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Note

martes, 31 de mayo de 2016

DIAS A PLENO SOL

Hoy me he desvelado. He intentado volver a dormir pero mi mente estaba despierta de verdad, y por su cuenta ha viajado, como en muchas otras veces, a aquella época.
Recuerdo un tiempo sin envidias, fraternal, de compañerismo total, de continua diversión y felicidad.

Entonces me ha apetecido nombrarles en voz alta; Mariano (mi primer amigo), Martos, Juanmi Delgado, Pedro Parra Navarro, Mulero, Antonio, Salvador, Damián, el rabioso Calero, Ángel (que en paz descanse). Mi gran amigo Jose Lara, Sergio Martínez, Pedro Martínez, el otro Pedro el que se parecía a Slater de salvados por la campana, Jesús Yuste Vergara, Francisco, Fran, Ana, Mayte, Inma, Marta, Juana, Mercedes, etcétera. Es curioso que no recuerde los apellidos de ellas. Siempre estaba con mis colegas, con los que compartía mis aficiones como el fútbol y el ajedrez. Quizá sea por eso. Divagando entre pensamientos considero que también hay un componente machista; yo he sido siempre muy competitivo y podría ser que las desechara como rivales por el simple hecho de que fueran “chicas”.
No obstante me encapriché de unas cuantas; Lidia fue la primera, una niña pequeñita de tez muy morena, agitanada. Me parecía preciosa pero yo era muy tímido para expresar algún sentimiento. Eso sería en primero o segundo de primaria. Luego “sentí algo más fuerte” por otra chica; Sandra Cegarra, de esta sí que me acuerdo de su apellido, lógicamente. Lo más que hice con ella fue echar un sueño en sus piernas, al volver de una excursión del colegio. Sencilla y maravillosa siesta. En mi último año me empezó a gustar Ruth. Un día pensé en preguntarle si querría salir conmigo, y me entró vértigo, porque entre otras cosas no sabía qué significaba eso, qué tendría que hacer si me decía que sí, porque yo tenía claro que diría que sí... Ese año dejé el colegio y me hicieron la mejor fiesta de despedida que he recibido en mi vida.
Puedo decir que quise a mis compañeros tan profundamente como puede querer un niño. Eran mis hermanos.
Aunque nuestros apellidos no fuesen distinguidos y realmente procediésemos de familias humildes, algo básico nos convertía en los seres más importantes; éramos niños.

Mi infancia ha sido muy feliz y está muy relacionada con el Colegio José María de Lapuerta.
Por lo que siento y me han dicho, recibí comprensión, paciencia y mucha atención por la profesora de infantil. Tengo una memoria malísima, y no recuerdo si se llamaba Mª del Carmen, Rosa María, si me tuvo que soportar en la clase de la estrella o de la tortuga… Seguro que le di mucha guerra.
Mi primer profesor fue Don Dionisio. Le recuerdo algo mayor y cálido. Me trató con cariño y siempre tenía palabras de ánimo. “sonríe, tu cara es de melocotón” me dijo una vez. Es increíble la importancia que pueden adquirir las palabras de alguien a quién admiras. Y yo le admiraba, como a todos los tutores que tuve en primaria.
En tercero y cuarto de primaria mi tutor fue Don Antonio López. Quién desató consciente o inconscientemente mi competitividad. Sus divertidos juegos de lucha y los bonos que sumaban para la calificación final hacían que me esforzara al máximo. En la “lucha” la clase se dividía en dos filas, de pie una frente a la otra. Un componente de un bando formulaba una pregunta y la dirigía a otro del equipo contrario. Quiero recordar que si errabas en la respuesta, Don Antonio repicaba sobre su mesa dos veces seguidas, con la contera roja de su lápiz, lo que suponía tu eliminación (te ibas a tu mesa) y si golpeaba una sola vez, significaba que habías acertado y continuabas vivo. El equipo que quedase en pie ganaba un positivo. Una clase aburrida o un día tonto de distracción general era el escenario perfecto para gritar ¡LUCHA!, levantarnos todos de nuestros pupitres, apartarlos y empezar la pelea.
Si estábamos en clase de geografía, podías preguntar capitales, sierras, ríos y afluentes. Durante una clase de matemáticas la “lucha” era de cálculo mental.
Para mí era particularmente estimulante porque nunca me ha gustado perder…

Y en ajedrez perdería bastante, lo que hizo que me enganchara. Casi todos mis amigos nos aficionamos rápidamente. La apuesta por el ajedrez por parte del Colegio  fue un acierto total y su continuidad creo que es un motivo por el que sentir orgullo.

Marifé fue mi tutora de 5º y 6º de primaria. Mi profesora preferida de lejos. Para mí es “La profesora”. No fue la más divertida, ni la más cariñosa. Pero me enseñó de verdad. Cuando me torcía, me corregía con la maestría que solo un profesor experimentado posee, y con la voluntad e intención innatas que atesoran las buenas personas.  
Más allá de mi más que evidente agradecimiento al Colegio José María de Lapuerta, desearos que continuéis la enseñanza infantil y primaria con cariño y dedicación, y que los niños que tenéis hoy os recuerden como yo lo hago a menudo.

Con gran afecto

David Sánchez Gutiérrez 

2 comentarios:

  1. Hola David! te escribo para hacerte saber que pude conservar el papelito con el nombre de tu blog en mi mochila, así que me he pasado por aquí a ver qué encontraba, y me ha encantado el paseo (el de tren también, todo hay que decirlo!). Qué suerte encontrar a alguien que disfrute tanto de las palabras y de la escritura, seguiré viniendo por aquí. Muchos saludos y ánimo con tu novela :)

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  2. Hola Maríaaa!! Muchas gracias, la novela no te va a defraudar, aunque puede que tenga un final de esos que no te gustan... jeje. Espero que te vaya todo muy bien. Saludos crack!!

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