Recuerdo
aquella tarde cuando me cubriste el cuerpo de bofetones, en el zaguán de la casa
de la barriada, completamente fuera de ti. Estaba harto de esperarte y no
quedaba nadie más en la puerta del colegio; Al resto de padres le importó una
puta mierda que me quedase ahí solo.
Decidí volver a casa por mi cuenta y lo viví como una gran aventura. Pregunté
por la calle Guadalete en varias ocasiones, para asegurarme de que todo lo
hacía correctamente, a pesar de que sabía de sobra dónde vivíamos. Antes de
cruzar la calle mayor, miré a la izquierda y a la derecha, volví a mirar, hice
el amago de cruzar para que el coche frenase y cuando paró, crucé. Incluso miré
al cielo por si acaso. Llegué al portal de casa, hice fuerza con la punta del
pie y con las manos, tal y como lo hacías tú, pero sin éxito. Intenté alcanzar
los botones del “fonoporta” pero todavía era muy bajito. Me senté en el suelo,
espalda con pared, embobado, desenfocando la línea curva que dibujaban los
barrotes rojos y blancos, admirando los descomunales naranjos que quedaban detrás. Sentí
que me había hecho mayor; ya podía volver a casa cuando hubiera de hacerlo. Después
de un largo rato apareciste, doblaste la esquina de la panadería con bolsas del
Pryca, o Continente. Se me llenó el pecho de alegría y me levanté del suelo. El
resto ya lo conocemos. Aprendí la lección; No se me ocurriría moverme nunca más
de la puerta del colegio hasta que vinieses por mí.
Hoy me llamas por teléfono. Al caer al suelo te has roto la otra muñeca. Te
tienen que operar y me pides llorando que vaya a estar contigo y yo que no paso
por un buen momento, que quiero desaparecer, entro en cólera y me gustaría
abofetearte como lo hiciste ese día en el zaguán. Y entonces pasa; Siento que
estoy muerto, que algo me acaba de romper en millones de pedazos, porque soy
infinitamente peor que tú aquél día. Un miserable que se consume en el fuego
eterno de sus miserias.
THA
No hay comentarios:
Publicar un comentario