligo, la cuerda golpea al mástil y soy feliz. Dejo atrás el puerto y me introduzco en la meseta, viajo a ritmo lento, paralelo a aceras soleadas donde brotan pequeñas hierbas a través de sus grietas: esas hierbas son como yo, como todos los besos que he robado. Las aceras son melancólicas, sí, ¿y qué? Luego cruzo Salta y Jujui, rápido como se derriten los helados de los niños, y me reencuentro con palabras como “serendipia”, con vaga-mundos como tú: sube, el destino ya sabes cuál es: la colina más alta.

Serendipia resuena desde la colina más alta, emitiendo siempre desde la colina más
alta: la colina más alta no es una metáfora.

Mi abuela me llama y me dice que se encuentra mal, le duele la cabeza y cree saber la
razón: ha recibido una visita y ha hablado mucho. Le digo que debe dejar hablar también a los demás y me responde que no puede remediarlo. Mi abuela y sus rocas.

Yo, el vagón número 1 pido perdón por todas las veces que me he equivocado y herido
a algún pasajero querido.

THA

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