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Note

martes, 3 de mayo de 2016

EL BIZCOCHO DE LA MODISTA

Chelo es la modista del tercero. Tiene 71 años, su pelo es amarillo pollo. Su pelo es un escándalo, rígido con mucha laca, es como un limón gigante. Chelo es súper querida en el barrio, la modista de referencia y un pozo de sabiduría.
-Chelo, qué le pasa a Paco el vendedor de cupones, ese que berrea “la suerte” en el pico esquina de Lepanto con la calle mayor, se le ve asqueao al pobre. Ya no berrea.
-Su mujer es una lagarta. Dice mostrando la encía superior derecha.
-Ya, algo había oído Chelo. Algo había oído. Responde la cliente empequeñeciendo los ojos.
Ayer me crucé con Chelo. Yo caminaba por la acera y ella salía de su casa. Chelo no tuerce el cuello para mirar a ambos lados porque sufre de una artrosis importante. Si el riesgo de colisión es elevado, entonces gira el tronco entero, como los jabalíes que corren rectilíneos, quiero decir; salió sin mirar y tuve que pararme en seco para no llevármela por delante.
-Joder. Espeté mientras me engullía una nube de laca y un perfume que me recordaba al polvo de talco.
-Truemle truemle. Murmuró a lo bajini. No entendí nada.
-Bruja. Recé bajo. Entonces se paró delante de mí y yo me paré también, fueron tres segundos de reloj. Era imposible que una mujer de 72 años escuchase tal infrasonido. Sus hombros parecían meditar un giro de 180 grados pero respiró profundo y continuó hacia delante.
Recordé que ya había sufrido a la modista en otra ocasión. Paseaba a su nieta Yolanda en el carrito cuando esta tenía 3-4 años. Os aseguro que aquél carrito aplastó cuanto se cruzó en su camino. “Tengo prioridad” Dijo desgarradoramente después de pasar por encima de mis pies y mancharme las adidas nuevas.
-Chelo es idiota mamá. Dije cuando llegué a casa. Me llevé un sordo pescozón como se dice en mi tierra.
-Chelo es amiga de la familia. Recalcó. Ha sufrido mucho en esta vida y ha sido muy buena conmigo y con tus tíos.
Y a mí qué me importaba eso. Era idiota y punto.
Chelo se casó joven con Pepe. Un ejemplar de nariz roja que trabajaba en la huerta murciana. Un bebedor de vino empedernido, Pepe el caga-uvas. Pepe murió a lo Elvis Presley, de un infarto sentado en la taza del wáter mientras bebía cognac.
En el barrio todos manifestamos nuestras condolencias. No obstante Pepe había dado mala vida a Chelo y a las dos criaturas que trajeron al mundo: María y Martos.
Martos “el terrible” era muy alto y muy feo, con la cara llena de granos primero, y llena de socavones después, de puños gigantescos y huesudos. Se dedicaba al pequeño hurto; robo de bombonas de butano, cableado de cobre, etc. Luego pasó a robar vespinos y a frecuentar la cárcel.
María se casó con un tipo que se parecía físicamente a su hermano Martos pero que era más tonto. Y con él tuvieron a la pequeña Yolanda que ahora tiene 19 años. Tiene el pelo igual de amarillo que su abuela y un físico perfecto, pero la cara es del padre. Yolanda era la niña de sus ojos, su única nieta. A cada momento la visitaba y cuando se marchaba de casa, el padre despotricaba; “tu abuela es una pesada, tu madre es una pesada, es que no tiene otra cosa que hacer, que venir a mi casa a dar el coñazo, a ver si se apunta a eso del inseso y se busca un viejo que la alivie un poquico”. Con los años Yolanda decidió olvidar a su abuela, expulsarla de su ínterin y ahora vaguea por las calles luciendo culo prieto y cara de caimán.
-Abuelica Chelo, dame 5 euros pa un paquete de cigarrillos.
-Toma hija. Le responde con desgana y visible derrota.
Adelanté a Chelo, entré al supermercado. Elegí con criterio inventado las dos mejores manzanas. Cuando llegó mi turno puse las dos manzanas en la cinta negra y mientras avanzaba mi desayuno entró Chelo por la puerta, cogió una botella pequeña de bezolla, se saltó la cola y con un chasquido de uña postiza lanzó perfecta una moneda de 50 céntimos encima del peso.
-Bote. Dijo. La botella costaba 45 céntimos. Después me tocó a mí.
Chelo, qué grande eres, por Dios. Si yo hago eso, me pegan dos hostias.
Salí del supermercado, miré el reloj, llegaba tarde al trabajo. Apreté el paso, tenía que cruzar a la otra acera pero no dejaban de circular automóviles, extrañamente, porque es una calle muy poco transitada. Doblé la esquina y ¡Ra-Ra-pum-Ras! Una ventosidad como una traca de petardos “carpintero” retumbó a lo largo y ancho de la calle. Se trataba de Chelo. Mi yaya siempre decía que mejor fuera que dentro. Me hizo gracia al principio hasta que me llegó el tufo.
-¡Joder!
-Truemle truemle. Musitó.
Miré desesperado a la carretera pero no cesaba el trasiego de coches. Volví a mirar el reloj. Entonces me propuse adelantarla como si se tratase de una carrera de fórmula uno. Chelo frenó de forma brusca, aproveché e intenté adelantarla por la izquierda, entonces viró renqueante a la izquierda también, evitando una mierda de perro. Sorteé la catalina yo también, suspiré, decidí superarla por la diestra, pero entonces Chelo se desplazó a la derecha recuperando su posición primera.
-¡Increible! Es imposible no puede ser, pensé.
-Mumble, ñam ñam. Masculló.
Pero qué ojete estará diciendo. Me estaba poniendo frenético. La rebaso finalmente, pasando de puntillas justo por el borde de la acera y ahí estaba yo haciendo equilibrios ante un tráfico que había desaparecido. Me resigno, cruzo la calle y esprinto.
-¡Adiós guapo! Mumble truemle. Me dijo Chelo sin torcer el cuello. Continué mi camino e hice como que no la escuché. El autobús se acababa de marchar. El siguiente pasaría en 15 minutos.
Ayer había trabajado toda la noche y hoy entraba a medio día. Me encontraba muy cansado, me dolía la planta de los pies. En la marquesina había tres asientos, dos de ellos recién ocupados por dos negras. Daba la impresión que eran madre e hija. Me senté al lado de la madre. Llegó Chelo a la parada. Me levanté y le cedí mi asiento.
-Muchas gracias Daniel.
-Soy David pero no pasa nada.
No, no fue un error. Chelo la modista no se equivoca. Se había propuesto dármela mortal. Dijo Daniel a propósito. Que me parta un rayo si se ha equivocado. Miré al cielo, hacía un día precioso de Mayo, completamente despejado, sin una sola nube. Ni un coche en la carretera, sin transeúntes por la acera, la calle quedó sumida en un silencio sepulcral. Cerré los ojos. Recordé la catedral de Cádiz y la tumba donde yacen los restos de Don Manuel de Falla; la sala central que precede a la cripta presenta una acústica increíble y repite en un eco formidable cada pisada que propinas. Pa-Pam// Pa-Pam. Que le follen al trabajo. Me he duchado, voy peinado y perfumado, visto ropa limpia, soy resolutivo y buen compañero. Deberían llevarme en palanquín.
¡Cric cric cric! ¡Cric cric! Sonaban las esclavas de Chelo.
¡Cric cric cric! ¡Cric cric! Miraba el reloj incesante.
-¿Sabéis si ha pasado ya el 4? Preguntó Chelo.
-Si cariño acaba de pasar. Dijo la madre.
-Vaya. Llegaré tarde. Ele me va a matar. Ele es el peluquero culpable del tupé que lucen la mayoría de ancianas del barrio. Sé quién es porque mi abuela y mi tía abuela son clientes.
“Una mujer aunque sea un vejestorio nunca deja de ser coqueta” Dice siempre mi abuela.
El ¡Cric cric cric! ¡Cric cric! Se repitió unas cuantas veces más hasta que me acostumbré. Entonces cesó el repiqueteo y abrí los ojos. Chelo miraba en silencio a un punto fijo. Seguí la trayectoria. Contemplaba un colchón arrumbado entre dos contenedores de basura. Imaginé qué estaba pensando; Pensaría que pronto moriría y que su viejo colchón lo dejarían ahí, tal cual.
La modista se puso en pie y se acercó a la carretera. Como por arte de magia apareció el autobús L4 y paró justo delante de ella. La pole position era indiscutiblemente para Chelo. El rabillo de sus ojos era extraordinario y mantenía a raya a las negras que acechaban por la retaguardia. De izquierda a derecha, de derecha a izquierda, inagotable, sin girar un ápice el cuello de yeso. Subimos al autobús, hizo dos paradas y Chelo bajó. Yo continué cinco paradas más.
-Buenos días, siento el retraso.
-No pasa nada, ve a cambiarte.
Me siento ante el ordenador y la enfermera me enseña una radiografía.
-Mira este húmero.
La cabeza del húmero estaba completamente fracturada y desplazada.
-¿Esto de quién es?
-Ahora mismo, es una señora mayor que le han intentado robar el bolso y la han tirado al suelo. Está esperando ser visitada en el box 5. Ya le hemos dado analgesia.
-¿Cómo se llama?
-Consuelo.
Y la han tirado al suelo…Pensé. La medicina embrutece. Espera, ¡es Chelo la modista! Seguro que es ella. Llegué al box y ahí estaba llorando con la nariz hinchada y el brazo izquierdo recogido sobre el derecho. Un morito dice, “ha intentado robarme el bolso pero no le he dejado”. Le dije que debía ir al hospital porque tenía el hombro roto y comenzó a llorar desconsoladamente hasta que pasaron dos minutos en los que intenté calmarla. Entonces se secó las lágrimas y en silencio miró al infinito.
-En seguida llega la ambulancia Chelo, corazón. ¿Vale?
Pero Chelo no respondió. Pensaba en el colchón arrumbado.
El domingo fui a casa de mi madre. Era el día de la madre y allí estaba Chelo. Me dio dos besos y un pellizco en el moflete derecho.
-Te he traído una cosa para ti. Me ha ayudado una amiga mía que se llama Mercedes. Esta que vive ahí en el bajo B al lado del bar Jaimito.
-No hacía falta mujer. Muchas gracias.
Sin duda, el mejor bizcocho que he probado en mi vida.

THA

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