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Note

viernes, 5 de agosto de 2016

Hueso y miseria

Recuerdo aquella tarde cuando me cubriste el cuerpo de bofetones, en el zaguán de la casa de la barriada, completamente fuera de ti. Estaba harto de esperarte y no quedaba nadie más en la puerta del colegio; Al resto de padres le importó una puta mierda que me quedase ahí solo.
Decidí volver a casa por mi cuenta y lo viví como una gran aventura. Pregunté por la calle Guadalete en varias ocasiones, para asegurarme de que todo lo hacía correctamente, a pesar de que sabía de sobra dónde vivíamos. Antes de cruzar la calle mayor, miré a la izquierda y a la derecha, volví a mirar, hice el amago de cruzar para que el coche frenase y cuando paró, crucé. Incluso miré al cielo por si acaso. Llegué al portal de casa, hice fuerza con la punta del pie y con las manos, tal y como lo hacías tú, pero sin éxito. Intenté alcanzar los botones del “fonoporta” pero todavía era muy bajito. Me senté en el suelo, espalda con pared, embobado, desenfocando la línea curva que dibujaban los barrotes rojos y blancos, admirando los  descomunales naranjos que quedaban detrás. Sentí que me había hecho mayor; ya podía volver a casa cuando hubiera de hacerlo. Después de un largo rato apareciste, doblaste la esquina de la panadería con bolsas del Pryca, o Continente. Se me llenó el pecho de alegría y me levanté del suelo. El resto ya lo conocemos. Aprendí la lección; No se me ocurriría moverme nunca más de la puerta del colegio hasta que vinieses por mí.
Hoy me llamas por teléfono. Al caer al suelo te has roto la otra muñeca. Te tienen que operar y me pides llorando que vaya a estar contigo y yo que no paso por un buen momento, que quiero desaparecer, entro en cólera y me gustaría abofetearte como lo hiciste ese día en el zaguán. Y entonces pasa; Siento que estoy muerto, que algo me acaba de romper en millones de pedazos, porque soy infinitamente peor que tú aquél día. Un miserable que se consume en el fuego eterno de sus miserias.

THA

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